Suele ser una práctica
habitual de los esencialismos identitarios anclar las identidades a
los territorios con el fin de llevarlas al ámbito de lo prepolítico
y cosificarlas geográficamente, olvidando que los mecanismos
identitarios dependen de la percepción que de sí tiene una
determinada población a lo largo del tiempo y que puede no ser
estable ni inmutable. Es más correcto hablar de la identidad, o de
las identidades en caso de sociedades plurales, de los habitantes o
de los ciudadanos. Un territorio no posee identidad ni identidades de
por sí sino en la medida en que se la proporcionan sus habitantes en
el curso del tiempo mediante procesos de reformulación en los que
operan mecanismos culturales.
En la actual
confrontación interpretativa sobre 1512, el actual pannavarrismo
soberanista y vasquista habla de un reino de Navarra identificado con
la versión coyuntural del mismo en la que alcanzó sus mayores
dimensiones geográficas y en la que se expandía, además de sobre
otros territorios, sobre los territorios de la actual Comunidad
Autónoma Vasca. De esa constatación colige no sólo que dicha
entidad política supuso en aquel momento la traducción
políticoinstitucional de Euskal Herria, al reunir y representar los
territorios históricos vascos, sino que el reino navarro, que debe
ser identificado precisamente con el de aquellos momentos y no con
otras versiones anteriores o posteriores del mismo, debería haber
seguido siendo expresión de la territorialidad vasca, incluso hasta
al presente, de no haber mediado las amputaciones llevadas a cabo por
Castilla en 1175-1200 y que llevaron a Álava, Guipúzcoa y Vizcaya a
la órbita castellana.
En el caso de UPN se
constata una voluntad explícita de recreación del imaginario
navarro por la que las fronteras actuales de Navarra son las que
correspondieron con las del antiguo Reino, obviando que éste tuvo
límites cambiantes, no sólo en relación con territorios
actualmente no navarros, sino incluso con zonas que se tienden a
considerar como navarras desde siempre, aún cuando algunas de éstas
se incorporaran a la entidad política navarra con posterioridad a
que lo hicieran otras hoy en día situadas allende nuestras
fronteras. A ese proceso de cosificación responden los carteles de
bienvenida que el conductor encuentra al entrar en territorio
navarro. Al mismo discurso obedece también la tendencia de presentar
como más navarras a aquellas comarcas en las que los postulados
navarristas en su vertiente upenista están electoralmente más
afianzados. También es preciso mencionar que la insistencia de UPN
de presentar a la actual comunidad foral como heredera del antiguo
reino engarza con su empeño de diferenciación en cuanto al rango de
nuestro status políticoinstitucional, superior al de las demás
comunidades autónomas del estado por ser el de éstas producto de
una concesión del Estado.
Acerca de esa estrategia
de UPN es bien elocuente una anécdota de la que el firmante de estas
líneas fue protagonista. Hace diez años, en septiembre de 2002, en
la rueda de prensa de presentación de la Historia del navarrismo
de la que fuí coautor, junto con Ángel García-Sanz Marcotegui e
Iñaki Iriarte López, mencioné, al responder a un periodista, que
las manipulaciones presentistas tenían origen múltiple y cité en
relación con ello el error en el que había incurrido Miguel Sanz,
entonces Presidente del Gobierno de Navarra, al afirmar, en respuesta
a la erección de una estatua en honor a Sancho el Mayor en
Hondarribia por Udalbiltza, que el gobierno que presidía enmendaría
aquella acción tributando un homenaje al mencionado monarca
altomedieval en Tudela, el lugar que, según él, le correspondía.
Como cualquier lector avisado advertirá, Miguel Sanz, imbuído de la
convicción de que Navarra ha tenido unas fronteras inmutables, se
confundió de Sancho: Sancho el Mayor nunca reinó en Tudela; sí que
lo hizo Sancho el Fuerte que, además, hizo de la capital ribera su
ciudad preferida. La prensa de entonces se hizo cargo del asunto, en
el caso del Diario de Noticias incluyendo mapas aclaratorios.
El empeño de imaginar
Navarra como continuum territorial a lo largo del tiempo se estrella
ante la evidencia de las discontinuidades históricas hasta la Baja
Edad Media. La Navarra primitiva o Vieja Navarra, que sería el
soporte inicial de la primera entidad política propiamente dicha con
la que se suele identificar el concepto geográfico que estamos
analizando (es decir, el pequeño reino de Pamplona, surgido a
mediados del siglo IX de manos del linaje de los Arista, después de
toda una centuria en la que las élites locales estuvieron sometidas
a la vigilancia musulmana y franca) tuvo contornos mucho menores que
los límites de la actual Comunidad Foral. En principio, según la
Crónica del Príncipe de Viana, dicho reino parece haber limitado
inicialmente su jurisdicción a algunos valles centrales del actual
territorio navarro (en concreto, los valles de Goñi, Guesálaz,
Yerri, Allín, Amescoas, Lana, Ega, Berrueza y las tierras alavesas
de Campezo). Con todo, ya en el primer cuarto del siglo X, la
monarquía pamplonesa con Sancho Garcés I señoreaba también sobre
espacios del este de Navarra (la zona de Sangüesa), la Ribera Alta
de Navarra, sobre la Rioja y sobre la Jacetania aragonesa.
Hasta principios del
siglo XII no culminaría el paulatino y gradual proceso de
reconquista, demorado durante varios siglos, ajustándose por el sur,
con la anexión de la Ribera tudelana, los contornos de la entidad
política navarra del momento a la realidad espacial que
tradicionalmente, desde entonces, se ha conocido como Navarra. No
obstante, aún entonces, e incluso un poco más tarde más tarde, el
concepto de Navarra haría referencia a la Navarra primitiva de la
que hemos hablado hasta el punto de que en 1237 la ciudad de Tudela
consideraba a Navarra como país distinto al suyo. Sólo a lo largo
de los siglos XIII y XIV se consolidaría aquel concepto como
referente aproximado de lo que hoy conocemos como Navarra.
Además, durante los
siglos IX a XII el Reino de Pamplona estuvo presente en amplias zonas
del Alto Aragón, así como en la Rioja y en las actuales provincias
Vascongadas. Durante el reinado de García Sánchez I (925-970) el
Reino de Pamplona se apoderará de gran parte de Álava,
arrebatándosela al conde castellano Fernán González. Con Sancho el
Mayor (1004-1035) la monarquía pamplonesa reina sobre Guipúzcoa,
Vizcaya y Álava, la Rioja y sobre todo el Alto Aragón, así como en zonas de Castilla. Esos mismos
territorios fueron los dominados por García IV el de Nájera
(1035-1054), con la excepción de los altoaragoneses y algunos de Castilla. El empuje
castellano durante el reinado de Sancho el de Peñalén (1054-1076)
supuso una primera pérdida de los territorios vascos occidentales,
que posteriormente fueron reintegrados en 1127 bajo el reinado de
Alfonso el Batallador con quien finalizó una etapa en la que Navarra
estuvo unida a Aragón y que comenzó con Sancho Ramírez en 1076.
Con Sancho el Sabio (1150-1194), con quien termina el Reino de
Pamplona por acuñarse con carácter definitivo la expresión Reino
de Navarra, y con Sancho el Fuerte (1194-1234) las conquistas
castellanas amputarán poco a poco la presencia navarra en el oeste:
así, se perderá La Rioja en 1163, la Bureba en 1167, Vizcaya en
1175 y Álava y Guipúzcoa en 1200. De esta forma, desde el reinado
de Sancho el Fuerte hasta mediados del siglo XV, el Reino de Navarra
estaba formado por nuestra actual comunidad más la extensión de
Laguardia por el oeste, así como algunas zonas del País Vasco
Francés cedidas por Inglaterra a causa de vínculos familiares y los
territorios sueltos dispersados por territorio francés que eran
patrimonio dinástico de los diferentes reyes navarros durante la
Baja Edad Media, por el norte.
En 1461 la comarca
alavesa de Laguardia, en el poniente, quedaría incorporada a
Castilla y dos años más tarde, en 1463, los Arcos y su Partido (es
decir, los municipios de Sansol, Torres del Río, El Busto y
Armañanzas) pasarían a formar parte del reino castellano en virtud
de un acuerdo firmado por Juan II de Navarra y Enrique IV de
Castilla, no reintegrándose a Navarra hasta 1753.
Dejando de lado los
territorios sueltos dispersados por territorio francés que eran
patrimonio dinástico de los diferentes reyes navarros durante la
Baja Edad Media, por el norte, las fronteras de Navarra sufrirían
una merma considerable en virtud del abandono de la Baja Navarra o
Merindad de Ultrapuertos por parte de las tropas castellanas en 1530
a causa de las complicaciones que representaba su defensa más allá
de la cordillera pirenaica. Ese territorio siguió en manos de la
Casa de Albret, la dinastía reinante en Navarra en 1512, momento de
la conquista castellana, hasta su posterior integración unos
decenios más tarde en la monarquía francesa. Desde 1530 las
fronteras de Navarra registraron pocos cambios.
Por lo tanto, durante la
Edad Media el reino de Navarra, originalmente de Pamplona hasta el
siglo XII, constituyó una entidad política independiente que dominó
sobre territorios que fueron variando en el curso del tiempo y que no
se correspondieron en determinados momentos solamente con los que menciona el pannavarrismo
soberanista y vasquista de hoy en día. El único período en el que
Navarra convivió en una misma entidad política con las provincias
vascongadas que actualmente conforman la Comunidad Autónoma Vasca
fue durante los siglos X, XI y XII. Asimismo, el reino de Navarra
estuvo muy unido al Alto Aragón, cubriendo la Jacetania desde el
primer tercio del siglo X y Sobrarbe y Ribagorza desde mediados del
XI. Ambas zonas serían navarras hasta principios del siglo XII.
Tampoco hay que olvidar que la monarquía navarra y la aragonesa
estarían unidas en el último cuarto del siglo XI y el primero del
XII. Como un eco de ello, los cronistas y autores aragoneses de la
Edad Moderna considerarán a Navarra “parte esencial y miembro
irrenunciable” de la Corona de Aragón, llegándolo a plasmar
en un mapa encargado por la Diputación aragonesa en 1610. Por su
parte, la actual La Rioja fue parte de la monarquía pamplonesa desde
principios del siglo X hasta 1163, fecha en que fue conquistada
irreversiblemente por Castilla. La Rioja llegó a ser epicentro de la
monarquía pamplonesa puesto que Nájera fue corte de la misma en el
siglo XI, conservándose hoy en día restos de reyes navarros allí.
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