Constituye un lugar común
conceptualizar al navarrismo como un regionalismo foralista de índole
españolista surgido como reacción al nacionalismo vasco. Aunque los
acontecimientos de los últimos decenios subrayan la validez de tal afirmación,
se ha solido olvidar que los grandes hitos conformadores del mismo durante la
mayor parte del siglo XX también fueron respuestas a reivindicaciones del
nacionalismo catalán al que el vasco imitaría poco tiempo después a manera de
agente secundario de la dialéctica centro/periferia en el contexto del Estado.
Así, el navarrismo de derechas
surge en la coyuntura autonomista de 1917-1918. Hasta entonces,
tradicionalistas e integristas habían hecho gala del vasquismo cultural y del
fuerismo reintegracionista como argumentos en contra del liberalismo,
acompañados en ocasiones de mensajes de simpatía por el nacionalismo vasco. Los
conservadores del Diario de Navarra también participaron de aquellas posturas
culturalmente provasquistas. El proceso autonomista de 1917-1918 comienza en
julio de 1917 cuando las diputaciones vascongadas, a imitación de las
catalanas, demandan al Gobierno central el restablecimiento del régimen foral.
Con todo, la huelga general de agosto de 1917 y el temor a un estallido
revolucionario, a imitación del ruso, forzará una situación de impasse de un
año. Las reivindicaciones autonomistas se reavivarán en el otoño de 1918. En el
plazo de un mes la mayoría de los ayuntamientos navarros se suma a la petición
de reintegración foral realizada por el ayuntamiento de Pamplona. Finalmente,
la cuestión fue debatida en una asamblea de ayuntamientos celebrada en Pamplona
el 30 de diciembre de 1918.
En dicha asamblea se aprobará por
amplia mayoría una propuesta de carácter muy ambiguo presentada por una serie
de personalidades (Uranga, Pradera, Oroz, Beunza, el conde de Rodezno) en la
que se solicitaba la reintegración foral, aunque sin mencionar las leyes de
1839 y de 1841, y dejando claro su carácter no separatista. La exigencia
nacionalista, formulada por Cunchillos y Aranzadi, de una mayor claridad y de
derogación de aquellas dos leyes, con arreglo lo solicitado por los
ayuntamientos, quedará finalmente en minoría, sin poder contrarrestar la
rotunda defensa por parte de Víctor Pradera del marco cuarentayunista
argumentando el carácter arcaico de las instituciones navarras anteriores a
1839, el coste económico de la reintegración foral y el rechazo a la unión
vasconavarra.
El proceso autonomista del
1917-1918 desembocará en la asunción explícita y rotunda de las posiciones
cuarentaiunistas por parte de las derechas navarras, en especial de los
conservadores y del sector praderista del tradicionalismo, así como en un
progresivo alejamiento de esos sectores de las manifestaciones vasquistas. Los
mensajes se acompañarán de proclamas antisocialistas y marcadamente
españolistas en los años siguientes.
Ya en la Segunda República,
los ideólogos principales del navarrismo de derechas en materia autonómica e
identitaria (Eladio Esparza e Hilario Yaben, ambos desde las columnas de Diario
de Navarra) no sólo criticarán sin pausa los proyectos sucesivos de estatuto
vasconavarro de 1931-1932, inclusive el de Estella elaborado entre los
tradicionalistas, la derecha conservadora y el PNV, aglutinados entre junio y
diciembre de 1931 en la coalición católico-fuerista. También fustigarán de
forma ininterrumpida las reivindicaciones estatutarias catalanas. A lo largo de
1931 mostrarán su rechazo a la posibilidad de conformación de España como
República Federal, ésta última considerada como antesala y también corolario de
aquéllas, sobre todo por el apoyo del nacionalismo catalán al Pacto de San
Sebastián. A pesar de que finalmente la Constitución de 1931 no hablará de estado
federal, sino de estado integral, y de que en absoluto pudiera afirmarse que se
amparara ninguna fragmentación de la soberanía, la circunstancia de que
posibilitara una asimetría teórica entre las regiones autónomas (aquéllas
conformadas por una o varias provincias limítrofes que, compartiendo
“características históricas, culturales y económicas comunes”, quisiesen
constituirse como tales) y las regiones carentes de tal pulsión autonomista,
hirió el profundo españolismo de aquella derecha navarrista, sobre todo porque Cataluña fue en la práctica la única región en la que las posibilidades de
autonomía que otorgaba dicha Constitución se concretaron de hecho a partir de
1932. Además, al corresponder la iniciativa estatutaria en todo momento en Cataluña al mayoritario nacionalismo republicano,
laico y de izquierdas y al gobernar éste en las instituciones autonómicas resultantes, los navarristas de derechas, absolutamente predominantes
en Navarra desde 1933, demonizaron la vía estatutaria conforme al
cauce constitucional como infectada por el constitucionalismo laicista y presentaron el autonomismo catalán como prólogo del separatismo al servicio, en
última instancia, de los intereses del bolchevismo y de la revolución social.
La articulación territorial
forjada durante la
Transición perfiló dos asimetrías primordiales (las de la CAV y Navarra) en relación con
la fórmula, no del todo exacta en cuanto que se obvia el hecho objetivo del
reconocimiento de diversas diferencialidades para nada despreciables a algunas
comunidades, del café para todos a
causa de la conformación de un espacio tributario diferente para aquellas dos
comunidades, en virtud de la Disposición
Adicional Primera de la Constitución de 1978,
y de un espacio común para todas las demás, incluída Cataluña. La crisis
económica ha dinamitado esa estructura y tras un primer amago de petición, denegada,
de extensión de la solución concertada vasconavarra a Cataluña, el nacionalismo
catalán se dispone a explorar otros caminos.
Qué duda cabe que la actual
reivindicación catalana incidirá en el régimen concertado de Vascongadas y
Navarra. Todos los posibles escenarios relativos al futuro status políticoinstitucional
catalán conllevarán una mayor vigilancia sobre las maneras de gestionar aquel
régimen concertado. De hecho, hoy mismo, se informa de la judicialización de lacuestión de la devolución del IVA de la Volkwagen. Pero no
sólo se trata de disquisiciones en el terreno económico-fiscal. En el terreno
de lo político convendría no olvidar que, históricamente, las reivindicaciones en
pro de un mayor autogobierno para Cataluña han encontrado continuidad del mismo
tenor en los territorios que en las últimas décadas han conformado la CAV, pero también contrarréplicas
en Navarra o la Comunidad Valenciana,
en donde existen sectores minoritarios de población que miran con simpatía la
conformación de espacios comunes con aquellas comunidades, contrarréplicas que
han acabado fortaleciendo las opciones reactivas de signo regionalista o abiertamente españolista y excluyentes, en cualquier caso,
de las sensibilidades discrepantes autóctonas.
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