lunes, 3 de diciembre de 2012

LA VERSIÓN DE SAN FRANCISCO JAVIER DEL NAVARRISMO DE DERECHAS DURANTE LA REPÚBLICA Y EL FRANQUISMO.



Con ocasión del día de hoy, festividad de San Francisco Javier, resulta pertinente profundizar en las características de uno de las interpretaciones discursivas en torno a aquél, la propugnada desde el navarrismo de derechas, sobre todo por su carácter movilizador durante la época de la República y por su trascendencia durante la postguerra y la dictadura franquista.

Tras su beatificación por Pablo V en 1619, la Diputación del Reino de Navarra, en nombre de éste, acordó en 1621 recibirlo por patrón a Francisco de Javier a expensas de que dicho acuerdo fuera ratificado por parte las Cortes en su próxima reunión. Para cuando éstas corroboraron dicha decisión, en 1624, Gregorio XV había canonizado dos años antes a aquél, junto con San Ignacio de Loyola, San Isidro Labrador, Santa Teresa de Jesús y San Felipe Neri. El acuerdo del legislativo navarro añadía la petición a la Diputación para que estableciese el ceremonial pertinente, lo que fue raudamente cumplimentado, así como la solicitud a todos los obispos que tenían jurisdicción en tierras navarras para que la festividad fuese de precepto en todo el Reino. No obstante lo anterior, entre 1647 y 1657 se registró un debate porque el Ayuntamiento de Pamplona y el Cabildo de la Catedral quisieron hacer valer la primacía de San Fermín como patrón de Navarra. Finalmente se optaría por designar a ambos santos como copatronos igualmente principales del reino.

Dada la condición objetiva de ser San Francisco Javier miembro de una familia agramontesa que luchó en contra de la invasión castellana, se ha comentado que su nombramiento como patrón del reino fue una expresión de patriotismo navarro por parte de las instituciones navarras en esos años. La revitalización del sentimiento particularista estuvo acompañado de otros acuerdos de las mismas como la solicitud de que el obispado de Pamplona y las abadías recayeran en hombres navarros; el nombramiento del jesuita pamplonés José Moret como primer cronista del reino, o el encargo a Antonio Chavier de la recopilación de la legislación autóctona, quien de paso insistirá, al igual que Moret, en la primacía del reino y de sus leyes sobre la soberanía del monarca.

Durante el siglo XIX se perdió la convergencia barroca en la que en los actos en homenaje al santo confluían visiblemente autoridades civiles y eclesiásticas con la mayor pompa. De hecho, hacia finales de siglo el ceremonial civil y el religioso tomaron caminos separados: la Diputación se limitaba a acudir a una misa que se celebraba en la capilla del Palacio Provincial en honor del patrón de Navarra, mientras el obispo y la Archicofradía de San Francisco Javier celebraban sendas misas a horas distintas por la mañana. De cualquier forma, hacia finales de la misma centuria la figura de San Francisco Javier comenzaría a ser reivindicada con fuerza con arreglo a los parámetros del romanticismo eúskaro. Así, en 1882 Paulino Gil Bardaji le incluía en su Memoria acerca de los hombres célebres de Navarra, Claudio Otaegui le dedicaba el poema San Francisko Javierko Indietako apostulari alabanzak, premiado en el certamen literario celebrado en Pamplona en 1882 y Juan Iturralde y Suit publicaba en 1883 Una visita al Castillo de Javier. Esos textos fueron previos a la peregrinación que organizó la Diputación en 1886 en acción de gracias por haber considerado que el santo había evitado una epidemia de cólera morbo en Navarra y a la que acudieron gentes de todas las Merindades, especialmente desde Pamplona.

Durante las tres primeras décadas del siglo XX tendría lugar una primera consolidación de la interpretación de San Francisco Javier como símbolo de la catolicidad de Navarra frente a los intentos de laicización de los gobiernos liberales que ya en diciembre de 1906 habían provocado una fuerte contestación con ocasión de la Ley de Asociaciones que se quería aplicar a las congregaciones religiosas. Tras un primer intento de instituir anualmente una marcha a Javier por parte de Diario de Navarra en 1911, que no tendría continuidad inmediata, la Diputación acordó en 1916 “reponer el acuerdo del Reino del 2 de agosto de 1622” y restablecer la participación solemne de la corporación en los actos de San Saturnino en corporación, recreando una escenografía tradicionalista de gran boato. Ese ceremonial se repetiría anualmente sin variaciones hasta la llegada de la República.

Por otra parte, a partir de entonces comenzó a publicar sus trabajos el jesuita Francisco Escalada en los que se difundiría la imagen del santo como heroe misionero navarro. En 1922, año en que se celebró el Centenario de la canonización del Santo, esa imagen sería proyectada a través de la prensa, de las revistas eruditas como el Boletín de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra y por múltiples intelectuales de la provincia como Campión, Altadill, Eladio Esparza, etc., en multitud de artículos y conferencias. Además, la llegada de las reliquias del santo aquel mismo año y su paseo itinerante por toda Navarra, incluída la sexta merindad, la Peregrinación Oficial a Javier a la que llegaría a acudir el propio rey Alfonso XIII y la Procesión celebrada en Pamplona servirían para construir un discurso identificativo entre San Francisco Javier como esencia de lo navarro que sería de gran utilidad para la utilización movilizadora que del mismo se haría en el periodo republicano. Con todo, ya en aquellos actos de 1922 se vertebrarían los ejes primordiales de tal discurso: en una conferencia pronunciada en el Teatro Gayarre el tradicionalista Joaquín Beúnza hablaría de las virtudes misioneras del santo, símbolo del pietismo católico navarro, y daría a entender que Navarra era el centro de una España interpretada por un designio de catolicidad imperial y activa en defensa de la unidad de la patria española y de la Iglesia.

Con la República, la figura de San Francisco Javier sería empleada en un primer conato movilizador por las derechas navarras que ilustraría a las mismas acerca de la rentabilidad de explotación de los iconos religiosos y de la religión en general para la estructuración del descontento antirrepublicano. La ocasión la daría la Comisión Gestora de la Diputación, designada por el Gobierno de Madrid en abril de 1931 y en el que los republicanos-socialistas constituían la mayoría, al decidir que, consecuentemente con el espíritu laico de los valores republicanos y con el articulado de la Constitución que iba a aprobarse en los próximos días, decidió romper con la tradición acuñada desde 1916 y no acudir a los actos religiosos del día. Esa decisión se topó con el llamamiento a participar en ellos de la prensa de derechas y de diversas personalidades de los partidos de esos espectros ideológicos, así como de los alcaldes de diversas localidades, difundiendo el mensaje que con ello se compensaba el desagravio ocasionado por las nuevas autoridades provinciales. La medida adoptada por el gobernador civil Ramón Bandrés de sancionar a los alcaldes que se habían pronunciado al respecto, animando a estar presentes en los actos religiosos, facilitó la propagación de la maniobra de contestación al acusarse abiertamente a la Comisión Gestora de la Diputación de ir en contra de las tradiciones y de los símbolos más enraizados de Navarra. Asimismo, animó a que fueran los ex-diputados forales anteriores a 1931 quienes tomaran el testigo de convocar a la participación en dichos actos que, dicho sea de paso, se prepararon con la máxima riqueza escenográfica y solemnidad.

Aquel jueves de diciembre de 1931, que no era laboralmente festivo, cesó casi toda la actividad laboral de Pamplona y una multitud de ciudadanos acudieron a arropar a las personalidades de los partidos derechistas animadores a participar en el acto. Entre ellos, esta vez, no estaban solamente conservadores, tradicionalistas, católicos independientes y dinásticos. También acudieron insignes representantes del Partido Nacionalista Vasco como el futuro lehendakari José Antonio Aguirre, diputado en Madrid por Navarra por la coalición católicofuerista (coalición formada entre las derechas navarras y el PNV) elegido en junio de 1931 y Manuel Irujo. También acudieron representantes de la Comisión Permanente de Alcaldes de Vizcaya y la de Guipúzcoa, comisión nuclear en el proceso estatutario desarrollado por dicha coalición y cuya labor se sustanciaría en el fracasado estatuto de Estella y en la que los nacionalistas tenían fuerte presencia. Otros diputados peneuvistas se adhirieron al llamamiento. Llama la atención la apuesta del PNV en esta movilización católica claramente de tintes claramente antirrepublicanos, sobre todo, porque dicho partido estaba en aquel momento sustanciando su reconocimiento de la legalidad y de la constitución de la República, así como la ruptura de la coalición de la que formaba parte en el Parlamento de Madrid. El mismo día 3 de diciembre diversos diputados peneuvistas visitaron a Alcalá-Zamora en su propio domicilio para anunciarle su regreso a la Cámara de la que se habían ausentado, en unión de toda la minoría vasconavarra, el 14 de octubre por la votación del artículo 26 de la Constitución, así como el voto de su formación a su favor una semana más tarde. Efectivamente, el día 10 de diciembre el PNV votaba a favor de la investidura de Alcalá-Zamora como Presidente de la República, reconociendo en una nota que su voto implicaba la aceptación del régimen republicano, que no estimaban incompatible con el Estatuto que propugnaban, mientras que los demás diputados de la minoría católicofuerista se abstenían. Dicha actitud positiva volvería a activar el proceso estatutario mediante el decreto del Gobierno Azaña del 8 de ese mes, publicado en la Gaceta de Madrid al día siguiente y redactado por Indalecio Prieto, sobre la regulación legal del mismo. Este comportamiento contradictorio en Madrid y en Pamplona de los jeltzales en aquel momento era una prueba de la debilidad de su implantación en Navarra y les garantizaría la enemiga a partir de entonces de la derecha navarrista al igual que el apoyo a ésta les había ocasionado la incomprensión a lo largo de 1931 de los partidos de la izquierda.

Los mensajes pronunciados en la misa de aquel día subrayaron, como no podía ser de otro modo, las “glorias misionales” de San Francisco Javier, “las virtudes de la raza” y “los sentimientos piadosos y religiosos del pueblo navarro”. Tras el final de la función religiosa, se produjeron incidentes. Una nutrida manifestación se dirigió al Palacio de la Diputación para expresar su rechazo de la conducta de la Comisión Gestora. Posteriormente, unos jóvenes se encaramaron al balcón del Palacio y colgaron la bandera de Navarra en su versión tradicional (es decir, con la Corona, que confrontaba con la mural adoptada por las autoridades republicanas), rompiendo de paso la bandera de España tricolor republicana. Su acción fue refrendada por gritos de los manifestantes a favor de la Navarra católica y a San Francisco Javier. Una congregación de signo contrario se enfrentó a los manifestantes y hubo incidentes entre unos y otros y la fuerza pública. Los ánimos se volvieron a encrespar cuando la bandera de Navarra colocada por los manifestantes en el balcón fue retirada por algunos operarios mandados por las autoridades republicanas y socialistas de la Diputación y del Ayuntamiento de Pamplona, siendo luego rasgada y quemada.

Después la guerra civil, San Francisco Javier sería repetidamente enarbolado como símbolo por el bando vencedor de la contienda. Ya en marzo de 1940 losexcombatientes de la guerra civil, agrupados en la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz organizaron una Marcha a Javier. Esa hermandad fue conformada en diciembre de 1939 en Irache “para perpetuar el espíritu de la Cruzada, para que no se olvide a los que murieron”. Formaban parte de ella ilustres derechistas como José Ángel Zubiaur Alegre, Cesáreo Sanz Orrio, Jaime del Burgo e Ignacio Baleztena. En el acto de constitución les impuso los hábitos el obispo de Pamplona Marcelino Olaechea, el mismo que el 23 de agosto de 1936, día de la matanza de Valcardera en la que asesinarían a 52 miembros de los partidos navarros de izquierda, acuñaría en un artículo en la prensa la expresión de cruzada para referirse a la guerra de 1936 ya que, aunque tal término para denotar la guerra civil había sido ya usado por los militares, por la prensa navarra o por la Junta Carlista de Guerra, la jerarquía eclesiástica no lo había utilizado todavía. En dicha peregrinación de marzo de 1940 tomaron parte 5.000 antiguos combatientes que recibieron la bendición del mencionado obispo. Al año siguiente, sería el propio Marcelino Olaechea quien convocaría a los jóvenes navarros a acudir a Javier. Allí comunicaría a los asistentes que los navarros que habían combatido en el bando franquista luchaban “por Dios”, tenían “alma de virgen” y eran “como Javier navarros” y exhortó a aquéllos a ingresar en la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz. El mismo Olaechea no se privaría de denominar a los voluntarios de 1936 “javieres” ni de contemplar la sedición contra la República como “la Javierada de 1936”. En los años siguientes, sin que la anteriormente citada Hermandad se desvinculara del mismo, el organizador primordial de las Marchas a Javier, desde la sección masculina de jóvenes de Acción Católica, sería el sacerdote Santos Beguiristáin, de funesto recuerdo en Azagra a causa de su activa colaboración como párroco en los asesinatos de 71 izquierdistas en dicha localidad ribera (donde se registró una saca de 21 personas de una tacada el 6 de septiembre, festividad de la Virgen del Olmo, patrona de la misma). Según atestiguan diversos textos, las connotaciones belicistas de la peregrinación persistirían años más tarde como un hilo de la lectura misionera y castrense de San Francisco Javier ofrecida en 1941 por Eladio Esparza, el más relevante teórico del navarrismo foral de derechas desde las páginas de Diario de Navarra del que era subdirector y donde se ocupaba de las cuestiones que tenían que ver con la política navarra.

Dicha lectura conocería una plasmación iconográfica en los frescos de Ramón Stolz para el monumento a los Caídos, inaugurado por Franco en diciembre de 1952, aprovechando la visita que el dictador hizo con motivo justamente del IV Centenario de la muerte de San Francisco Javier. Es la imagen central de San Francisco Javier la que sirve de nexo unión de la Navarra guerrera y la Navarra misionera en una interpretación teleológica de la historia de Navarra como un combate eterno por la religión y por la patria. 


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