domingo, 16 de septiembre de 2012

ELITE DE PODER Y ELITE EXTRACTIVA EN NAVARRA.



La tesis doctoral de Ricardo Feliú, titulada La distribución social del poder: la élite navarra en el cambio de siglo (1999 – 2004), defendida en 2009 y de la que disponemos en la red tanto su versión íntegra como otra resumida publicada en la revista Hermes reconstruye las características del grupo social que ostenta el poder de hecho en la sociedad navarra actual.

Ese grupo queda articulado mediante unas redes de poder principales que recorren, retroalimentándose, los ámbitos político, administrativo, económico, intelectual y mediático y en las que los nodos primordiales son UPN, el Gobierno de Navarra, el Diario de Navarra, las dos universidades (aunque la Universidad del Opus, con una importancia muy superior a la de la UPNA), el Consejo de Navarra, el Consejo Económico Social, las fundaciones y sociedades públicas, la ya extinta Caja Navarra, la Confederación de Empresarios de Navarra, la Cámara Navarra de Comercio e Industria y la Fundación Empresa-Universidad. En una posición secundaria se hallarían otros nodos como los sindicatos UGT y Comisiones Obreras, cumpliendo un papel de legitimación social en el ámbito sindical de los dictados de aquellos grupos preeminentes.

Cuantitativamente, la élite navarra estaría formada por aproximadamente 114 personas, de las que la mitad pertenecería al ámbito económico (de los cuales el 55% son altos directivos, el 22% empresarios, un 16% agentes y grupos de interés como sindicatos y patronal y solo un 7% capitalistas financieros), un tercio a la élite burocrática navarra, y el quinto restante a la clase política constituída por altos cargos del Gobierno navarro y por personas relevantes de UPN y PSN.

De esas 114 personas, unas 90 se conformarían como la auténtica élite dominante y se caracterizarían por una gran homogeneidad en cuanto a su extracción social y a sus valores normativos e ideológicos. En su mayor parte procederían de una vieja clase media-alta que supo aprovechar la movilidad ascendente del desarrollismo franquista, reduciéndose a menos del 20 por ciento los vástagos o parientes de la oligarquía tradicional anterior. Todos ellos comulgarían en su mayor parte de un mismo credo normativo en las esferas de lo políticoeconómico, de lo religioso-moral y de lo identitario, siendo precisamente el referente a la identidad colectiva el aspecto sobre el que regiría un mayor consenso y el que se erigiría como más determinante. Todos se definen como navarros-españoles, es casi inexistente cualquier referencia a un sentimiento vasquista y se observa un fuerte sentimiento en contra del nacionalismo vasco. El sentimiento navarrista, aunque más matizado en su valoración de los elementos culturales vascos, sería compartido por una veintena de personas, de posición subsidiada a las anteriores y ubicadas en las cúpulas de los sindicatos UGT y CCOO y que, pese a su extracción social trabajadora y a sus creencias escoradas hacia la izquierda, perpetuarían en su praxis los intereses de los que auténticamente gestionan el poder en nuestra comunidad, obteniendo a cambio una serie de cesiones para ellos y sus afiliados.

Como es sabido, el eje nuclear de los comportamientos estratégicos de dicha auténtica élite, actuante en todos los planos, y de la subélite a ella supeditada, y que se limitaría a la esfera de lo sindical, pero con ramificaciones secundarias también en otros ámbitos, sería la exclusión de todos aquellos agentes considerados como favorables a las tesis del nacionalismo vasco, o susceptibles de serlo, mediante la aplicación tajante y radical de la teoría del cordón sanitario. Esa argamasa excluyente fortalecería los nexos de unión de las partes implicadas en la medida en que la discrecionalidad y el oscurantismo de las pautas conductuales inherentes a aquélla alimentan intereses puramente materiales en relaciones de bucle.

Bajo todo lo anterior, cobra relevancia un reciente artículo de César Molinas tituladoTeoría de la clase política española publicado en el diario El País. Tras preguntarse por la inoperancia de los agentes primordiales de cara a ofrecer respuestas ante la crisis, se subraya que la élite española, en general, se ha comportado como una élite extractiva, según el concepto acuñado por Acemoglu y Robinson, en el sentido de fomentar un sistema de captura de rentas en su propio beneficio, y en el de los grupos que les sostienen, relegando a un segundo término el interés general de la nación. Dicha élite sería, según Molinas, la principal responsable de tres burbujas (la inmobiliaria, la de las energías renovables y la de las infraestructuras innecesarias), así como del colapso de las cajas de ahorro. En su enfoque se remarca el perjuicio ocasionado por el sistema electoral de listas cerradas; por el control de las instituciones políticas, económicas, sociales y judiciales por parte de los partidos políticos mayoritarios; y por pautas de actuación relacionadas con la evasión de responsabilidades y la animadversión hacia las apuestas a medio y largo plazo vinculadas con el capital humano, así como con la alta valorización de las estrategias aparentemente rentables a corto.

No hace falta hacer un gran esfuerzo de extrapolación para entender que todo ello también se puede aplicar perfectamente a Navarra. Podrían añadirse, sin embargo, algunos elementos que agravan la cuestión en nuestra comunidad: sin ir más lejos, la opacidad con la que se han envuelto tanto la desaparición de Caja Navarra como el rescate encubierto ligado a la solución dada al problema de la devolución del IVA dela Volkswagen. Con el primero de ellos se ha supeditado el mantenimiento de una estructura crediticia a una geopolítica financiera determinada; con el segundo, ha quedado dañada la credibilidad del Convenio Económico y se ha empañado su potencialidad de cara a fundamentar una economía con bases firmes, máxime si tenemos en cuenta que la tutela del Gobierno central ha permitido y permite una financiación suplementaria de naturaleza irregular de en torno al 10 por ciento del presupuesto navarro.

Sin embargo, cabe añadir algunas vertientes de la teoría primigenia en la que se basa el artículo de Molinas, también vigentes aquí. Nos estamos refiriendo a que el enfoque institucionalista de Acemoglu y Robinson pone el acento en los efectos negativos de los sistemas institucionales y de las estrategias que rehúyen la inclusividad de las diferentes sensibilidades existentes en una sociedad y que desconfían, excluyéndolos, de la lealtad y de las aportaciones de los agentes sociales no representados en la élite gobernante. Las sociedades modernas, a fuerza de plurales, no pueden sostenerse en estrategias de monopolización del poder y de las instituciones al servicio de unos pocos. En el caso de Navarra, donde los cleavages o líneas divisorias de lo político conforman en la actualidad hasta hasta seis espacios electorales diferenciados (PP, UPN, PSN, I-E, GB y EHBildu) y donde los sondeos vaticinan, como en muchas otras partes, una mayor fragmentación de la representación política, el empecinamiento en modelos de usurpación del poder por parte de una minoría no casa en absoluto con la dimensión de los retos actuales frente a la crisis ni con los retos que en los próximos lustros tendrá que afrontar la ciudadanía navarra en la esfera de lo socioeconómico.  

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