miércoles, 13 de septiembre de 2017

JAVIER GARCÍA-LARRACHE. UN AMIGO QUE SE HA IDO.



Ayer falleció en Baiona Javier García-Larrache, una persona ciertamente querida.  

Conocí a Javier a mediados de los años ochenta cuando me permitió ver algunos documentos de su archivo familiar sobre la ferrería Olandia y ahondé en su amistad en los años siguientes. 

También en los años ochenta Javier protagonizó un acto que es preciso recordar. Cedió al Archivo General de Navarra la documentación del Consejo de Navarra, la entidad formada por la legalidad republicana en el exilio de Baiona, que él custodiaba como heredero de su padre, Rufino García Larrache, uno de los miembros más destacados de aquel. La consulta de esa documentación es imprescindible para la reconstrucción del exilio republicano navarro.

A principios de 2006, cuando se cumplían los cincuenta años del fallecimiento de su padre, Rufino García Larrache, desde Bidasoa Ikerketa Zentroa/Centro de Estudios Bidasoa le animamos a escribir la biografía de su progenitor. Javier aceptó el reto y a los pocos meses nos remitió el primer original. Finalmente el libro saldría en 2007 en la editorial Pamiela con el título de García Larrache. Un republicano navarro euskaldún (Pamplona 1889-Bayona 1956)

En ese libro yo elaboré un largo prólogo con la intención de explicar al público la ingente labor de Rufino García Larrache y de Constantino Salinas y de David Jaime, compañeros suyos en la primera comisión gestora de la Diputación de la época republicana, a favor del Estatuto Vasco-Navarro durante los meses que mediaron entre diciembre de 1931, fecha esta en que el PNV aceptó la legalidad republicana y el gobierno republicanosocialista de Madrid se advino a impulsar el proceso autonómico de Vascongadas y Navarra en el marco de la Constitución de 1931, y el 19 de junio de 1932, fecha esta de la Asamblea de Pamplona en la que, como es sabido, los ayuntamientos navarros se descolgaron del proceso por la conjunción de los munícipes tradicionalistas y de los munícipes izquierdistas contrarios a aquel marco políticoinstitucional común. 

Rufino García Larrache fue miembro de la comisión redactora del proyecto estatutario y acudió en diversas ocasiones a defenderlo a la Ribera, el escenario más adverso al mismo, explicando que dicha zona sería directamente beneficiada gracias a la inclusión de diversas reivindicaciones agraristas de la UGT en el articulado de aquel. El proyecto de Estatuto Vasco-Navarro era fruto de la coparticipación de diferentes, unos en pro de la republicanización de nuestra tierra y otros en pro de dotarla de la mayor capacidad de autogobierno de acuerdo con unas pautas modernas y dentro de un escenario de una constitución progresista en el plano social y en el plano territorial. De haber salido adelante, no habría habido guerra civil. De haber salido adelante, contaríamos con un país establecido desde hacía ochenta años, sin duda mucho más cohesionado e incontestado.

En la presentación de aquel libro, en junio de 2007, Javier se emocionó al recordar la memoria de su padre. No sería la única vez que fui testigo de una situación así. En noviembre de 2015, cuando presenté Sin Piedad en Bera, Javier, cogido de la mano de Francine, sucumbió a mi mención a los intensos sufrimientos y al exterminio padecido por los republicanos de izquierda navarros. Un año después, en el acto de entrega de los Premios Euskadi en el Museo de San Telmo Javier no dejó de estar presente, igual que yo tampoco dejé de mencionar a su padre y a sus compañeros y a sus esfuerzos por la implantación de una justicia restaurativa en los años cuarenta y por una Navarra libre y democrática.

En la lucha contra el olvido la memoria de Javier era una poderosa herramienta de ayuda. Durante los últimos años, cuando en mis investigaciones me surgía alguna duda en relación con algunas personas, acudía a él y así en muchas ocasiones establecí conexiones que solamente personas como él podían realizar. A veces las relaciones eran sorprendentes: como en el caso de la persistencia de las relaciones de los republicanos en el exilio con los contrabandistas baztaneses incluso en los años carenta.

Siempre permanecerán en mi recuerdo aquellas conversaciones en su casa de Iratzokiberekoborda, en el barrio de Kaule, en las faldas de Larrun, el monte desde el que mejor se contempla la continuidad, y la discontinuidad, de nuestra tierra. En ellas Javier se conjugaba como la encrucijada qaue él en sí era: aunaba el profundo amor a Navarra y a Euskal Herria con un no menos hondo sentimiento por el país del Bidasoa, todo ello tamizado con el sentido de la educación, el civismo, la seriedad y el humor que le había proporcionado el exilio baionés. 

Descansa en paz, amigo.

martes, 12 de septiembre de 2017

ALBERTO OFICIALDEGUI NÚÑEZ, FOTÓGRAFO AFICIONADO Y CONFESOR Y RECEPTOR DE ÚLTIMAS VOLUNTADES.



Desde el mes de junio ha podido contemplarse en el Archivo de Navarra una selección de fotografías de comienzos del siglo XX de Alberto Oficialdegui Núñez, fotógrafo aficionado y sacerdote de Unzué e Ibero. Las instantáneas recogen temas habituales en su producción como paisajes navarros, medios de transporte, escuelas rurales y retratos individuales y colectivos. 

Alberto Oficialdegui Núñez nació en Artajona en 1872. Tras recibir las órdenes sacerdotales ejerció su apostolado en diversas parroquias navarras. Entre 1897 y 1900 fue ecónomo de la parroquia de Ostiz; entre 1900 y 1901 de las de Arzoz y Viguria; de 1901 a 1920 fue párroco de Unzué; y finalmente de Ibero desde 1920 hasta su fallecimiento en 1941.

Además de por su afición a la fotografía Alberto Oficialdegui tiene su lugar en la historia como confesor de izquierdistas y nacionalistas en sus últimos momentos antes de ser fusilados. En su archivo parroquial optó por la máxima reserva al hablar de las ejecuciones sumarias de las que habría sido testigo, limitándose a incluir en el libro de defunciones una “Nota curiosa” que decía que en 1937 “fueron fusiladas en el término y punto de las Tres Cruces en distintos días treinta y cinco personas … y allí mismo fueron sepultadas, al parecer por sus ideas izquierdistas y por las autoridades militares que los consideraron como dignos de muerte” (Ángel García-Sanz Marcotegui, Los “obreros conscientes” navarros. Gregorio Angulo (1869-1937), Pamplona, Fundación Juan Jose Gorricho/UGT, 1999, p. 289). Como es obvio, al igual que otros sacerdotes que llevaron a cabo cometidos similares, podía haberse preocupado por suministrar más informaciones de cara a la localización de fosas comunes para que los deudos de los asesinados pudieran exhumar sus restos y darles cristiana sepultura. Algo que, más de ochenta años después, sigue siendo imposible para muchas familias. La última ocasión en la que eso se ha tristemente corroborrado ha sido hace dos semanas en una fosa de Zizur que, por lo visto, habría sido destrozada, como muchas otras, en los años setenta.

Con todo, a pesar de las terminantes órdenes en contra hay testimonios de que remitió cartas a familiares de algunos a los que asistió.

Así, tal y como documentó Juan de Iturralde (El catolicismo y la Cruzada de Franco. Su carácter inicial, Ligugé (Vienne), Editorial Egui Indarra, 1966, pp. 180-181) la esposa del nacionalista Eladio Cilveti recibió una carta de Oficialdegui sobre la muerte de aquel fechada en 19 de enero de 1937. La carta dice que el 16 de enero unos militares le llevaron a Cilveti a su confesionario para que se confesara con él:

«Estaba el pobre agitadísimo y protestaba de que sin formación de causa y sólo por ser nacionalista se le quitara la vida. Me rogó hiciera yo lo que pudiera para libertarlo. Me dio una pena grandísima, pero son casos en que no se puede hacer nada».

Cilveti le dio las señas de su domicilio para que le diera personalmente a la mujer noticias de la confesión y de la muerte, viajando para ello a Pamplona, y para que le entregara el anillo y el dinero que tenía. Los guardias no consintieron la entrega ni del anillo ni del dinero. También le pidió que le dijera a la mujer «que si mucho la he querido siempre, ahora la quiero más que nunca». También le encargó que quería que su cadáver «fuera llevado a Pamplona, trasladando los restos de su sepultura provisional». Oficialdegui añadía que aunque no sabía dónde lo habían fusilado, un feligrés le dijo que estaba sepultado en Elío y que ya le proporcionaría más detalles cuando le visitara en su domicilio. Por último, añadía también una coletilla ciertamente expresiva del silenciamiento impuesto en relación con la información a proporcionar por parte de los curas sobre los asesinatos:

«Le mando aparte mi dirección porque se ignore por ahora, ya que nos está prohibido por ahora escribir a las familias de los fusilados, pues quieren llevar estos actos con todo secreto. Pero como los encargos hechos a la hora de la muerte son tan sagrados, por eso los cumplo». 

Eladio Cilveti está de actualidad porque recientemente el ayuntamiento de Pamplona ha decidido dar su nombre a una calle adyacente al estadio de El Sadar por haber sido aquel uno de los fundadores del Club Atlético Osasuna.

También la hija de Gregorio Angulo, el Pablo Iglesias navarro, recibió una carta del citado párroco de Ibero. Angulo fue asesinado el 2 de junio de 1937 en Ibero, siendo enterrado en el término de las Tres Cruces de dicha localidad. Sus restos serían identificados en noviembre de 2016 en una exhumación llevada a cabo por la Sociedad Aranzadi, junto con los de otras seis personas, entre ellos los de José Roa García. 

Alberto Oficialdegui remitiría una carta a Concepción Angulo, hija de aquel que decía lo siguiente:

“Muy Señora mía:

Aunque un poco tarde voy a cumplir con un encargo que me dio su querido padre.

El día 2 del corriente, a la noche, cuando ya salíamos del rosario de la parroquia, me trajeron a la iglesia de Ibero para que yo lo confesara a un señor de edad, que después resultó que era Gregorio Angulo.

Puedo asegurarle a usted que postrado de rodillas ante el confesonario, con una serenidad admirable, impropia de las circunstancias en que se encontraba, hizo su confesión y besó con fervor repetidas veces el crucifijo que para esos casos me sirvo yo.

Después de confesado me pidió como favor que yo hiciera saber a usted cómo se había confesado y cómo iba a morir fusilado. 

No le he escrito a usted antes, porque tanto a los que intervienen en el fusilamiento como a nosotros nos prohíben comunicarnos con las familias de los muertos; por ese escrúpulo, he dejado pasar tantos días de cumplir el encargo de su querido padre; pero como es algo sagrado el encargo que un penitente hace a la hora de su muerte, por eso quiero cumplir sin dejarlo para más tarde.

Sírvale a usted como lenitivo a su dolor que ha muerto cristianamente.

Primeramente lo llevaron a confesar a Echauri, pensando enterrarlo en el cementerio de ese pueblo; pero como el párroco de Echauri no se encontraba lo trajeron a Ibero, donde se confesó, murió y fue sepultado.

Acompaño a usted en el dolor profundo que no hay duda sentirá por haber muerto su querido padre de un modo tan desdichado y creáme que desde aquel día le encomiendo en mis pobres oraciones.

Esa dirección que pongo en el sobre es la que me dio su padre si mal no recuerdo.

Aprovecho la ocasión para ofrecerme a Usted” (Ángel García-Sanz Marcotegui, Los “obreros conscientes” navarros. Gregorio Angulo (1869-1937), Pamplona, Fundación Juan Jose Gorricho/UGT, 1999, pp. 289-290). 

A pesar de que el ejemplo reseñado es suficientemente ilustrativo como para pensar que quizás en los archivos parroquiales no haya nada que permita la localización de fosas comunes, quizás no estaría de más que las autoridades pertinentes ordenaran una búsqueda exhaustiva en esos fondos documentales, así como en los del Obispado, de cara a la localización de información al respecto. 

Estas últimas afirmaciones nuestras tiene base documental. Recordemos que en una carta remitida por el nacionalista Manuel de Irujo al republicano de izquierdas David Jaime Deán, residente en Cambó, el 27 de septiembre de 1946, y que acompañaba a un listado de los fusilados en Navarra que publicamos como Anexo en Sin Piedad, aquel escribía 

“Amigo Jaime:

Le incluyo a Vd. la relación nominal de fusilados de Nabarra. Conviene que por los medios que la Comisión Permanente del Consejo de Nabarra tenga en su mano, esta relación se complete rectificándola cuanto sea preciso. Me aseguran que la única persona que cuenta con una lista completa de fusilados es el Obispo. La ha confeccionado con los datos que le dieron los Párrocos y la guarda en su caja fuerte. Una de las primeras labores de cualquier organismo internacional que se precie de responsable es la de averiguar la verdad. Se ha asegurado que en Nabarra se mataron 15.000 hombres. La cifra parece exagerada. La estimación que hoy tengo, por los datos que le incluyo en la adjunta lista y por otros que he ido recogiendo, permiten reducir la cifra a unos 3.000. Si nosotros llegásemos a adquirir la certeza de esta segunda impresión, tenemos el deber de darla a conocer. Yo tendría mucha satisfacción si esto lo hiciera el propio Consejo de Nabarra. Y a este respecto no he de ocultar a Vd. que como navarro celebraría mucho que no fueran 15.000, sino 3.000 los asesinados, y ya son bastantes”. 

Asimismo, en otra carta que Irujo envió a Jaime el 4 de octubre del mismo año de 1946 aquél mencionaba: “Estoy conforme con las apreciaciones de Vd. en relación con la lista de fusilados; lo que trato de hacer es rectificarla y completarla todo lo posible. Creo haberle dicho que quien tiene la lista es el Señor Obispo de Pamplona. Trato de sacársela; veremos si logro lo que me propongo. Estimo que este asunto merece la pena de que Vds. yo y todos hagamos lo posible por conocer la verdad. Tenemos el deber de llegar a la máxima exactitud posible, para los fines que Vd. mismo dice en su carta”.

De las informaciones que se recogen en esas dos cartas se desprenden varios extremos a remarcar. En primer lugar, la relación de fusilados de 1946 de la que estamos hablando fue elaborada por los servicios de información del PNV y su finalidad era para ser remitida a organismos internacionales cuando el listado se completara mediante la incorporación de informaciones procedentes de otros agentes, el principal de ellos, el Consejo de Navarra. En segundo lugar, Irujo era conocedor del carácter incompleto de las cifras de asesinados que suministraba dicha relación, avanzando, tras sumar a aquéllas las obtenidas por sus propias fuentes, una estimación del número real de fusilados en torno a los 3.000. En tercer lugar, Irujo aseguraba que el obispo de Pamplona (seguramente Marcelino Olaechea, aún cuando ya había sido nombrado obispo de Valencia el 17 de febrero de 1946) disponía, a buen recaudo, de una relación de fusilados elaborada con las informaciones que le habían suministrado los párrocos. Es posible que, al menos parcialmente, algunos párrocos filtraran las informaciones suministradas a su superior también a los servicios de información de los nacionalistas vascos o que éstos consiguieran hacerse con parte de los informes facilitados por aquéllos. En cuarto lugar, parece ser que hubo peticiones de acceso a las informaciones relativas al censo de fusilados en manos del obispo por parte del PNV que, por lo visto, no habrían fructificado.

Tantísimos años después no sería un demérito de las autoridades episcopales referirse al tema planteado.