Ayer falleció en Baiona Javier García-Larrache, una persona ciertamente querida.
Conocí a Javier a mediados de los años ochenta cuando me permitió ver algunos documentos de su archivo familiar sobre la ferrería Olandia y ahondé en su amistad en los años siguientes.
También en los años ochenta Javier protagonizó un acto que es preciso recordar. Cedió al Archivo General de Navarra la documentación del Consejo de Navarra, la entidad formada por la legalidad republicana en el exilio de Baiona, que él custodiaba como heredero de su padre, Rufino García Larrache, uno de los miembros más destacados de aquel. La consulta de esa documentación es imprescindible para la reconstrucción del exilio republicano navarro.
A principios de 2006, cuando se cumplían los cincuenta años del fallecimiento de su padre, Rufino García Larrache, desde Bidasoa Ikerketa Zentroa/Centro de Estudios Bidasoa le animamos a escribir la biografía de su progenitor. Javier aceptó el reto y a los pocos meses nos remitió el primer original. Finalmente el libro saldría en 2007 en la editorial Pamiela con el título de García Larrache. Un republicano navarro euskaldún (Pamplona 1889-Bayona 1956).
En ese libro yo elaboré un largo prólogo con la intención de explicar al público la ingente labor de Rufino García Larrache y de Constantino Salinas y de David Jaime, compañeros suyos en la primera comisión gestora de la Diputación de la época republicana, a favor del Estatuto Vasco-Navarro durante los meses que mediaron entre diciembre de 1931, fecha esta en que el PNV aceptó la legalidad republicana y el gobierno republicanosocialista de Madrid se advino a impulsar el proceso autonómico de Vascongadas y Navarra en el marco de la Constitución de 1931, y el 19 de junio de 1932, fecha esta de la Asamblea de Pamplona en la que, como es sabido, los ayuntamientos navarros se descolgaron del proceso por la conjunción de los munícipes tradicionalistas y de los munícipes izquierdistas contrarios a aquel marco políticoinstitucional común.
Rufino García Larrache fue miembro de la comisión redactora del proyecto estatutario y acudió en diversas ocasiones a defenderlo a la Ribera, el escenario más adverso al mismo, explicando que dicha zona sería directamente beneficiada gracias a la inclusión de diversas reivindicaciones agraristas de la UGT en el articulado de aquel. El proyecto de Estatuto Vasco-Navarro era fruto de la coparticipación de diferentes, unos en pro de la republicanización de nuestra tierra y otros en pro de dotarla de la mayor capacidad de autogobierno de acuerdo con unas pautas modernas y dentro de un escenario de una constitución progresista en el plano social y en el plano territorial. De haber salido adelante, no habría habido guerra civil. De haber salido adelante, contaríamos con un país establecido desde hacía ochenta años, sin duda mucho más cohesionado e incontestado.
En la presentación de aquel libro, en junio de 2007, Javier se emocionó al recordar la memoria de su padre. No sería la única vez que fui testigo de una situación así. En noviembre de 2015, cuando presenté Sin Piedad en Bera, Javier, cogido de la mano de Francine, sucumbió a mi mención a los intensos sufrimientos y al exterminio padecido por los republicanos de izquierda navarros. Un año después, en el acto de entrega de los Premios Euskadi en el Museo de San Telmo Javier no dejó de estar presente, igual que yo tampoco dejé de mencionar a su padre y a sus compañeros y a sus esfuerzos por la implantación de una justicia restaurativa en los años cuarenta y por una Navarra libre y democrática.
En la lucha contra el olvido la memoria de Javier era una poderosa herramienta de ayuda. Durante los últimos años, cuando en mis investigaciones me surgía alguna duda en relación con algunas personas, acudía a él y así en muchas ocasiones establecí conexiones que solamente personas como él podían realizar. A veces las relaciones eran sorprendentes: como en el caso de la persistencia de las relaciones de los republicanos en el exilio con los contrabandistas baztaneses incluso en los años carenta.
Siempre permanecerán en mi recuerdo aquellas conversaciones en su casa de Iratzokiberekoborda, en el barrio de Kaule, en las faldas de Larrun, el monte desde el que mejor se contempla la continuidad, y la discontinuidad, de nuestra tierra. En ellas Javier se conjugaba como la encrucijada qaue él en sí era: aunaba el profundo amor a Navarra y a Euskal Herria con un no menos hondo sentimiento por el país del Bidasoa, todo ello tamizado con el sentido de la educación, el civismo, la seriedad y el humor que le había proporcionado el exilio baionés.
Descansa en paz, amigo.
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