Con ocasión del día de
hoy, festividad de San Francisco Javier, resulta pertinente
profundizar en las características de uno de las interpretaciones
discursivas en torno a aquél, la propugnada desde el navarrismo de
derechas, sobre todo por su carácter movilizador durante la época
de la República y por su trascendencia durante la postguerra y la
dictadura franquista.
Tras su beatificación
por Pablo V en 1619, la Diputación del Reino de Navarra, en nombre
de éste, acordó en 1621 recibirlo por patrón a Francisco de Javier
a expensas de que dicho acuerdo fuera ratificado por parte las Cortes
en su próxima reunión. Para cuando éstas corroboraron dicha
decisión, en 1624, Gregorio XV había canonizado dos años antes a
aquél, junto con San Ignacio de Loyola, San Isidro Labrador, Santa
Teresa de Jesús y San Felipe Neri. El acuerdo del legislativo
navarro añadía la petición a la Diputación para que estableciese
el ceremonial pertinente, lo que fue raudamente cumplimentado, así
como la solicitud a todos los obispos que tenían jurisdicción en
tierras navarras para que la festividad fuese de precepto en todo el
Reino. No obstante lo anterior, entre 1647 y 1657 se registró un
debate porque el Ayuntamiento de Pamplona y el Cabildo de la Catedral
quisieron hacer valer la primacía de San Fermín como patrón de
Navarra. Finalmente se optaría por designar a ambos santos como
copatronos igualmente principales del reino.
Dada la
condición objetiva de ser San Francisco Javier miembro de una
familia agramontesa que luchó en contra de la invasión castellana,
se ha comentado que su nombramiento como patrón del reino fue una
expresión de patriotismo navarro por parte de las instituciones
navarras en esos años. La revitalización del sentimiento
particularista estuvo acompañado de otros acuerdos de las mismas
como la solicitud de que el obispado de Pamplona y las abadías
recayeran en hombres navarros; el nombramiento del jesuita pamplonés
José Moret como primer cronista del reino, o el encargo a Antonio
Chavier de la recopilación de la legislación autóctona, quien de
paso insistirá, al igual que Moret, en la primacía del reino y de
sus leyes sobre la soberanía del monarca.
Durante
el siglo XIX se perdió la convergencia barroca en la que en los
actos en homenaje al santo confluían visiblemente autoridades
civiles y eclesiásticas con la mayor pompa. De hecho, hacia finales
de siglo el ceremonial civil y el religioso tomaron caminos
separados: la Diputación se limitaba a acudir a una misa que se
celebraba en la capilla del Palacio Provincial en honor del patrón
de Navarra, mientras el obispo y la Archicofradía de San Francisco
Javier celebraban sendas misas a horas distintas por la mañana. De
cualquier forma, hacia finales de la misma centuria la figura de San
Francisco Javier comenzaría a ser reivindicada
con fuerza con arreglo a los parámetros del romanticismo eúskaro.
Así, en 1882 Paulino Gil Bardaji le incluía en su Memoria
acerca de los hombres célebres de Navarra,
Claudio Otaegui le dedicaba el poema San
Francisko Javierko Indietako apostulari alabanzak,
premiado en el certamen literario celebrado en Pamplona en 1882 y
Juan Iturralde y Suit publicaba en 1883 Una
visita al Castillo de Javier. Esos
textos fueron previos a la peregrinación que organizó la Diputación
en 1886 en acción de gracias por haber considerado que el santo
había evitado una epidemia de cólera morbo en Navarra y a la que
acudieron gentes de todas las
Merindades, especialmente desde Pamplona.
Durante
las tres primeras décadas del siglo XX tendría lugar una primera
consolidación de la interpretación de San Francisco Javier como
símbolo de la catolicidad de Navarra frente a los intentos de
laicización de los gobiernos liberales que ya en diciembre de 1906
habían provocado una fuerte contestación con ocasión de la Ley de
Asociaciones que se quería aplicar a las congregaciones religiosas.
Tras un primer intento de instituir anualmente una marcha a Javier
por parte de Diario de Navarra en 1911, que no tendría continuidad
inmediata, la Diputación acordó en 1916 “reponer el acuerdo del
Reino del 2 de agosto de 1622” y restablecer la participación
solemne de la corporación en los actos de San Saturnino en
corporación, recreando una escenografía tradicionalista de gran
boato. Ese ceremonial se repetiría anualmente sin variaciones hasta
la llegada de la República.
Por
otra parte, a partir de entonces comenzó a publicar sus trabajos el
jesuita Francisco Escalada en los que se difundiría la imagen del
santo como heroe misionero navarro. En 1922, año en que se
celebró el Centenario de la canonización del Santo, esa imagen
sería proyectada a través de la prensa, de las revistas eruditas
como el Boletín de la Comisión de Monumentos Históricos y
Artísticos de Navarra y por múltiples intelectuales de la provincia
como Campión, Altadill, Eladio Esparza, etc., en multitud de
artículos y conferencias. Además, la llegada de las reliquias del
santo aquel mismo año y su paseo itinerante por toda Navarra,
incluída la sexta merindad, la Peregrinación Oficial a Javier a la
que llegaría a acudir el propio rey Alfonso XIII y la Procesión
celebrada en Pamplona servirían para construir un discurso
identificativo entre San Francisco Javier como esencia de lo navarro
que sería de gran utilidad para la utilización movilizadora que del
mismo se haría en el periodo republicano. Con todo, ya en aquellos
actos de 1922 se vertebrarían los ejes primordiales de tal discurso:
en una conferencia pronunciada en el Teatro Gayarre el
tradicionalista Joaquín Beúnza hablaría de las virtudes misioneras
del santo, símbolo del pietismo católico navarro, y daría a
entender que Navarra era el centro de una España interpretada por un
designio de catolicidad imperial y activa en defensa de la unidad de
la patria española y de la Iglesia.
Con la República, la figura de San Francisco Javier sería empleada en un primer conato movilizador por las derechas navarras que ilustraría a las mismas
acerca de la rentabilidad de explotación de los iconos religiosos y
de la religión en general para la estructuración del descontento
antirrepublicano. La ocasión la daría la Comisión Gestora de la
Diputación, designada por el Gobierno de Madrid en abril de 1931 y
en el que los republicanos-socialistas constituían la mayoría, al
decidir que, consecuentemente con el espíritu laico de los valores
republicanos y con el articulado de la Constitución que iba a
aprobarse en los próximos días, decidió romper con la tradición
acuñada desde 1916 y no acudir a los actos religiosos del día. Esa
decisión se topó con el llamamiento a participar en ellos de la
prensa de derechas y de diversas personalidades de los partidos de
esos espectros ideológicos, así como de los alcaldes de diversas
localidades, difundiendo el mensaje que con ello se compensaba el
desagravio ocasionado por las nuevas autoridades provinciales. La
medida adoptada por el gobernador civil Ramón Bandrés de sancionar
a los alcaldes que se habían pronunciado al respecto, animando a
estar presentes en los actos religiosos, facilitó la propagación de
la maniobra de contestación al acusarse abiertamente a la Comisión
Gestora de la Diputación de ir en contra de las tradiciones y de los
símbolos más enraizados de Navarra. Asimismo, animó a que fueran
los ex-diputados forales anteriores a 1931 quienes tomaran el testigo
de convocar a la participación en dichos actos que, dicho sea de
paso, se prepararon con la máxima riqueza escenográfica y
solemnidad.
Aquel jueves de diciembre
de 1931, que no era laboralmente festivo, cesó casi toda la
actividad laboral de Pamplona y una multitud de ciudadanos acudieron
a arropar a las personalidades de los partidos derechistas animadores
a participar en el acto. Entre ellos, esta vez, no estaban solamente
conservadores, tradicionalistas, católicos independientes y
dinásticos. También acudieron insignes representantes del Partido
Nacionalista Vasco como el futuro lehendakari José Antonio Aguirre,
diputado en Madrid por Navarra por la coalición católicofuerista
(coalición formada entre las derechas navarras y el PNV) elegido en
junio de 1931 y Manuel Irujo. También acudieron representantes de la
Comisión Permanente de Alcaldes de Vizcaya y la de Guipúzcoa,
comisión nuclear en el proceso estatutario desarrollado por dicha
coalición y cuya labor se sustanciaría en el fracasado estatuto de
Estella y en la que los nacionalistas tenían fuerte presencia. Otros
diputados peneuvistas se adhirieron al llamamiento. Llama la atención
la apuesta del PNV en esta movilización católica claramente de
tintes claramente antirrepublicanos, sobre todo, porque dicho partido
estaba en aquel momento sustanciando su reconocimiento de la
legalidad y de la constitución de la República, así como la
ruptura de la coalición de la que formaba parte en el Parlamento de
Madrid. El mismo día 3 de diciembre diversos diputados peneuvistas
visitaron a Alcalá-Zamora en su propio domicilio para anunciarle su
regreso a la Cámara de la que se habían ausentado, en unión de
toda la minoría vasconavarra, el 14 de octubre por la votación del
artículo 26 de la Constitución, así como el voto de su formación
a su favor una semana más tarde. Efectivamente, el día 10 de
diciembre el PNV votaba a favor de la investidura de Alcalá-Zamora
como Presidente de la República, reconociendo en una nota que su
voto implicaba la aceptación del régimen republicano, que no
estimaban incompatible con el Estatuto que propugnaban, mientras que
los demás diputados de la minoría católicofuerista se abstenían.
Dicha actitud positiva volvería a activar el proceso estatutario
mediante el decreto del Gobierno Azaña del 8 de ese mes, publicado
en la Gaceta de Madrid al día siguiente y redactado por
Indalecio Prieto, sobre la regulación legal del mismo. Este
comportamiento contradictorio en Madrid y en Pamplona de los
jeltzales en aquel momento era una prueba de la debilidad de su
implantación en Navarra y les garantizaría la enemiga a partir de
entonces de la derecha navarrista al igual que el apoyo a ésta les
había ocasionado la incomprensión a lo largo de 1931 de los
partidos de la izquierda.
Los mensajes pronunciados
en la misa de aquel día subrayaron, como no podía ser de otro modo,
las “glorias misionales” de San Francisco Javier, “las virtudes
de la raza” y “los sentimientos piadosos y religiosos del pueblo
navarro”. Tras el final de la función religiosa, se produjeron
incidentes. Una nutrida manifestación se dirigió al Palacio de la
Diputación para expresar su rechazo de la conducta de la Comisión
Gestora. Posteriormente, unos jóvenes se encaramaron al balcón del
Palacio y colgaron la bandera de Navarra en su versión tradicional
(es decir, con la Corona, que confrontaba con la mural adoptada por
las autoridades republicanas), rompiendo de paso la bandera de España
tricolor republicana. Su acción fue refrendada por gritos de los
manifestantes a favor de la Navarra católica y a San Francisco
Javier. Una congregación de signo contrario se enfrentó a los
manifestantes y hubo incidentes entre unos y otros y la fuerza
pública. Los ánimos se volvieron a encrespar cuando la bandera de
Navarra colocada por los manifestantes en el balcón fue retirada por
algunos operarios mandados por las autoridades republicanas y
socialistas de la Diputación y del Ayuntamiento de Pamplona, siendo
luego rasgada y quemada.
Después la guerra civil,
San Francisco Javier sería repetidamente enarbolado como símbolo
por el bando vencedor de la contienda. Ya en marzo de 1940 losexcombatientes de la guerra civil, agrupados en la Hermandad de
Caballeros Voluntarios de la Cruz organizaron una Marcha a Javier.
Esa hermandad fue conformada en diciembre de 1939 en Irache “para
perpetuar el espíritu de la Cruzada, para que no se olvide a los que
murieron”. Formaban parte de ella ilustres derechistas como José
Ángel Zubiaur Alegre, Cesáreo Sanz Orrio, Jaime del Burgo e Ignacio
Baleztena. En el acto de constitución les impuso los hábitos el
obispo de Pamplona Marcelino Olaechea, el mismo que el
23 de agosto de 1936, día de la matanza de Valcardera en la que
asesinarían a 52 miembros de los partidos navarros de izquierda,
acuñaría en un artículo en la prensa la expresión de cruzada
para referirse a la guerra de 1936 ya que, aunque tal término para
denotar la guerra civil había sido ya usado por los militares, por
la prensa navarra o por la Junta Carlista de Guerra, la jerarquía
eclesiástica no lo había utilizado todavía. En dicha peregrinación
de marzo de 1940 tomaron parte 5.000 antiguos combatientes que
recibieron la bendición del mencionado obispo. Al año siguiente,
sería el propio Marcelino Olaechea quien convocaría a los jóvenes
navarros a acudir a Javier. Allí comunicaría a los asistentes que
los navarros que habían combatido en el bando franquista luchaban
“por Dios”, tenían “alma de virgen” y eran “como Javier
navarros” y exhortó a aquéllos a ingresar en la Hermandad de
Caballeros Voluntarios de la Cruz. El mismo Olaechea no se privaría
de denominar a los voluntarios de 1936 “javieres” ni de
contemplar la sedición contra la República como “la Javierada de
1936”. En los años siguientes, sin que la anteriormente citada
Hermandad se desvinculara del mismo, el organizador primordial de las
Marchas a Javier, desde la sección masculina de jóvenes de Acción
Católica, sería el sacerdote Santos Beguiristáin, de funesto
recuerdo en Azagra a causa de su activa colaboración como párroco
en los asesinatos de 71 izquierdistas en dicha localidad ribera
(donde se registró una saca de 21 personas de una tacada el 6 de
septiembre, festividad de la Virgen del Olmo, patrona de la misma).
Según atestiguan diversos textos, las connotaciones belicistas de la
peregrinación persistirían años más tarde como un hilo de la
lectura misionera y castrense de San Francisco Javier ofrecida en
1941 por Eladio Esparza, el más relevante teórico del navarrismo
foral de derechas desde las páginas de Diario de Navarra del que era
subdirector y donde se ocupaba de las cuestiones que tenían que ver
con la política navarra.
Dicha lectura conocería una plasmación iconográfica en los frescos de
Ramón Stolz para el monumento a los Caídos, inaugurado por Franco
en diciembre de 1952, aprovechando la visita que el
dictador hizo con motivo justamente del IV Centenario de la muerte de
San Francisco Javier. Es la imagen central de San
Francisco Javier la que sirve de nexo unión de la Navarra guerrera y
la Navarra misionera en una interpretación teleológica de la
historia de Navarra como un combate eterno por la religión y por la
patria.
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