sábado, 12 de abril de 2014

SEGUNDA RESPUESTA (INDIVIDUALIZADA) A JESÚS MARIA ARAGÓN SAMANES


Reproduzco mis dos respuestas a la carta publicada por Jesús María Aragón Samanes, Secretario General Federal del Partido Carlista de las Españas, el día 5 de abril en Diario de Noticias en la que replicaba a mi contestación anterior a una carta publicada por el Comité Político de EKA en relación con un reportaje mío publicado en dicho periódico. La primera carta es la definitivamente publicada en el mismo medio. La segunda es más extensa y es la que en principio remití pero que, por lo visto, excedía presuntamente los límites de espacio que deben guardar estos textos.

La primera carta de respuesta, como digo, la definitivamente publicada, es ésta: 

"El 5 de abril Jesús Maria Aragón Samanes contestaba a la respuesta que dí a una carta remitida por el comité político de su partido. Afirmaba que no me ceñía a los contenidos sugeridos en su primer escrito, aunque no refutaba los datos nuevos que yo aportaba ni los del primer reportaje. 

Obvié el llamamiento a los Carlistas de la Junta Regional de la Comunión Tradicionalista de Navarra, del 24 de julio de 1936, porque la práctica de la Junta Central Carlista de Guerra, el órgano del tradicionalismo que de verdad mandaba en esa situación, se condujo por derroteros auténticamente represivos. Respecto al bando de Mola, es una ficción considerarlo exógeno a aquella Junta Central: el hijo del cabeza de facto de dicho órgano fue el que redactaba las instrucciones reservadas del propio Mola, que prefiguraban el significado que había que dar a aquél. El propio Benito Santesteban reconocería su proximidad a Mola en las funciones represivas que acometió. 

Eladio Esparza desempeñó el cargo que mencioné y no hay contradicción con que fuera simultáneamente subdirector de Diario de Navarra, porque lo que cuenta es su propio pensamiento. El concepto de carlofalangismo lo razono desde el hecho de que a partir del 19 de julio carlistas y falangistas coparticiparon en labores represivas, habiendo sobre ello numerosos testimonios. Sobre los intercambios de prisioneros, la documentación conservada menciona posturas intransigentes, amén de la ominosa cuestión de Francisco Lizarza.

Por otra parte, sobre las calificaciones que suscita mi labor, soy de la opinión de que la envergadura de limpieza política sufrida por quienes fueron considerados como enemigos a batir por los sublevados se merece que se hable de los responsables de la misma. Aunque nunca, ciertamente, podremos conocer los detalles por la desaparición deliberada de la documentación de los organismos represores del momento. Recordaré que el secretario de la Junta Central Carlista de la Guerra, José Úriz Beriain, fue posteriormente, durante décadas, secretario de la Diputación Foral. 

Para terminar, reitero mi extrañeza a que sean precisamente dirigentes de EKA quienes se sientan agredidos por mis aportaciones. Lo entendería en el caso de quienes, tras colaborar con el franquismo y beneficiarse de sus prebendas, nunca han condenado de lo sucedido aquellos años y, para remate, no pierden ocasión de imputar a todos los demás todo tipo de connivencias execrables".

Por su parte, la segunda carta (como digo, la originalmente remitida y que fue retocada, por razones de espacio, era esta): 

El sábado 5 de abril Jesús Maria Aragón Samanes, Secretario General Federal del partido Carlista de las Españas, contestaba a la respuesta que dí a una carta remitida a este periódico por el comité político del Partido Carlista-EKA de Navarra. En ella me acusaba de que, en lugar de ceñirme a los contenidos sugeridos en su primer escrito, yo aportaba “unos datos, ya divulgados por otros historiadores, y por eso conocidos por todos nosotros, o sea: aporta más árboles que limitan más aún la visión del bosque”. De cualquier forma, Aragón Samanes ni niega dichos datos ni los que se aportaban en el primer reportaje objeto de refutación por su parte. 

Por contra, llama la atención sobre mi silencio sobre “el llamamiento a los Carlistas de la Junta Regional de la Comunión Tradicionalista de Navarra, del 24 de julio de 1936, así como la aclaración de que el bando era el bando de guerra del general republicano Mola, el director del golpe de Estado al que se sumó el Carlismo, y alguna que otra puntualización en ese totum revolutum”. 

He de decir que no tomé en consideración aquel llamamiento porque la práctica de la Junta Central Carlista de Guerra, el órgano del tradicionalismo que de verdad mandaba en esa situación, se condujo por otros derroteros, auténticamente represivos. 

Por lo que respecta al bando de Mola, es una ficción considerarlo exógeno a aquella Junta Central: Luis Martínez Erro, el hijo del cabeza de facto de dicho órgano, José Martínez Berasain, fue el que redactaba las instrucciones reservadas del propio Mola, instrucciones que hablaban de lo que hablaban y que prefiguraban el significado que había que dar a aquel bando de guerra. Por otra parte, el propio Benito Santesteban, primo y sobrino respectivamente de aquéllos, reconocería su proximidad a Mola en las funciones represivas que desarrolló. 

Otras cuestiones a las que se refieren en sus escritos (como las relativas a Eladio Esparza, al concepto de carlofalangismo o a los intercambios de prisioneros) y que ustedes consideran que he tratado de forma reduccionista o sesgada, son, desde luego, en el caso de que las desarrollara por extenso, bastante más complejas que lo que ustedes insinúan y apuntan más hacia mis tesis. Baste decir que Eladio Esparza desempeñó el cargo que mencioné, compatibilizándolo, es verdad, con la subdirección de Diario de Navarra, pero es que desde el periódico fue el máximo valedor de la integración de todos los autores de la derecha desde el año 1931 cuando menos (en una labor ciertamente meritoria) y sus responsabilidades intelectuales en lo que pasó en el verano y otoño de 1936 son evidentes (y no sólo por preparar la coreografía de la procesión del 23 de agosto, día de la matanza de la Valcardera). En cuanto al concepto de carlofalangismo, lo razono desde el hecho de que a partir del 19 de julio carlistas y falangistas coparticiparon en labores represivas, habiendo sobre ello numerosos testimonios. Sobre los intercambios de prisioneros, la documentación de la Junta Central Carlista de Guerra menciona posturas ciertamente intransigentes, amén de la ominosa cuestión de Francisco Lizarza.

Por otra parte, sobre la mención de que con mis textos están descontextualizados y de que no contribuyen “a la integración de la Historia que nos concierne en nuestra convivencia ciudadana”, por lo que desarrollo un ejercicio de memoria “fraccionada, o sea, sesgada, incompleta”, dejénme decirles que soy de la opinión de que la envergadura de limpieza política sufrida por quienes fueron considerados como enemigos a batir por los sublevados en julio de 1936 (Navarra fue la provincia española, con diferencia, con mayor número de asesinados por votantes al Frente Popular) se merece que se hable de los responsables de la misma. Hablar de que fueron circunstancias propias del conflicto no me vale. En Navarra no hubo frente de guerra y el tratamiento hacia los desafectos en la retaguardia fue absolutamente terrible y excesivo. Aspirar a una reconstrucción máxima de lo sucedido (en la medida de lo posible) es un ejercicio de mínima justicia. Lamentablemente, estoy con ustedes, aunque por otro motivo, en relación con lo de la memoria fraccionada, sesgada e incompleta. La ocultación y la desaparición de la documentación de los organismos represores del momento impiden conocer muchísimos detalles. Pero también hay que decir que la misma fue deliberada. Lamento centrarme en los carlistas, pero no es de recibo que el secretario de la Junta Central carlista de la Guerra, José Úriz Beriain, fuera posteriormente, durante décadas, secretario de la Diputación Foral (en cuyo Palacio, hay que decirlo, asentó sus reales aquel órgano). 

Para terminar, reitero mi extrañeza a que sean precisamente ustedes quienes se sientan agredidos por mis aportaciones, usurpando el lugar de quienes, tras colaborar con el régimen franquista y beneficiarse de las prebendas concedidas por el mismo, en ningún momento han condenado de verdad lo sucedido aquellos años y, para remate, no pierden ocasión de esgrimir un discurso de trinchera, trufado de superioridad moral, imputando a todos los demás todo tipo de connivencias execrables.