Reproducimos en esta entrada el contenido de una conferencia dada por Jesús Etayo Zalduendo el 12 de mayo de 1936 dentro de un cursillo organizado por Euzko Pizkunde en San Sebastián sobre el fuerismo en el siglo XIX, conferencia que fue publicada por el periódico nacionalista El Día en el número del día siguiente.
Jesús Etayo Zalduendo (Pamplona 1894-1951) fue periodista, historiador y archivero y periodista. En 1917 fue nombrado director de El Pensamiento Navarro. En 1922 fue designado por la Diputación archivero, así como titular de la Cátedra de Historia de Navarra creada por la Corporación Foral aquel mismo año. Ideológicamente situado dentro del jaimismo vasquista, fue uno de los impulsores de la Alianza Foral, coalición forjada entre jaimistas y nacionalistas en 1921 y 1923 que consiguió buenos resultados en las elecciones a la Diputación de esos dos años, así como en las elecciones municipales en Pamplona en 1922 y en las elecciones legislativas de 1923. Esta coalición incorporó, por primera vez en Navarra, una propuesta programática. Su programa de carácter católico, fuerista y vasquista, además de relativamente popular y progresista, incorporaba medidas concretas de actuación tales como la “organización de la vida pública y tributaria de Navarra en sentido social, adoptando las medidas necesarias para fomentar el bienestar social” e “impulsar la autonomía municipal, crear una Caja de Ahorros provincial y seguros de retiros obreros, ampliar el patrimonio comunal de los pueblos y organizar la política tributaria”. Tras la ruptura de la coalición, provocada desde las filas carlistas, Etayo participaría en la polémica sobre Amaiur, contrarreplicando, junto con otros autores, al navarrismo españolista de Víctor Pradera. En los años siguientes migraría hacia el nacionalismo, formando parte desde 1923 de la redacción del periódico nacionalista La Voz de Navarra, del que sería director entre 1927. Difundió sus conocimientos históricos en multitud de artículos de prensa. Aunque una recopilación ha recogido el contenido de sus artículos del periodo 1923-1931, parte de su obra está todavía por desvelar. Tras 1936 prosiguió trabajando en el periodismo desde El Pensamiento Navarra, pero ya sin posibilidad de verter opiniones.
El artículo que recogemos es una síntesis, en parte, de otros artículos que había publicado Etayo en la prensa. A nuestro juicio, constituye un relato ágil, y no obstante pormenorizado, de los momentos nodales de la relación entre Fueros y Constitución en Navarra desde una perspectiva treintaynueveunista. Tenemos que recordar que, aunque que el treintaynueveunismo es una doctrina de larga tradición en Navarra, sobre todo propugnada desde el carlismo y el nacionalismo vasco, Los autores defensores de la misma, con alguna excepción, no han solido ahondar demasiado en los hitos, perspectivas y enfoques a considerar. Tal y como se puede comprobar, Etayo menciona episodios de ataques al autogobierno navarra como el acaecido en 1780-1781 contra las Cortes navarras, centrándose a continuación en las protestas de la de la Diputación con ocasión de la Constitución de Bayona y en la abolición de facto de la Constitución Histórica navarra por la Constitución de Cádiz, a pesar de los panegíricos a aquélla presentes en su discurso introductorio. Posteriormente repasa situaciones a considerar de Trienio Liberal, del final del reinado de Fernando VII, del año 1834, de la guerra carlista y del periodo 1839-1841. En relación con esto último, saca a colación los folletos del exsíndico Ángel Sagaseta de Ilurdoz, así como de su epígono Ozcáriz, y no se olvida tampoco de nombrar la sublevación de O'Donell de octubre de 1841, apenas mes y medio de la ley de agosto de 1841 que convertía a Navarra en una provincia dotada con una limitada autonomía administrativa y fiscal, en la que los sublevados prometieron la reintegración foral. Son muy valiosas, asimismo, las referencias de Etayo al radicalismo foralista de liberales como Baztán Goñi o Yanguas Iracheta, de carlistas como Cancio Mena o Ochoa de Zabalegui o de republicanos como Olave, por cuanto son indicativas que los anhelos reintegracionistas podían ser más transversales que lo que en principio puede suponerse. El repaso histórico termina con referencias a la Asociación Eúskara y a la Gamazada, constituyendo todo ello un fresco de las tribulaciones del autogobierno navarro a lo largo de finales del setecientos y de la totalidad del ochocientos digno de ser rememorado. También consideramos como actuales la apelación, con la que se finaliza la conferencia, a que “las masas honradas de Navarra pueden ganarse todavía para el vasquismo pero partiendo del sentimiento foral y cambiando la terminología usual aquí en Guipúzcoa y en Vizcaya, porque son las palabras, el léxico, el vocabulario, más que las esencias lo que se repudia en la capital y en las grandes zonas deseuskerizadas” debiéndose de “hablar en Navarra, del fuero y hay que convencer a las gentes –y es la verdad- de que el fuero conduce necesariamente al patriotismo vasco” ya que “con esta táctica (...) se ganará Navarra para la causa de la patria vasca”.
Y es que a veces conviene echar la mirada bien atrás para darnos cuenta de la modernidad de visiones de ochenta años atrás.
ARTÍCULO SOBRE LA CHARLA DE JESÚS ETAYO PUBLICADO EN EL DÍA DE 13 DE MAYO DE 1936.
El cursillo en Euzko Pizkunde sobre el fuerismo en el siglo XIX. Una docta y documentada disertación, de verdadera importancia, pronunciada por D. Jesús Etayo
La tercera conferencia pronunciada ayer tarde en los salones de Euzko Pizkunde, no desmereció ciertamente en caracteres de brillantez y destacado interés profundo a las celebradas anteriormente con motivo del cursillo organizado acerca del fuerismo en el siglo XIX. A explanar el tema relativo a la exposición del pensamiento fuerista en Navarra el siglo pasado acudió a la ya prestigiosa tribuna de la Avenida el señor Etayo, cuya autoridad y competencia son innegables, especialmente en la materia de que iba a tratar nuestro al par que amigo, distinguido y culto colaborador de este diario.
Hizo la presentación del orador, a quien le une una estrecha y antigua amistad, nuestro digno y querido director don José de Lecaroz Goñi, quien aceptando la misión encomendada por los dirigentes de Euzko Pizkunde, resaltó, esbozando algunas característicias generales del señor Etayo, -pues su recia personalidad destaca sobremanera entre nosotros- su labor periodística, principalmente, y en ella su preocupación histórica, esa faceta tan vasta como ardua, del País Vasco en general, y particularmente, de la de Navarra.
Expuso los cargos relevantes ocupados por Etayo, cuando antes de cumplir los veinte años ocupaba ya la dirección de “El Pensamiento Navarro”, en aquel entonces en que en el carlismo palpitaba todavía el encendido amor a las libertades de nuestro pueblo. Y la “Alianza foral” fué uno de los óptimos frutos cosechados por las grandes campañas periodísticas de Etayo. Añade que apenas sí existe una monografía, una guía, un folleto destinados a la elogiosa finalidad vulgarizadora de la historia de Navarra, en los que no figuren trabajos de Jesús Etayo.
Fue también director de “La Voz de Navarra” el conferenciante de anoche y a quien hoy admiran nuestros lectores en sus brillantes artículos que publica EL DÍA, única actividad periodística a que actualmente se dedica.
Etayo actuó anteriormente en Donostia con motivo de los cursos de verano de la Sociedad de Estudios Vascos, y a continuación refiere el señor Lecároz una hermosa anécdota acaecida hace veinte años, lo que denota bien a las claras el acusado temperamenteo polémico del culto conferenciante.
A raíz de una polémica en la que intervinieron figuras tan destacadas y notables como Arturo Campión, Manuel Aranzadi, Ignacio Baleztena, y Jesús Etayo contra Pradera, éste, abrumado por los sólidos alegatos irrefutables de Etayo, pretendió zaherirle, denominándole ratón de biblioteca, lo que supone un elogio evidente viniendo de quien viene.
Terminó sus palabras el señor Lecároz con un atinado párrafo, oyendo merecidos y cálidos aplausos del público.
DISERTACIÓN DE DON JESÚS ETAYO
Comienza, después de dirigir frases laudatorias a Pepe Lecaroz –como él lo denomina- lamentándose del olvido en que a veces se les tiene a los fueristas, dignos muchos de ellos de enaltecimiento y recordación, pues la espléndida floración del patriotismo vasco ostensible en aquel apóstol insigne de la Raza vasca –Sabino de Arana y Goiri- tiene sus raíces vigorosas en muchos fueristas de la centuria pasada.
Cree que actualmente hay –a juicio suyo- una nueva terminología en curso más que unas ideas y un espíritu nuevo, aunque no por ello desdeña el valor de esa nueva terminología que ha producido bienes tan múltiples y pingües.
Recuerda seguidamente cómo surgieron los fueristas cuando el régimen foral anunciaba ruina y añade que el fuerista es una reacción ante el contrafuero, pues que el fuerismo no necesitó en aquellos tiempos en que Navarra su régimen y soberanía, aunque, claro está, a lo largo de la historia se cometieron desafueros, sin que se atacara al fuero en su esencia, en su totalidad.
Refiere a continuación los primeros ataques perpetrados a la esencia del régimen foral a mediados del siglos XVIII, con motivo de la denuncia presentada en 1742 por el marqués de Fuetegollano y la confabulación que años más tarde fraguaban el Virrey, el Regente y el Prelado de Pamplona contra las Cortes de Navarra, que al fin –por no haber llegado el documento redactado a su destino- quedó frustrado, afortunadamente.
Aunque parezca paradógico –continúa el señor Etayo- el fuerismo nació en Navarra al mismo tiempo que se exaltó el españolismo, con ocasión de la guerra de la indepencia contra Napoleón.
Al dictarse la constitución de Bayona, cuyas Cortes presidió un navarro, un mal navarro, Miguel José de Azanza, se dijo a Navarra, que por gobernarse este reino separadamente del de Castilla, podían admitir como rey a José Bonaparte y “después que él jurase los fueros”. Sin embargo, la Diputación no transigió sin vivísima protesta con que la Constitución unitaria de Bayona se le impusiera a Navarra, consignándose por fin que los fueros de las provincias Vascongadas y Navarra se examinarían en Cortes para determinar lo que se considerase más convenientemente a las mismas provincias y a la nación.
Cita acto seguido el señor Etayo a la Constitución de Cádiz, dictada poco después de la de Bayona, y en la que los fueros de Navarra, que en el prólogo se exaltaban, quedaban desconocidos y anulados en el articulado.
Reintegrado Fernando VII a España, instaron ante el rey la plena reposición de los fueros de Navarra dos insignes patricios, don Javier y don Joaquín Elio, quienes precisaron insistir una vez más cerca del monarca a fin de que quedara restablecido el régimen foral.
Señala la época en que España se hallaba dividida en realistas y constitucionalistas, participando los navarros en la opinión realista pero encaminándola a la conservación de los fueros.
En cuanto a la política realista primeramente fue un libro del párroco de Ustarroz, don Andrés Martín, y luego el periódico bisemanal “La Gaceta Real de Navarra”, quienes dieron un tono realista general, que mucho mejor que para Navarra se acomodaba a la política de la España castellana, atribuyendo la soberanía legislativa al rey, de modo exclusivo. Don Angel Sagaseta de Ilurdoz, denunció aquella doctrina antiforal, juntamente con la Diputación, que llamó la atención a los redactores del periódico citado, teniendo que cesar en su publicación por no poder conciliarse el fuerismo con el absolutismo.
En 1820 se constituyó en Iruña, al igual que en otras ciudades peninsulares, una “Asociación patriotica” de tipo masónico, integrada por militantes forasteros y arrastrando a algunos elementos del país. En el acto inaugural un ciudadano, don Felipez Alvarez Ulloa manifestó, que los navarros, por sus fueros, vivían separados de la nación española, pero que por la Constitución, quedaban formando parte de “la grande y feliz familia que formara ya para siempre el suelo español”, a lo que contrariamente decía la Diputación, aquel mismo año, que “Castilla y Navarra tenían un mismo rey físico, pero dos distintos reyes legales”. Distinción sutilísima, ciertamente, pero expresiva de la conciencia nacional de Navarra.
Resalta a continuación los continuos desafueros que a partir de las últimas Cortes de Navarra se cometieron, para reparar lo cual envió la Diputación a don José Yanguas a Madrid, persona conocedora a fondo de la historia de Navarra, quien mandándose hacer un traje nuevo y con la exigua dieta de seis pesetas, se dispuso a visitar ante la reina, haciendo mil gestiones sin resultado positivo alguno.
No fue menos afortunado, meses después, otro embajador del reino de Navarra, el señor Barón de Biguezal, sin obtenerse tampoco la convoctoria de las Cortes de Navarra, a pesar de las múltiples instancia y de encendida la guerra civil.
En torno al asesinato del general Sarsfield, recoge la referencia de un periódico en el que se señala que los sublevados consignaron como objeto de su conspiración nada menos que la “independencia de Navarra”. Aunque no le concede el orador demasiado crédito a la citada referencia, tampoco ocutla que esas ideas de independencia de Navarra se consideraban con algún ambiente en el país.
A raíz de la primera guerra civil se ocupa el señor Etayo de los carlistas, de quienes dice que eran fueristas como lo habían sido los realistas. De los navarros agega que se levantaron para defender a don “Carlos VIII de Navarra y V de Castilla”, lo que revela la consciencia en aquellos carlistas, de que Navarra era reino para sí, distinto, aunque tuvieran el mismo rey que los castellanos tenían.
A continuación prueba el deseo de las masas carlistas de Navarra de la restauración foral, con la insistencia de las proclamas fueristas de don Carlos, el anhelo ferviente demostrado por las Juntas y Diputaciones con el monarca, las afirmaciones de Chao, Dembowsky, Henningsen y de otros escritores de allende de los montes que se han ocupado de Zumalakarregi y de la guerra carlista en el País Vasco.
Pasa a referirse a la ley del 39 y señala la casta de navarros, traidores y muladíes que apareció después de su funesta promulgación de tristísimos efectos para Euzkadi, y de la ley paccionada de 1841, de la que se considera enemigo personal y censura acremente a quienes le fraguaron.
Refuta los escritos de Yanguas, la posición de Madoz y de la Diputación, así como también la de Illarregui y muchos navarros de las clases sociales superiores por su cultura o posición económica que con tal espíritu negociaron la fatídica ley del año 1841.
Jamás cayó Navarra en tal vileza como aquella –afirma el señor Etayo-. El poder legislativo, el poder judicial, el derecho civil, alma de la constitución familiar de Navarra, la soberanía plena para las cuestiones políticas relacionadas con los intereses espirituales de nuestros pueblos... todo esto fue cedido y transigido.
Los negociadores, sin embargo, estimaron aquel infinito valor enagenable por el precio misérrimo de un cupo tributario barato y perpetuo.
Como reacción contra la ley del 39 surgió –sigue diciendo el señor Etayo-, el auténtico fuerista, Sagaseta de Ilurdoz, síndico de las Cortes de Navarra, insigne varón, no carlista pero sí amigo personal del general Zumalakarregi y quien fué desterrado a Valencia por considerársele sospechoso. Allí el magno fuerista escribió un libro cuya edición fué recogida, pudiéndose únicamente salvarse algunos ejemplares. En su texto, bellísimo, campean dos ideas centrales: Que Navarra es tan reino de por sí, tan soberano e independiente respecto de Castilla, como lo eran Suecia y Noruega no obstante tener un mismo rey; y que el fuero es la soberanía de Navarra.
Refuta la creencia de que la ley paccionada de 1841 no produjo reacción fuerista y pasa a hablar de las polémicas sostenidas entre Yanguas e Illarregui contra Ozcariz, quien sostuvo un fuerismo auténtico, pristino y recopiló sus escritos en un folleto titulado “Vindicación de los fueros vasco-navarros”.
A consecuencia de las sublevaciones militares habidas contra Espartero el año 1941, quiso aprovecharse el espíritu foral del país. En la rebelión de Navarra tomaron parte, con el general O’Donnell, muchos que habían luchado en la guerra bajo la bandera carlista y algunos liberales moderados, pero, como es sabido, aquellas insurrecciones fracasaron y no tuvieron ocasión O’Donnell, Montes de Oca ni la reina gobernadora para cumplir sus promesas.
En tanto, la ley del 1841 se consolidaba y adquiría estimación no de pura hipótesis foral, sino de tesis.
En medio de su docta disertación, el señor Etayo menciona un intermedio pintoresco glosando dos folletos de liberales navarros, uno de don Francisco Baztan Goñi, quien intentaba probar, como tesis general, que podrían armonizarse las viejas leyes navarras con los principios de aquella Constitución, hija de la revolución de septiembre, y el otro, suscrito por el pseudónimo de “El aldeano navarro”, pero su autor fue un ribereño, don Juan Yanguas, de Caparroso, a quien llamaban Yanguazas. Este, después de escribir a todo el mundo y señalar incalculable número de desdichas, se pregunta: ¿En qué debe pensar Navarra?, y se contesta el mismo: “En pensar de dejar ser españoles, de pertenecer a la degradada patria de Cádiz, y exclama: Antes turco que español”.
Seguidamente, después de explicar el carácter de la segunda guerra civil, destaca a carlistas que sentían vivísimamente el fuero, y eran: don Juan Cancio Mena y don Cruz de Ochoa de Zabalegui.
Mena, que había hecho ostensibles no solo su fuerismo navarro, sino, sus ideas de unidad vasca en 1866, tomó parte después, en la guerra, y fundó un periódico carlista en Bayona, en el que se propugnaba por la autonomía plena que el país había disfrutado.
De Ochoa Zabalegui, nacido en Puente la Reina, siendo sucesivamente, guardia civil, abogado, diputado, cura y hasta desempeñó cargos catedralicios, fue un carlista neto, a quien su temperamento le llevó a las iras de Santa Cruz y de quien, por último, dice el conferenciante, que no conoce, en el resto del siglo XIX, en Navarra ni en el resto del país, quien haya superado entre los carlistas, ni en otros sectores, el fuerismo de aquel navarro ejemplar.
En torno a los republicanos federales, remontándose a la época de la primera República española, cita a Olave, en aquel tiempo en que Navarra, dudando si había de constituirse en estado federal o formarlo con las provincias vascas, con Aragón o la Rioja, acordó al fin formar por sí sola un Estado. Olave propuso unas bases, que fueron acordadas en una asamblea celebrada en Estella por el partido federal, en las que, entre otras, figuraba aquella por la cual podrían reincorporarse a Navarra los territorios de la Rioja, de las Vascongadas y de la sexta merindad de Ultrapuertos, hoy pertenecientes a Francia.
El sentimiento fuerista navarro demostrado con motivo de la gesta patriótica denominada con el título de la Gamazada es objeto a continuación de un cántico entusiasta que el culto conferenciante eleva a los héroes de Navarra.
El suceso es casi de ayer –agrega el conferenciante- ya que realizóse treinta años ha, habiéndose suscitado con ocasión de un problema de orden crematístico, cual era la exigencia del ministro de Hacienda, Gamazo, de aumentar el cupo tributario de Navarra, con quebrantamiento del pacto vigente. Con tal motivo las gestiones de los representantes navarros fueron múltiples y el pueblo recibió a los diputados como se recibe a los héroes. A este respecto hace mención del grupo de vizcaínos que al frente de Sabino de Arana y Goiri honraba en unión de los navarros a los héroes de Navarra. El Gobierno de Madrid hubo de resignarse ante la decisión de Navarra y el régimen económico de Navarra quedó entonces como estaba. Invariado. No se aceptó fórmula alguna. Navarra triunfó.
Por último, tributa merecidas alabanzas a aquella admirable institución que con el nombre de “Asociación Eúskara de Navarra” se constituyó, el año 1877, en casa de don Juan Iturralde y Suit, con asistencia de los ilustres navarros Campión, Oloriz, Estanislao Aranzadi, Salvador Echaide, Florencio Ansoleaga, Dámaso Legaz, etc. Se crearon secciones de lengua y literatura vasca, etnografía, historia, arte, legislación, agricultura, instrucción y moralidad, industria y comercio y en estrecha relación se publicó un diario titulado el “Lau Buru”.
Y después de señalar la coincidencia con la naciente sociedad “Euskalerria” de Bilbao, interroga: ¿No os parece que, sin mengua de los méritos de nadie y menos de Sabino Arana, el apóstol, puede afirmarse que allá en la “Asociación Eúskara de Navarra”, están, en precursión, en raíz, en germen, el renacimiento del nacionalismo vasco?
Para terminar el conferenciante dedica sus palabras a la situación actual y perspectivas de Navarra en orden a los problemas tratados en la conferencia.
El movimiento actual –dijo- es lamentable. Navarra siente –y está muy bien- la preocupación religiosa. No siente la preocupación foral, señalando como culplables de ello a los dirigentes de la política derechista que no advierten que los intereses religiosos en nuestro pueblo más pueden esperar salvaguarda de la autonomía propia que del españolismo centralista.
No cree sin embargo, irremediable, el desvío. Las masas honradas de Navarra pueden ganarse todavía para el vasquismo pero partiendo del sentimiento foral y cambiando la terminología usual aquí en Guipúzcoa y en Vizcaya, porque son las palabras, el léxico, el vocabulario, más que las esencias lo que se repudia en la capital y en las grandes zonas deseuskerizadas.
Hay que hablar en Navarra, del fuero y hay que convencer a las gentes –y es la verdad- de que el fuero conduce necesariamente al patriotismo vasco.
Con esta táctica –termina diciendo el señor Etayo- se ganará Navarra para la causa de la patria vasca.
El notable y culto conferenciante recibió una cálida ovación prolongada en premio a su docta e interesante disertación pronunciada anoche en Euzko Pizkunde y transmitida por la emisora de Unión Radio, recibiendo asimismo un sinnúmero de felicitaciones y llamadas telefónicas, entre otras, la del presidente del Gipuzko y del Euzkadi Buru Batzar, don Teodoro de Ziaurriz.
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