Finalmente, en la
asamblea de Pamplona del 19 de junio de 1932 se reunieron
representantes de 506 de los 549 ayuntamientos vasconavarros. En
ella, Emilio Azarola, alcalde de Santesteban y líder de los
radicales-socialistas, Azarola recordó la claúsula aprobada, a
propuesta suya, en la asamblea de enero relativa a la contabilización
separada de los votos de Navarra. Tras su asunción por parte de los
asambleístas, los representantes navarros se reunieron
separadamente. Finalmente, la votación de los delegados navarros
arrojó el resultado siguiente: sólo 109 (que representaban 135.585
habitantes) de los 267 municipios votaron a favor del Estatuto común;
123 (con 186.666), votaron en contra; y 35 (con 28.859) se
abstuvieron. De este modo, mientras las otras tres provincias
aprobaban mayoritariamente el Estatuto, y a pesar de que los datos
conjuntos, de los que hablaba el artículo 12 de la Constitución,
suponían un apoyo del 65 por ciento de los ayuntamientos con el 78
por ciento de la población, Navarra quedó desenganchada del
proyecto. El resultado impidió la celebración del reférendum,
previsto para el día 3 de julio.
De cualquier forma, la
decisión de la Asamblea había sido anticipada por el voto contrario
del Ayuntamiento de Pamplona del día 17. Esa decisión había sido
posibilitada por la ausencia de cinco concejales republicanos y
socialistas que había dado la mayoría a la derecha. Ocho concejales
de la conjunción votaron a favor de un Estatuto Vasconavarro que
integrase sus enmiendas, mientras que otro apoyaba el texto tal y
como estaba redactado. Por su parte, el voto contrario de los trece
concejales de la derecha se fundamentaba en argumentos como el de que
el constitucionalismo, base última del proyecto estatutario, siempre
había conculcado las libertades forales, además de fijarse en
aspectos como los costes económicas de la autonomía conjunta y el
“marcado sabor separatista” de algunas denominaciones de la nueva
realidad institucional.
A pesar de que se ha
documentado algunos casos de falseamiento de votos en los que los
apoderados de algunos ayuntamientos se inclinaron por opciones
diferentes de las que les habían ordenado, así como de otras
irregularidades que desvirtuaron los datos finales, el resultado no
habría variado en virtud de la claúsula introducida en la asamblea
de enero.
En relación con la
actitud de la derecha y de la izquierda en esa votación, “de los
196 ayuntamientos navarros de significación derechista expresa (88)
o tácita (108) -independientes, indeterminados, heterogéneos y
<<republicanos de derecha>>, mayoritariamente ubicados en
la órbita política derechista- , 85 votaron a favor, 85 en contra
y 26 se abstuvieron. Por el contrario, de 70 ayuntamientos navarros
de mayoría izquierdista, 23 votaron a favor, 38 en contra y 9 se
abstuvieron”. La zona más contraria al Estatuto fue la meridional,
por la actitud en ella de los mayoritarios ayuntamientos de
izquierda. Fuera de la Ribera, la oposición al Estatuto común fue
muy dispersa en las restantes zonas, siendo difícil establecer una
relación mecánica entre el factor geográfico y el sentido del
voto.
Por lo tanto, el fracaso
del proyecto autonómico común con Vascongadas fue ocasionado
primordialmente por el rechazo o la abstención de 111 de los 196
ayuntamientos controlados por la derecha, que suponían el 56,5 por
ciento de ellos y el 70,2 por ciento del total de los ayuntamientos
que no dieron su apoyo a aquél. Al fracaso también coadyuvó el
voto contrario de los representantes municipales de los ayuntamientos
gobernados por la izquierda, posicionamiento que sumaba 3 de cada 10
votos en contra de la propuesta de unión vasconavarra.
Después del fracaso del
proyecto estatutario, los republicanos proestatutistas que estaban en
la Comisión Gestora de la Diputación no se dieron por vencidos,
sino que, persuadidos de que el intento de republicanización de
Navarra pasaba por la conformación de un marco
político-institucional conjunto con las otras tres provincias,
plantearon nuevas iniciativas dirigidas a retomar la cuestión. De
esta forma, Rufino García Larrache propuso en diciembre de 1932 a la
Diputación navarra que realizara una campaña institucional por los
pueblos a favor del estatuto común. Asimismo, los socialistas
navarros partidarios del Estatuto común como Constantino Salinas y
Salvador Goñi intervendrán en los intentos de incorporación de
Navarra al Estatuto Vasco que tuvieron lugar en los primeros meses de
1933.
Por último, dirigentes
del PSOE navarro firmaron la petición realizada al presidente del
Congreso de los Diputados por el comité del Frente Popular navarro
del 15 de junio de 1936 en relación con la incorporación de Navarra
al Estatuto Vasco. En el texto se apuntaba que la estrategia de las
derechas navarras en relación con la cuestión estatutaria había
partido del “odio a la República y a la Constitución” y que el
apoyo que en mayo-junio de 1936 expresaban algunos sectores de las
mismas al Estatuto Navarro, si bien de poca rotundidad como probaría
el escaso apoyo que obtuvo en la prensa y en otras instancias, tenía
como finalidad afianzar su dominio en Navarra. Asimismo, esgrimían
que el intento de las derechas de suprimir del Estatuto Vasco, que
estaba discutiéndose en comisión en las mismas Cortes, el artículo
adicional que posibilitaba la incorporación de Navarra, perseguía
“impedir que el contacto y trabazón con la democracia vasca diera
a las izquierdas de Navarra mayor representación y fuerza que
mermase su poderío y sus privilegios”. Vemos en ese argumentario
rastros evidentes de la praxis política desarrollada por los
miembros proestatutistas de la Gestora Republicana de la Diputación
en unión de algunos otros miembros de la Conjunción en 1932. A la
vez, nos reafirman en nuestra tesis, de que considerando la debilidad
del nacionalismo en Navarra, las posturas a favor de una autonomía
conjunta con las Vascongadas en territorio navarro, tanto en 1932
como en 1936, respondían a un enfoque estratégico de algunas
personalidades de la izquierda que perseguía el crecimiento de la
influencia de las formaciones de ese espectro.
La racionalidad de fondo
de la apuesta proestatutista de algunos sectores del republicanismo
de izquierdas y del PSOE para afianzar la República y las propias
posiciones políticas de sus partidos en Navarra, vistos los buenos
resultados electorales de la conjunción republicano-socialista en
1931, las tensiones en el bloque católico-fuerista y la ruptura
final de éste en el verano de 1932, choca con los nulos avances de
la izquierda en Navarra tras el primer bienio. No obstante, ello no
significa que afirmemos que ello fuera debido al fracaso del Estatuto
Común ni tampoco debe entenderse que afirmemos que el marco
estatutario vasconavarro garantizaba con plenitud un mejor escenario
para la izquierda Navarra, puesto que muchos otros factores también
jugaban su papel.
Las elecciones generales
de 1933 supusieron el cambio de escenario provincial con el fuerte
crecimiento de la derecha, que consiguió el 71 por ciento de los
votos, a costa de republicanos y socialistas. Posteriormente, la
derecha se haría con los principales bastiones de la izquierda. En
septiembre de 1934 ganó el ayuntamiento de Pamplona gracias al apoyo
de los republicanos radicales. Asimismo, el apoyo de los radicales a
la tramitación de la proposición de ley para la renovación de la
Gestora Provincial presentada por Aizpún, diputado cedista por
Navarra, posibilitaría en enero de 1935 el control de la misma a la
derecha.
La actividad de esta
Gestora de Derechas sirvió para modificar a su favor el rumbo de la
política foral, derogando la normativa aprobada en 1932 sobre juntas
de veintena, quincena y oncena, oponiéndose a la ley municipal
objeto de debate, aprobando un nuevo reglamento sobre la constitución
y el funcionamiento del Consejo Foral Administrativo y paralizando la
aplicación de la Ley de Reforma Agraria. Bajo todo ello, los
problemas agrarios no sólo no se solucionaron, sino que la patronal
y la derecha abolieron las conquistas anteriores o las convirtieron
en papel mojado. Y lo que es más importante, Navarra se configuró
como un territorio liberado preservador de los viejos valores, como
la nueva Covadonga, en el que la derecha se aprestó para la
movilización contra la República y la reconquista de España. Para
finalizar, la represión durante la guerra civil se cebó duramente
en dirigentes y militantes republicanos y socialistas. De los casi
3.000 asesinados por los sublevados, el 37,4 por ciento era de
izquierdas en general o sin afiliación, el 36,1 de UGT, el 7,2 de
Izquierda Republicana, el 4,1 del PSOE y el 3,1 de las Juventudes
Socialistas.
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