La publicación en estos
últimos días de la autobiografía de Gerardo Guerra bajo el título
Memorias de un campesino republicano. Caparroso 1936 (Pamiela,
Pamplona, 2012) nos descubre una nueva joya de la literatura
testimonial del holocausto padecido por los sectores que se situaron
a lo largo del periodo republicano en frente de los partidos
(carlistas, cedistas de Unión Navarra y falangistas) que apoyaron el
golpe militar de julio de 1936 y ejercieron la labor de verdugos de
aquéllos. Este libro se suma a otros de valía y significación
parecida, publicados en años anteriores por la misma editorial, como
el de Galo Vierge (Los culpables. Pamplona 1936) o el de
Josefina Campos (Los fusilados de Peralta, la vuelta a casa,
1936-1978. Operación retorno). A ellos habría que añadir
también el de Marino Ayerra Malditos seáis. No me avergoncé del
evangelio. La autobiografía de Gerardo Guerra es completada por
varios textos de presentación y contextualización de su nieto Pedro
M. Monente, habiendo participado también en los entresijos de la
edición Ángel García-Sanz Marcotegui, catedrático de Historia
Contemporánea de la Universidad Pública de Navarra cuya prolijísima
obra ha aportado a la historiografía de nuestra tierra un caudal
ingente de informaciones cuya significación debe ser indudablemente
reconocida.
Lo primerísimo que llama
la atención del libro que comentamos tiene que ver con su autor. A
quienes, a pesar de ser todavía relativamente jóvenes, nos
relacionamos en nuestra juventud estrechamente, a causa de las
cohortes generacionales en las que se inscribía alguno de nuestros
progenitores, con personas que vivieron directamente aquella época,
siempre nos han fascinado aquellas personas que, carentes de
cualquier formación, demostraron unas capacidades superlativas y
que, además, contaban con una capacidad de observación y de
análisis de su coetaneidad muy superior a la de la media. Gerardo
Guerra no es que fuera de ese grupo de personas: si el texto muestra
a las claras la altura de su habilidad narrativa, los hechos que
relata son una prueba de sus capacidades intelectuales, políticas,
organizativas y morales. Su figura (llegó a ser concejal en
Caparroso por la candidatura republicanosocialista entre mayo de 1931
y noviembre de 1934 y desde febrero de 1936 a julio de ese año,
dirigente de una de las dos sociedades agrícolas de su pueblo,
responsable de UGT, corresponsal de Trabajadores y representante de
los arrendatarios en el Tribunal Mixto de Fincas Rústicas de Tudela)
nos recuerda un tanto a la de Eustaquio Mangado, la persona que
lideró a los sectores de izquierda en Sartaguda desde 1918 y que
consiguió conformar un doble frente, político-administrativo desde
el ayuntamiento y sindical, tal y como narramos en el libro sobre
dicha localidad del que fuímos coautores y que también publicó
Pamiela..
Desde una perspectiva
historiográfica son tremendamente interesantes las consideraciones
que efectúa el autor sobre los problemas derivados de la puesta en
cultivo de las corralizas enajenadas en el siglo XIX, así como de
los terrenos comunales, en el primer tercio del siglo XX, proceso del
que los máximos beneficiarios eran los campesinos con unidades de explotación medianas y grandes que disponían de medios de
producción, quedando el pequeño campesinado propietarios y los
jornaleros al margen del mismo. Incluso en el caso de realizarse
parcelaciones universales, los campesinos más pobres terminaban
cediendo tierras a los más poderosos. Gerardo Guerra da vida a los
contenidos de esa conflictividad social latente o explícita según
los momentos a partir de los años diez, informándonos de que a los
sectores reivindicativos se les apodaba en Caparroso con el
significativo nombre de mambises en referencia a los campesinos
posicionados a favor de la independencia en la guerra de Cuba.
Asimismo, nos da detalles de las positivas potencialidades que
desarrollaron las sociedades cooperativistas gestionadas por los
sectores de izquierda. También son muy a tener en cuenta las
informaciones que proporciona sobre la espontaneidad de la
conformación de las redes de socialización política de la
conjunción republicano-socialista en abril-mayo de 1931 a partir de
un viaje a Pamplona en el que conoció a dirigentes de la misma, así
como las que facilita sobre las disensiones con los elementos
republicanos que, andando el tiempo, se escorarían hacia la derecha
en un proceso bastante silenciado pero que condicionó altamente a la
izquierda en toda la Ribera desde fechas tempranas. Tampoco ahorra
críticas al campesinado propietario por sus intentos de burlar la
legislación laboral republicana ni a las posturas maximalistas de la
CNT.
El episodio más
palpitante del libro es el relativo a la huída y peregrinaje del
autor por la Bardena navarra y aragonesa entre el 19 de julio de 1936
y el 2 de septiembre del mismo año, llegando a coincidir en algún
momento con mil huídos por esa geografía agreste y cautivadora a la
que uno tan unido ha estado en los últimos años por sus excursiones
en bicicleta. A esa imposibilidad de escapar nos referimos en otra entrada de este blog. Resulta francamente emocionante leer el continuo
transitar del protagonista junto con compañeros de su pueblo y otras
localidades, escapando de las patrullas, sobreviviendo gracias a la
caridad de algunas personas de los corrales, casetas y granjas de la
zona y constatando que quienes optaban por regresar, confiados de las
falsas promesas de los verdugos, eran pronta y sistemáticamente
ejecutados. Él mismo cuenta cómo más de una vez fue testigo de las
detonaciones de los fusilamientos que tenían lugar en el mismo marco
bardenero. En aquella coyuntura fueron asesinados varios miembros de su familia, entre ellos su propio hermano, taxista en Pamplona, a manos de la retaguardia centrada en labores de vigilancia y represión y de la que tuvieron que formar parte varios cientos de personas.
También es ciertamente
atractivo el capítulo dedicados al año y medio en que Gerardo
Guerra permaneció escondido en su propia casa (desde el 2 de
septiembre de 1936 al 2 de noviembre de 1937), esforzándose por que
no le vieran sus propios hijos, así como el centrado en la huída de
Francia gracias a una red que le trasladó desde Pamplona a las
ventas de Arraitz y desde donde, abandonado por los guías a causa de
su mal estado de salud, consiguió llegar a duras penas a Alduides.
La última parte del
libro trata de su regreso a la España republicana, de su
apresamiento al final de la guerra y de su estancia de casi año y
medio en la cárcel en el corredor de la muerte de la que pudo
escapar gracias a las gestiones de un convecino, regresando a
Caparroso en agosto de 1940.
Una obra, en definitiva,
cuya lectura es altamente recomendable por cuanto a los motivos
contenidos en todos los párrafos anteriores se superpone un tono de
altura ética y una ausencia de acritud que desarmará a aquéllos
empecinados, ochenta años después, en negarse a reconocer el
sufrimiento ajeno de aquellos años.
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