viernes, 13 de abril de 2012

23 DE AGOSTO DE 1936: LA COMUNIÓN LITÚRGICA Y EL ARA DEL SACRIFICIO AJENO.



La noticia de que la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra ha anunciado hoy que llevará a los tribunales la desaparición en 1980 de los restos de los 53 asesinados el 23 de agosto de 1936 en el paraje bardenero de la Valcardera nos ha movido a reeditar en esta entrada un artículo que publicamos en el Diario de Noticias de Navarra el 23 de agosto de 2011 sobre aquella masacre. Los restos, conducidos al Valle de los Caídos en 1959 sin el permiso ni el conocimiento de las familias, desaparecieron en un reenvío acaecido en 1980 tras las gestiones realizadas entonces por desidia en la cadena de custodia. Mañana, 14 de abril de 2012, esas 53 personas serán homenajeadas en el acto que cada año celebra la Asociación de Familiares de Fusilados en la Vuelta del Castillo, igual que las otras 298 personas asesinados en Pamplona por defender la República y los 14 presos que organizaron la fuga del Fuerte de San Cristóbal.

Tras ese preámbulo, he aquí aquel artículo:

Hoy, 23 de agosto, se conmemoran 75 años de la matanza de Valcardera, un paraje bardenero situado cerca del kilómetro 67 de la Carretera N-121 entre Caparroso y Los Abetos. Fue la segunda mayor saca colectiva registrada en Navarra durante la guerra, superada tan sólo por la de 21 de octubre de Monreal en la que 64 personas fueron asesinadas. Ya anteriormente habían tenido lugar otros asesinatos colectivos de militantes y simpatizantes de sectores contrarios al golpe militar de dimensiones ciertamente espeluznantes en las que el número de fusilados superó la decena o la veintena.

Conocemos algunos detalles de dicha matanza por las informaciones suministradas por Galo Vierge en su obra Los culpables. Pamplona, 1936, quien pudo recabar el testimonio de Honorino Arteta, quien, tras ser herido, emprendió la huida atravesando la Bardena hacia el este hasta poder alcanzar, remontando la ribera del Aragón, la frontera francesa. Las víctimas fueron trasladadas en dos autocares desde el lugar en el que estaban detenidos en Pamplona, siendo escoltados por unidades de requetés y de falangistas. A pesar de que pensaban que iban a ser canjeados, la visión de una gran fosa abierta al llegar a su destino y la presencia de diversos sacerdotes, entre ellos Antonio Añoveros, más tarde obispo de Bilbao, les hizo comprender cuál iba a ser su destino, desatándose el natural pánico entre ellos.

Según testimonio de su secretario, la lista de las 52 personas que se iba a fusilar se la dieron ya confeccionada al gobernador civil Modesto Font para que elaborara un oficio para cada uno, ordenando su teórica puesta en libertad. Entre los asesinados estaban militantes y simpatizantes de Izquierda Republicana, del PSOE, la UGT, el PCE y la CNT. Los más conocidos serían personas adscritas a la primera formación de las citadas: los abogados Cayuela, el editor García Enciso y el médico Marino Huder. La presencia de sacerdotes enviados para asistir espiritualmente a los asesinados muestra que la jerarquía eclesiástica estaba al tanto de lo que iba a ocurrir. Las ejecuciones no fueron ni mucho menos un secreto. Su noticia llegó rápidamente a los requetés y falangistas navarros que estaban en Somosierra, transmitidas por soldados recién llegados desde Navarra, según constató Ronald Fraser.

La matanza de Valcardera alberga en su seno, por otra parte, un significado que va más allá de la pura masacre. La celebración al atardecer del mismo día de una macroprocesión en honor a Santa María la Real con un claro significado de comunión de todas las fuerzas de todo tipo implicadas en el levantamiento fascista en el momento en que se encontraba la guerra, a un mes de iniciada ésta y cuando se patentizaba que no iba ser un sencillo paseo de unas pocas semanas, sino que se trataría de un conflicto costoso para todos, pero sobre todo para el voluntariado navarro, muestra que aquella matanza formó parte de un ritual mucho más complejo, de fortalecimiento de lazos entre los sublevados y de necesidad de expiación por parte de los enemigos sacrificados, toda vez que participantes relevantes en aquel acto debieron conocer los extremos de la misma.

La idea de la macroprocesión partió de uno de los ideólogos principales del alzamiento en Navarra, el lesacarra Eladio Esparza. El 14 de agosto un artículo de Esparza publicado en varios medios señalaba que, aunque el Cabildo de la Catedral había planteado finalizar la novena a la Virgen con una procesión por el interior del templo el sábado 22, al día siguiente, al ser domingo, se podía hacer “una procesión solemnísima” de homenaje público a la Virgen “y de plegaria colectiva a su intercesión amorosa sobre Navarra”. Planteaba que la Virgen, llevada por los maceros de la Diputación, fuera escoltada por requetés y falangistas, y que en el acto estuvieran todas las autoridades navarras y del resto de la zona sublevada, ondeando las banderas de los regimientos militares sublevados y de las unidades de voluntarios carlistas y de la Falange tras las de Navarra y España. Sería el primer acto reverencial y de plegaria a la Virgen, la protectora de Navarra, según Esparza, en unos momentos graves. En un artículo del día siguiente señalaba el motivo primordial para la realización de tamaña escenografía. En él Esparza mencionaba como una equivocación la creencia en que el golpe de estado iba a ser un paseo militar triunfal, sin tener en cuenta la “resistencia tenaz, formidable y áspera” del marxismo que iba a obligar a un gran esfuerzo de sangre. Todo ello en un contexto en que los sectores de la población navarra favorables al alzamiento comenzaban a ver los costes del mismo en forma de cadáveres propios llegados desde el frente, de los que, por otra parte, informaban los diferentes periódicos de la provincia día tras día.

El planteamiento de Esparza de escenificación en un acto religioso del apoyo de Navarra al levantamiento, con una presencia de todos los agentes involucrados, se vio apoyado por Mola, de quien el 16 de agosto se difundían unas declaraciones a Radio Castilla en las que se habla de la importancia de la religión en el nuevo Estado. En esta línea, el 21 de agosto se publicaba en los periódicos navarros un artículo de las autoridades episcopales sobre el protocolo de la procesión.

Precisamente el 23 de agosto se publicaba un artículo del obispo Marcelino Olaechea titulado “No es una guerra: es una cruzada”. Ese artículo es importante porque es el primer documento episcopal que se conoce donde se emplea la palabra cruzada para referirse a la guerra de 1936. A pesar de que tal término para denotar la guerra civil había sido ya usado por los militares, por la prensa navarra o por la Junta Carlista de Guerra, la jerarquía eclesiástica no lo había utilizado todavía. No obstante, lo adoptará de inmediato. Los días siguientes la usarán el arzobispo de Zaragoza y el de Santiago.

Para terminar, el 25 de agosto Arriba España publicaba en primera página un extenso reportaje sobre la procesión, acompañado de un artículo en la misma página de Ángel María Pascual titulado “Víspera y Danza de la Muerte” en donde se dice que “la Muerte es hermana para alabanza de Dios”.

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