sábado, 9 de junio de 2012

UNA NUEVA JOYA DE LA LITERATURA TESTIMONIAL DEL HOLOCAUSTO NAVARRO.


La publicación en estos últimos días de la autobiografía de Gerardo Guerra bajo el título Memorias de un campesino republicano. Caparroso 1936 (Pamiela, Pamplona, 2012) nos descubre una nueva joya de la literatura testimonial del holocausto padecido por los sectores que se situaron a lo largo del periodo republicano en frente de los partidos (carlistas, cedistas de Unión Navarra y falangistas) que apoyaron el golpe militar de julio de 1936 y ejercieron la labor de verdugos de aquéllos. Este libro se suma a otros de valía y significación parecida, publicados en años anteriores por la misma editorial, como el de Galo Vierge (Los culpables. Pamplona 1936) o el de Josefina Campos (Los fusilados de Peralta, la vuelta a casa, 1936-1978. Operación retorno). A ellos habría que añadir también el de Marino Ayerra Malditos seáis. No me avergoncé del evangelio. La autobiografía de Gerardo Guerra es completada por varios textos de presentación y contextualización de su nieto Pedro M. Monente, habiendo participado también en los entresijos de la edición Ángel García-Sanz Marcotegui, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Pública de Navarra cuya prolijísima obra ha aportado a la historiografía de nuestra tierra un caudal ingente de informaciones cuya significación debe ser indudablemente reconocida.

Lo primerísimo que llama la atención del libro que comentamos tiene que ver con su autor. A quienes, a pesar de ser todavía relativamente jóvenes, nos relacionamos en nuestra juventud estrechamente, a causa de las cohortes generacionales en las que se inscribía alguno de nuestros progenitores, con personas que vivieron directamente aquella época, siempre nos han fascinado aquellas personas que, carentes de cualquier formación, demostraron unas capacidades superlativas y que, además, contaban con una capacidad de observación y de análisis de su coetaneidad muy superior a la de la media. Gerardo Guerra no es que fuera de ese grupo de personas: si el texto muestra a las claras la altura de su habilidad narrativa, los hechos que relata son una prueba de sus capacidades intelectuales, políticas, organizativas y morales. Su figura (llegó a ser concejal en Caparroso por la candidatura republicanosocialista entre mayo de 1931 y noviembre de 1934 y desde febrero de 1936 a julio de ese año, dirigente de una de las dos sociedades agrícolas de su pueblo, responsable de UGT, corresponsal de Trabajadores y representante de los arrendatarios en el Tribunal Mixto de Fincas Rústicas de Tudela) nos recuerda un tanto a la de Eustaquio Mangado, la persona que lideró a los sectores de izquierda en Sartaguda desde 1918 y que consiguió conformar un doble frente, político-administrativo desde el ayuntamiento y sindical, tal y como narramos en el libro sobre dicha localidad del que fuímos coautores y que también publicó Pamiela..

Desde una perspectiva historiográfica son tremendamente interesantes las consideraciones que efectúa el autor sobre los problemas derivados de la puesta en cultivo de las corralizas enajenadas en el siglo XIX, así como de los terrenos comunales, en el primer tercio del siglo XX, proceso del que los máximos beneficiarios eran los campesinos con unidades de explotación medianas y grandes que disponían de medios de producción, quedando el pequeño campesinado propietarios y los jornaleros al margen del mismo. Incluso en el caso de realizarse parcelaciones universales, los campesinos más pobres terminaban cediendo tierras a los más poderosos. Gerardo Guerra da vida a los contenidos de esa conflictividad social latente o explícita según los momentos a partir de los años diez, informándonos de que a los sectores reivindicativos se les apodaba en Caparroso con el significativo nombre de mambises en referencia a los campesinos posicionados a favor de la independencia en la guerra de Cuba. Asimismo, nos da detalles de las positivas potencialidades que desarrollaron las sociedades cooperativistas gestionadas por los sectores de izquierda. También son muy a tener en cuenta las informaciones que proporciona sobre la espontaneidad de la conformación de las redes de socialización política de la conjunción republicano-socialista en abril-mayo de 1931 a partir de un viaje a Pamplona en el que conoció a dirigentes de la misma, así como las que facilita sobre las disensiones con los elementos republicanos que, andando el tiempo, se escorarían hacia la derecha en un proceso bastante silenciado pero que condicionó altamente a la izquierda en toda la Ribera desde fechas tempranas. Tampoco ahorra críticas al campesinado propietario por sus intentos de burlar la legislación laboral republicana ni a las posturas maximalistas de la CNT.

El episodio más palpitante del libro es el relativo a la huída y peregrinaje del autor por la Bardena navarra y aragonesa entre el 19 de julio de 1936 y el 2 de septiembre del mismo año, llegando a coincidir en algún momento con mil huídos por esa geografía agreste y cautivadora a la que uno tan unido ha estado en los últimos años por sus excursiones en bicicleta. A esa imposibilidad de escapar nos referimos en otra entrada de este blog. Resulta francamente emocionante leer el continuo transitar del protagonista junto con compañeros de su pueblo y otras localidades, escapando de las patrullas, sobreviviendo gracias a la caridad de algunas personas de los corrales, casetas y granjas de la zona y constatando que quienes optaban por regresar, confiados de las falsas promesas de los verdugos, eran pronta y sistemáticamente ejecutados. Él mismo cuenta cómo más de una vez fue testigo de las detonaciones de los fusilamientos que tenían lugar en el mismo marco bardenero. En aquella coyuntura fueron asesinados varios miembros de su familia, entre ellos su propio hermano, taxista en Pamplona, a manos de la retaguardia centrada en labores de vigilancia y represión y de la que tuvieron que formar parte varios cientos de personas. 

También es ciertamente atractivo el capítulo dedicados al año y medio en que Gerardo Guerra permaneció escondido en su propia casa (desde el 2 de septiembre de 1936 al 2 de noviembre de 1937), esforzándose por que no le vieran sus propios hijos, así como el centrado en la huída de Francia gracias a una red que le trasladó desde Pamplona a las ventas de Arraitz y desde donde, abandonado por los guías a causa de su mal estado de salud, consiguió llegar a duras penas a Alduides.

La última parte del libro trata de su regreso a la España republicana, de su apresamiento al final de la guerra y de su estancia de casi año y medio en la cárcel en el corredor de la muerte de la que pudo escapar gracias a las gestiones de un convecino, regresando a Caparroso en agosto de 1940.

Una obra, en definitiva, cuya lectura es altamente recomendable por cuanto a los motivos contenidos en todos los párrafos anteriores se superpone un tono de altura ética y una ausencia de acritud que desarmará a aquéllos empecinados, ochenta años después, en negarse a reconocer el sufrimiento ajeno de aquellos años.


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