martes, 12 de marzo de 2013

LA EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA DE LA POBLACIÓN VASCOPARLANTE EN NAVARRA ENTRE 1553 Y 1936.



En esta entrada abordamos la evolución del número de vascoparlantes en Navarra entre mediados del siglo XVI y 1936. Sirviéndonos de las estimaciones realizadas por Erize [Vascohablantes y castellanohablantes en la historia del euskera de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999] en relación con el número de vascoparlantes a la altura de 1863 y de 1936, nuestra aportación se centra en calcular cuántos euskaldunes había en Navarra a mediados del siglo XVIII y hacia 1778. Nuestros cálculos acerca de los vascohablantes existentes en Navarra en esas dos fechas se fundamentan en la consideración conjunta de los límites geográficos del euskara trazados para esos momentos del tiempo a partir de sendos documentos y de diversos recuentos de población realizados en momentos más o menos coetáneos a los años para los cuales se han elaborado aquellos mapas. 

Como es de sobra conocido, la evolución territorial del euskara en Navarra durante la Edad Moderna y durante la Edad Contemporánea ha podido ser reconstruída por parte de diversos autores a través de las fijaciones de diferentes límites geográficos de dicho idioma a lo largo del tiempo basadas en diversos documentos y en encuestas. 

El primer límite geográfico que se suele considerar es del año 1587. Su procedencia es un documento localizado por Manuel de Lecuona [“El euskera en Navarra a fines del siglo XVI”, en Geografía Histórica de la lengua vasca (siglos XVI-XIX), San Sebastián, Auñamendi, 1966, pp. 127-137] en los años treinta de nuestro siglo en la biblioteca del Seminario de Vitoria, datado en aquel año, que contiene una relación de los pueblos del Obispado de Pamplona, agrupándose la porción mayor bajo el epígrafe "bascongado". Interpretando que las localidades clasificadas como "bascongadas" eran vascoparlantes, Lecuona trazó el límite geográfico inferior de la lengua vasca en Navarra en aquella fecha de 1587. No obstante, dicho límite geográfico trazado por Lecuona ha sido corregido en las últimas décadas por autores como Elgoibar, Zubizarreta y Gaminde [Euskararen galera Nafarroan (1587-1984), Pamplona, Pamiela, 1987] o Jimeno Jurío [Navarra. Historia del euskera, Tafalla, Txalaparta, 1987] a partir de la consideración de trabajos puntuales relativos a la utilización colectiva o a la presencia toponímica del euskara en localidades y valles concretos llevados a cabo desde 1933 para aquí por numerosos autores. Hay que decir que esas correcciones llevan la línea dibujada por Lecuona algo más abajo en la parte occidental de Navarra (en cuanto que consideran como vascoparlantes a los valles de Ega, Santesteban y Solana, los tres en Tierra Estella) y más al norte en la parte oriental (en cuanto que consideran no vascoparlantes a la zona de Romanzado, Almiradío de Navascués, Yesa, Sangüesa, Aíbar y Cáseda. 

Asimismo, hay que señalar que Jimeno Jurío ha señalado además en relación con la geografía lingüística navarra en el siglo XVI tres aspectos que creemos son de importancia para nuestro propósito ulterior de calcular la evolución del número de vascoparlantes. El primer aspecto es el de que no había un corte drástico entre la Navarra vascongada y la romanzada porque en ésta última habían euskaldunes inmigrados en situación de minoría demográfica. El segundo es el de que en localidades de tintes urbanos del área vascoparlante como Pamplona o Estella, que originalmente no aparecen en el documento de 1587 como "vascongadas", la mayoría de la población era euskaldún, tal y como notifican diversos testimonios. El tercer aspecto es el de que en la Montaña y en la Zona Media vascoparlantes en los siglos XVI y XVII la mayor parte de la población era monolingüe vascófona y un sector minoritario era bilingüe. 

El segundo límite geográfico de la lengua vasca en Navarra que se suele utilizar corresponde a 1778 y fue trazado por Irigaray [“Documentos para la geografía lingüística de Navarra”, en Geografía Histórica de la lengua vasca (siglos XVI-XIX), San Sebastián, Auñamendi, 1966, pp. 67-103] a partir del hallazgo por su parte en el Archivo Diocesano de Pamplona de un pleito dirimido ante el tribunal eclesiástico entre los "receptores" (es decir, los escribanos que recorrían los pueblos con el fin de tomar denuncias y testimonios) vascongados o vascoparlantes y romanzados o exclusivamente castellanoparlantes en el que se indicaba qué pueblos eran en aquella fecha vascohablantes. 

La tercera representación cartográfica del área vascófona de Navarra corresponde al año 1863 y fue trazada por el Príncipe Luciano Bonaparte hacia 1863 a partir de una encuesta realizada por él mismo. Esta representación tiene la particularidad de informar de los pueblos navarros en los que se hablaba euskara, matizando además en cuáles se estaba perdiendo. Por lo tanto, diferencia las localidades en las que se localizaba la frontera linguística de las localidades más meridionales de máxima intensidad del euskara. 

Asimismo, una cuarta línea se ubica cronológicamente en 1904 y obedece a las informaciones presentes en la "Guía Estadística y Estado del Personal del Obispado de Pamplona", trabajada por Apat-Echebarne [Una geografía diacrónica del Euskara en Navarra, Pamplona, Ediciones y Libros, 1974] y Jimeno Jurío en su obra ya citada. 

Otra línea, la quinta, correspondiente a 1935, fue planteada por Irigaray [“Noticia del estado lingüístico de Navarra en 1935”, Euskera, 1956, I, pp. 41-46] a partir de un trabajo de campo realizado aquel año por ese autor. 

A tenor de esa geografía lingüística, en 1587 el euskara se hablaba en toda la Montaña y en gran parte de la Zona Media de Navarra. 

Posteriormente, en 1778 el límite meridional de la lengua vasca era ya más reducido que dos siglos antes. Estaría situado en los siguientes pueblos: Eulate, Amillano, Bearin, Eguiarte, Artajona, Lumbier, Arboniés y Orradre. En consecuencia, en los dos siglos que median entre 1587 y 1778 el euskara habría abandonado las zonas más meridionales de la Zona Media. 

En 1863, a su vez, la frontera linguística transcurría a lo largo de una línea hipotética que uniría los siguientes pueblos: Ciordia (Burunda), Iturgoyen y Estenoz (Guesálaz), Artazu (Val de Mañeru), Puente la Reina, Garinoain y Orisoain (Valdorba), Izco y Besolla (Ibargoiti), Indurain, Artajo y Mugueta (Urraul Alto), Uscarrés (Salazar) y Burgui (Roncal). Por su parte, las localidades más meridionales de máxima intensidad del euskara serían algo más septentrionales ya que serían las situadas en una línea que transcurriría por Ciordia (Burunda), Iturgoyen, Viguria, Salinas de Oro e Izurzu (Guesálaz), Ibero y Ororbia (Olza), Garrues y Ezcaba (Ezcabarte), Zabaldica (Esteríbar), Beortegui (Lizoain), Arizcuren (Arce), Gallués e Iciz (Salazar) y Vidángoz (Roncal). Por lo tanto, para esta fecha el euskara habría abandonado prácticamente la Zona Media, extendiéndose su ámbito geográfico por la práctica totalidad de la Montaña. 

A la altura de 1904 los pueblos situados en una delgada franja de unos pocos kilómetros al norte de la línea hipotética que unía las localidades más meridionales con máxima intensidad del euskara en 1863 habían también perdido el idioma. En ese momento, las localidades más meridionales que conservaban la lengua eran Ciordia (Burunda), Lizarraga (Ergoyena), Erroz (Araquil), Aristegui, Marcalain y Navaz (Juslapeña), Iroz (Esteríbar), Elia (Egües), Aguinaga e Iloz (Arriasgoiti), Gurpegui y Artozqui (Arce), Elcoaz (Urraul Alto), Güesa e Igal (Salazar), Vidángoz y Roncal (Roncal). 

La línea de 1935, por su parte, coincide con la línea de 1904 si nos fijamos en los pueblos en los que había personas vascoparlantes. Ahora bien, si atendemos a las clasificaciones de localidades que hizo el propio Irigaray de acuerdo con el conocimiento y el uso del idioma por parte de los niños, los mayores de 30 años, los mayores de 50 y los ancianos, comprobaremos que el área lingüística del euskera en Navarra en 1935 se había empequeñecido bastante en relación con la de treinta años antes en cuanto que en el valle del Roncal y en muchos o algunos pueblos de los valles de Salazar, Aézcoa, Erro, Esteríbar, Anué, Atez, Odieta, Olaibar, Ulzama, Gulina y Araquil el euskera era hablado por los tramos de edades superiores. 

Por lo tanto, en cuanto a su extensión geográfica la lengua vasca en Navarra ha perdido progresivamente terreno desde el siglo XVI hasta la actualidad, trasladándose su frontera meridional cada vez más al norte. De ocupar casi dos tercios (toda la Montaña y la mayor parte de la Zona Media) de Navarra en 1587, ocuparía un tercio en 1863 y 1935 (la casi totalidad de la Montaña en la segunda fecha, algo más en la primera, comprendiendo en ésta las cuencas prepirenaicas). 

No obstante, a pesar de ser la evolución de la extensión geográfica del área vascófona sumamente elocuente de por sí, pensamos que la aproximación a la evolución del número de vascoparlantes a lo largo del tiempo nos permite medir con una más alta precisión la presencia social del euskara en las distintas fechas. Hemos reconstruído el número de vascoparlantes existente en Navarra hacia mediados del siglo XVI y a finales del siglo XVIII por medio del apeo de fuegos de 1553 y del censo de Floridablanca de 1786 respectivamente. Para realizar dicha reconstrucción nos hemos topado con un cierto número de problemas que hemos solventado de la forma más razonable posible. En primer lugar, dado que el apeo de fuegos de 1553 es un recuento de población por unidades familiares, y no por individuos, hemos llevado a cabo cálculos de conversión del número de fuegos al de personas fundamentados en diversos estudios demográficos que hicimos hace más de veinte años. En segundo lugar, hemos considerado vascoparlante al 100 por cien de la población de las zonas vascófonas ya que, según señala Jimeno Jurío en referencia al siglo XVII y tal y como se comentó más arriba, ésa sería la situación en la Montaña y en la Zona Media vascófonas. No obstante, hemos de aclarar que en el caso de algunos núcleos urbanos como Pamplona y Estella barajamos la hipótesis de que la población vascoparlante en el siglo XVI equivaliera, de acuerdo con los datos proporcionados por Jimeno Jurío, al 75 y al 25 por ciento respectivamente. De acuerdo con esos supuestos hacia mediados del siglo XVII la población vascoparlante de Navarra estaría formada por unos 97.000 individuos. Como es obvio, en esa estimación nos olvidamos de la más que posible presencia de una minoría vascoparlante en el resto de Navarra, posibilidad cierta acreditada por Jimeno Jurío que hacen referencia a que en Tafalla, Olite, Sanguesa y por toda la Ribera habían minorías vascoparlantes, a veces no tan minoritarias, formadas por personas inmigradas del norte. Con todo, señalaremos que en el caso de que esa minoría alcanzara a equivaler al 2,5 por ciento de la población total del área no vascófona, el total de vascoparlantes se incrementaría hasta los 98.250. 

En lo que respecta a la fecha de 1778, hemos empleado los siguientes supuestos. Por un lado, la posible existencia de gente no vascófona en las zonas consideradas como vascoparlantes (o, al menos, en las zonas más meridionales de las vascoparlantes y en la capital Pamplona) ha conllevado jugar con dos hipótesis: una en la que el 100 por 100 de la población de la zona vascófona era vascoparlante y otra en la que el porcentaje de población vascoparlante en las zonas más meridionales de la zona considerada como vascófona (esto es, en las localidades de la Navarra Media) se limitaba al 80 por ciento, proporción ésta que nos parece la mínima razonable a tenor de las informaciones presentes en la bibliografía. Asimismo, consideramos a la población vascoparlante pamplonesa como equivalente a la mitad de la total de la ciudad. Con todo ello, las cifras resultantes de vascoparlantes hacia 1778 oscilarían entre un máximo de 123.000 y un mínimo de 118.000. 

Por lo que concierne a las fechas de 1863 y de 1936, Erize habla de 90.344 vascohablantes en la primera fecha y de 60.724 en la segunda. 

Bajo todo ello, en 1587 habría unos 97.000 vascoparlantes en Navarra sobre una población total de 150.000 personas, es decir, el 64,7 por ciento. En 1778 los vasconhablantes serían 121.000 sobre un total de 227.000, esto es, el 53,1 por ciento. Los 90.344 euskaldunes de 1863 supondrían el 30,1 por ciento de la población navarra y los 60.724 de 1935 equivaldrían a una proporción del 17.0 por ciento. El crecimiento absoluto (consecuencia del crecimiento demográfico generalizado registrado entre 1553 y 1786) del número de vascoparlantes no tuvo un efecto paralelo en términos relativos: la proporción de población vascófona sobre el total de la población navarra descendió desde, más o menos, un porcentaje de unos dos tercios a uno situado unos 10 enteros por debajo. Con todo, de estas cifras absolutas y relativas correspondientes a 1587 y a 1778 cabe destacar dos aspectos. El primero, es el de que durante la Edad Moderna Navarra fue el territorio histórico vasco con un contingente mayor de vascoparlantes. Para hacernos una idea, Guipúzcoa y Vizcaya (territorios en donde el número relativo de vascoparlantes sería elevado, especialmente en el primero en el que se acercaría al 100 por 100, no así en el segundo en el que había zonas como las Encartaciones tan castellanas como la Ribera de Navarra) contaban con unos 70.000 habitantes hacia 1587 y unos 120.000 en 1786. El segundo aspecto es el de que los porcentajes de población vascoparlante no eran en 1587 y 1778 nada desdeñables. 

Más allá de 1778, contrariamente a lo acontecido en el periodo anterior en el que solamente tuvo lugar a nivel porcentual y no a nivel de cifras absolutas, la regresión de la población euskaldun en Navarra es un hecho tanto en términos absolutos como en términos relativos, produciéndose además con una gran intensidad, bastante más aguda que la de la regresión registrada en la Edad Moderna. Hacia 1863 totalizaba un contingente de unas 90.000 personas lo que venía a suponer algo menos de un tercio de la población total. 

En vísperas de la guerra civil, los euskaldunes navarros eran sólo unos 61.000, el 17 por ciento de la población total. 

Más allá de los datos, en relación con los factores que intervinieron en el retroceso histórico del euskara en Navarra, creemos bastante acertada la opinión formulada por Campión en un artículo de 1876 de que el retroceso que sufría la lengua vasca obedecía a las siguientes cuatro causas: la "facilidad de las comunicaciones", el "contacto de los pueblos vascongados con dos nacionalidades ilustres", "la enseñanza exclusiva en las escuelas del idioma castellano" y el "abandono del vascuence por las clases superiores de la sociedad eúskara". 

La influencia de la "facilidad de las comunicaciones" es evidente si pensamos que las zonas geográficamente más abiertas y de llanura registraron un retroceso anterior que los espacios de montaña y de acceso más difícil. Asimismo, se hace evidente también desde la perspectiva que el descenso del número de vascoparlantes en Navarra se agudizó conforme la revolución de los transportes fue haciéndose más intensa. Ligado con este factor estaría la influencia del proceso de cambio económico y de transición migratoria. 

Del "contacto con dos nacionalidades ilustres" tampoco hay mucho que hablar. Hacía falta un altísimo grado tanto de protección hacia el euskara como de concienciación lingüística para que en el choque con una lengua tan expansiva y vigorosa desde diversos ángulos desde la Edad Moderna como la castellana, la lengua vasca no saliera perjudicada. 

Acerca del impacto del uso exclusivo del castellano en las escuelas, señalaremos que, tal y como ha recordado Jimeno Jurío en el retroceso del euskara a partir de 1750 tuvo mucho que ver la intensificación y la secularización del proceso de escolarización efectuado en castellano. Hay que recordar que un decreto de Carlos III de 1768 ordenaba que la enseñanza de primeras letras se hiciera en lengua castellana y que la ley 41 de las Cortes de Navarra de 1780-1781 impulsó la enseñanza obligatoria en castellano en las escuelas, regulando posteriormente las Cortes navarras de 1794-1795 la asistencia a las mismas. Asimismo, hay que tener en cuenta que el uso del euskara por parte de los niños en la escuela fue castigado, tal y como muestran ejemplos de Aoiz y de Yerri de finales del siglo XVIII. También ligado con todo ello se encuentra la circunstancia de que el Real Consejo de Navarra prohibió en 1766 la impresión de libros en lengua vasca. Con todo, a pesar de que creemos que esta cuestión merecería un estudio pormenorizado mucho más hondo de las noticias que proporciona Urmeneta en su estudio sobre las actitudes y actuaciones ante el euskera en Navarra entre 1876 y 1919 [Pamplona, 1997], no resulta ocioso recordar que hasta las últimas décadas la lengua vasca en Navarra no ha tenido una presencia académica reglada. 

En cuanto al "abandono del vascuence por las clases superiores de la sociedad eúskara", creemos que puede aceptarse la hipótesis de que, por lo general, el abandono de una lengua por las masas populares no es algo que de por sí salga de éstas, sino que responde a determinados posicionamientos valorativos negativos asumidos por el conjunto de la sociedad, pero que en última instancia provienen de sus élites. En base a dichos posicionamientos valorativos negativos hay que señalar que, si bien existía una normativa legal que exigía a los escribanos y a los funcionarios de la justicia civil el conocimiento y el uso del euskara en sus relaciones con los navarros vascoparlantes en aquellas localidades catalogadas como vascófonas, el castellano gozaba del prestigio de la lengua culta escrita que era propia de las autoridades civiles y eclesiásticas y que era utilizada en los actos públicos y oficiales, en los tribunales de justicia, ayuntamientos, parroquias, centros escolares y protocolos notariales. 

Tal y como recuerda Erize, desde la Baja Edad Media cuando menos, es decir, desde cuando era un reino absolutamente independiente, “Navarra ha sido una sociedad conformada y estructurada por la comunidad romance o castellanohablante y las instituciones navarras han funcionado con una condición muy precisa de integración social: saber castellano. Quien no hablara castellano quedaba automáticamente marginado de la vida oficial navarra y reducido al ámbito de la vida cotidiana de su localidad, o a circuitos no institucionales”. Asimismo, el mismo autor, basándose en Ciérbide, ha subrayado que “De la mano de las instituciones del Reino, el romance navarro fue la lengua de la administración casi única en todos los niveles institucionales -Fueros, Corte, villas y pueblos, Iglesia- durante los siglos XIII, XIV y XV, hasta que, progresivamente, quedó confundido con el castellano”. 

Con posterioridad a la conquista de Navarra por las tropas castellanas, desde el punto de vista lingüístico, se habría producido un cambio cualitativo en cuanto generaría una mayor valoración de la lengua exógena en razón de la voluntad homogeneizadora de las nuevas autoridades. Según advierte Jimeno Jurío, en el siglo XVIII, con los Borbones, la política de las máximas autoridades del reino tomó ya un giro explícitamente antieuskérico. Como ya se dijo más arriba, en 1766 se prohibía la publicación de obras en euskara y en 1781 el legislativo navarro asumía el mandato real de 1768 de enseñar el castellano en las escuelas. 

No obstante, en nuestra opinión también habría que responsabilizar a las élites autóctonas gobernantes del territorio (que serían bilingües vascocastellanas o monolingües castellanas) de la situación de la lengua vasca en Navarra durante la Edad Moderna por cuanto no ejercieron ninguna acción protectora. Por otra parte, también habría que recapacitar en la circunstancia de que la aceptación exclusiva del castellano como idioma oficial podía constituir en los siglos XVI, XVII y XVIII (cuando el euskara era hablado por más de la mitad de la población navarra) un mecanismo de discriminación que favoreciera la ocupación oligárquica del poder local por parte de las élites bilingües vascocastellanas o monolingües castellanas sin apenas obstáculos frente a una gran parte de la población que desconocía aquella lengua. 

Más allá de 1841, cuando Navarra pasa a convertirse en una provincia del Estado liberal español dotada con una autonomía administrativa y tributaria (pero perdiendo absolutamente sus aduanas, así como sus Cortes y sus tribunales), el euskara siguió sin adquirir rango de lengua oficial y sin conseguir status de idioma escrito, todo lo cual coadyuvó en el proceso de su retroceso que, según vimos, se aceleró en esta etapa histórica. A pesar de que la acción de la Asociación Euskara, surgida en 1877 y en la que figuraban nombres relevantes como Arturo Campión, Juan Iturralde y Suit, Estanislao Aranzadi, Hermilio Olóriz, Florencio Ansoleaga, Nicasio Landa, etc., ocasionó, junto por otros factores, que durante el último cuarto del siglo XIX se expandiera una fuerte corriente de opinión en favor del euskera y de lo vasco, las posturas de la administración foral en relación con la lengua en ese momento histórico no registraron una variación sustancial, no conformándose ninguna política lingüística activa mínimamente eficaz. Llegados a este punto, también habría que mencionar que la vascofilia de la derecha tradicional navarra era de carácter esencialmente retórico por cuanto ello era un arma contra el liberalismo y las izquierdas que casi nunca se concretó en hechos puntuales que tuvieran una incidencia real en el tema que nos ocupa. 

Asimismo, queremos llamar la atención sobre el papel jugado por el clero en el retroceso histórico del euskara en Navarra. En un principio, en los siglos XVI y XVII la Iglesia desarrolló un papel positivo ya que, con el fin de impulsar la instrucción religiosa de los feligreses ordenada por las reformas tridentinas, los visitadores eclesiásticos urgían a los párrocos de los pueblos en los que la población vascoparlante fuera mayoritaria a desarrollar su labor pastoral en vasco y los obispos ordenaban a los curas el uso de esa lengua en la catequesis. Con todo, en el mismo siglo XVII se detecta que en las parroquias de los centros urbanos y semiurbanos como Pamplona, Sangüesa, Tafalla, Estella, Olite, Aoiz o Lumbier se dejó de predicar en euskara. Más adelante, entre los curas nacidos en la Navarra vascoparlante se difundiera el uso del castellano, haciéndose entre algunos de ellos más cómodo el uso de ese idioma en las labores pastorales. Además, la acción de predicar en castellano también se veía incentivada por la cortedad del número de los textos religiosos en vasco existentes y la multitud de los escritos en castellano. Posteriormente, a la altura de 1935, tanto Irigaray como Mocoroa enjuiciaron que una de las principales causas del retroceso de la lengua vasca en Navarra fue el haber dejado de ser utilizada en la catequesis y en las labores pastorales en algunas zonas de Navarta. 

A pesar de la importancia de todos los factores mencionados hasta ahora, creemos que también sería necesario ahondar en el peso de otros. Creemos que sería interesante profundizar en el peso de las estructuras socioeconómicas de las comunidades locales, así como en las valoraciones que en las mismas se realizaba de la lengua primigenia y que podían incidir en una mayor o menor lealtad lingüística para con ella, para así poder valorar algo más acertadamente por qué en algunas el euskara se mantuvo y, en otras, en cambio se abandonó. También sería importante adentrarnos en el mundo de las estrategias familiares para así poder calibrar cuáles eran las respuestas formuladas desde la propias familias vascoparlantes, y de los individuos que las integraban, en la esfera de lo idiomático en el momento en que debían de afrontarse procesos de alfabetización de forma mediana o altamente masiva e intensa como los constatados en Navarra a partir de finales del siglo XIX, así como procesos de emigración ingente como los registrados desde mediados de la misma centuria.

sábado, 2 de marzo de 2013

Y LA IRA DE AQUÍ LLEGÓ HASTA ALLÍ. PARTICIPACIÓN NAVARRA EN LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN GUIPÚZCOA EN 1936.


La celebración el domingo 3 de marzo de un acto de homenaje en Bera a los fusilados de y en esa localidad nos ha inspirado esta entrada. Como ya apuntamos en la entrada inmediatamente anterior, la cantera de Bera fue el lugar de Navarra donde se produjeron más fusilamientos, debiendo de constituir un lugar de la memoria fundamental de la represión franquista durante la guerra civil en Navarra. Por otra parte, como quiera que los fusilados allí fueron traídos de cárceles y de centros de detención ubicados en Guipúzcoa, queremos profundizar en dos aspectos apuntados al final de aquella entrada: el de la participación física de navarros en dichas sacas de guipuzcoanos o de residentes en Guipúzcoa desde los centros de detención donostiarras y el de la existencia de un discurso intelectual desde la prensa navarra de legitimación y de aliento a aquélla. 

Con posterioridad a la toma de San Sebastián el día 13 de septiembre y durante ese mes y los dos meses siguientes se producirían las cifras más altas de asesinatos por parte de los ocupantes franquistas. Si entre julio y septiembre los franquistas asesinaron en Guipúzcoa a unas 150 personas, muchas de ellas tras la entrada en Beasain, Oyarzun y Tolosa, en octubre fueron fusilados otras 150 y en noviembre unas 90 personas. De 25 fusilados en diciembre se pasó a una decena de fusilados al mes en los meses siguientes, con oscilaciones al alza en algunos de ellos, pero sin superarse nunca la treintena de asesinados mensuales. 

La participación navarra en las labores de depuración está acreditada desde el inicio. Dos días después de la conquista de la capital guipuzcoana, Diario de Navarra informaba el 15 de septiembre de 1936, en la página 7, que “Ayer tarde salieron para San Sebastián los guardias de Seguridad de Pamplona para prestar allí sus servicios mientras se depuran las responsabilidades de los que estaban en la capital de Guipúzcoa”. Por otra parte, el 16 de septiembre, en la página 1 de Arriba España aparece una foto sumamente elocuente en la que el jefe territorial de la Falange en Navarra José Moreno [alias Pepe Perla] y el camarada Gregorio Apesteguía jefe territorial de las Milicias presenciaban el desfile de las tropas en San Sebastián. De ambos se ha mencionado su pertenencia a la Escuadra del Águila de Pamplona, de la que ya hablamos en una entrada anterior referida a uno de sus líderes, Galo Egües Cenoz

También disponemos de informaciones de la presencia de navarros como guardianes de los centros de detención existentes. Además de las diversas prisiones oficiales existentes, entre las que destacaba la cárcel de Ondarreta, falangistas y carlistas tenían sus propios centros de detención: existía una checa falangista en el Café Opera en el Boulevard y había una prisión carlista en la calle Fuenterrabía. 

Acerca de la mencionada checa falangista disponemos del testimonio del doctor Manuel Gabarain, autor del libro Así Asesina Falange. Una celda de condenados a muerte en un cuartelillo de Falange Española de San Sebastián, del que existen dos ediciones, ambas de 1938, una de Paris y otra de Buenos Aires. Gabarain habría estado preso entre el 1 y el 12 de octubre. Aunque primero pensaron en llevarlo “a la prisión del cuartel general de la Falange sito en el edificio del Círculo Easonense”, finalmente los falangistas le condujeron a “un cuartelillo de barrio”, establecido “en el local del que fue Café de la Ópera y antes Camisería de Olave en pleno boulevard. Era una especie de oficina privada que los falangistas de San Sebastián habían montado para el servicio de sus particulares venganzas”. Gabarain habla de los falangistas como de “cobardes en el frente” y “concienzudos asesinos en la retaguardia” que “desde el primer momento montaron en todas las ciudades estos cuartelillos, verdaderas agencias de asesinatos, instrumento perfecto para el ejercicio del terror sistemáticamente decretado desde arriba”. Califica al falangista como “el asesino cobarde de la retaguardia, el infra-policía, el degenerado capaz de elevar a la categoría de valores morales los más bajos instintos humanos”. Los diez compañeros de celda de Gabarain fueron “bestialmente flagelados” por “un tal Manterola, industrial electricista, cojo, hombre de gran crueldad que tenía siempre al alcance de la mano un vergajo y en cuanto un detenido no contestaba le sacudía un vergajazo en la cara o donde buenamente diese”. Según Gabarain, casi todos los guardianes “mostraban una maldad estúpida”, castigando a los prisioneros sin comer y como éstos estaban “en una bodega húmeda y llena de rendijas, resultaba un verdadero tormento el dormir en el suelo”. El detenido se refiere asimismo a las requisas generalizadas que “eran verdaderos robos a mano armada” ya que “los falangistas entraban en las casas y se llevaban lo que querían por el terror sin que hubiese que soñar en indemnizaciones”. De las diez personas que estaban en la celda, sólo tres se salvaron de ser asesinados, Gabarain inclusive, éste último tras hacerse pasar por loco de forma convincente. 

Pues bien, Gabarain asegura que los centinelas de la checa de la falange “eran, por lo general navarros de la Rivera que, como es sabido, suelen ser gente belicosa, muy dada a discutir y siempre presta a tirar navaja. Más de la mitad debían ser de Mendavia”. En la valoración que el médico donostiarra hace de los riberos se observan ecos de Baroja, quien repetidamente a lo largo de toda su vida no dejó de describir de forma muy crítica a las personas del sur de Navarra. Se puede intuir que Gabarain sería un ferviente barojiano a tenor de la identificación que hace de sí mismo como “un auténtico liberal, un verdadero <<chapelaundi>>”, empleando semántica acuñada por aquel escritor. 

Por otra parte, hemos encontrado rastros de la presencia de navarros concretos en labores de vigilancia al servicio de los requetés o de los falangistas en las sedes y oficinas que una y otra milicia tenían en San Sebastián. Mientras las sedes principales de FE se encontraban en las oficinas del Círculo Easonense en el número 1 de la Alameda del Boulevard y en el convento de San Bartolomé, el Cuartel General carlista se instaló en el Casino Kursaal y poseía oficinas en otros lugares de la ciudad. En nuestras investigaciones hemos encontrado testimonios como el de un cascantino falangista que, tras actuar “en el cuartel de la Guardia Civil” de su ciudad natal, “pasó a incorporarse al Cuartel de falange de San Bartolomé de San Sebastián, sirviendo en la ronda secreta”. También un larragués falangista “tomó parte en las operaciones del frente de Guipúzcoa, hasta Beasain; de guarnición en el fuerte de San Cristobal (Pamplona) y en el Cuartel de Falange de San Bartolomé, de San Sebastián”. Asimismo, un requeté de Los Arcos, el 15 de septiembre de 1936 se incorporó al cuartel de requetes de San Sebastián “donde prestó servicios de guardia y vigilancia” hasta febrero de 1938. 



En cuanto a la participación de navarros en labores ejecutoras, contamos con un valioso testimonio: el de José de Arteche en El Abrazo de los Muertos, obra autobiográfica publicada en la que el autor, nacionalista que tuvo que enrolarse en un tercio carlista en noviembre de 1936, narró sus peripecias personales en la guerra civil. Arteche habla un requeté de la Ribera que identifica como Ch... y que le habría contado que en el primer día de la sublevación mató “en connivencia con un cabo de la Guardia Civil” “personalmente a un rojo en quien quería vengar un agravio personal” y que “luego estuvo en el frente de Oyarzun, y tomado San Sebastián, perteneció a la escuadra negra como él dice”. El mencionado Ch... contó a Arteche “bastantes detalles de los fusilamientos“ que tuvieron lugar entonces, en septiembre y octubre de 1936: “El despojo por los del piquete de cuantos objetos valiosos tuviesen los condenados, tan pronto éstos trasponían las puertas de la prisión. La confesión de los sentenciados, de pie, ya junto al paredón, vigilados hasta en aquel momento por uno del piquete arma al brazo. El borbollear producido por el escape del pulmón atravesado, en los fusilados que aún respiraban. La larga hilera que cae derrumbada, excepto uno en el extremo de ella porque el piquete a pesar de su número no alcanzaba para todos, y las palabras irremisibles al desgraciado que, viéndose él solo de pie al lado de los compañeros caídos, alumbró quizá en un momento, un fulgor de esperanza: -Ahora te toca a ti-. El hombre obligado a alumbrar con un farol la silueta de los condenados que los piquetes poco numerosos determinaban matar uno a uno para ahorrarse la labor de los tiros de gracia”. Arteche dedujo por los detalles que le ofreció un día el mencionado Ch... que éste había participado en el fusilamiento de un amigo sacerdote de aquél. Antes de la caída de Bilbao, Ch... comunicó a Arteche que tras la toma él se apuntaría “otra vez en la escuadra negra” y “si hay que fusilar dos mil, pues se fusilan dos mil. Los que sean”. 

Por cierto, al hilo de la mención que Arteche hace de una escuadra negra, hay que recordar que durante la segunda semana de septiembre habría estado en San Sebastián la Escuadra Negra de la Falange de Tudela, constituída por seis tudelanos, de la que ya hablamos en otra entrada anterior, y que según un reportaje publicado en la página 8 del Diario de Navarra de 16 de octubre de 1936 eran los escoltas personales del general Sagardía. La columna de dicho general no partió de la capital donostiarra hasta el 1 de octubre y no llegó al norte de Burgos, donde aquellos tudelanos fueron entrevistados, hasta diez días más tarde. Los miembros de dicha escuadra tudelana, según dicho reportaje, “desde las primeras horas del movimiento libertador de España, se pudieron al lado de quienes defendían a la Patria en peligro; y con una diligencia digna de ejemplo fueron -en su misma ciudad- limpiando de elementos peligrosos el camino del triunfo". "Luego ampliaron su radio de acción a los otros pueblos de la Ribera y de Rioja y por último, enrolados en las formaciones que iban a luchar contra los marxistas y nacionalistas guipuzcoanos" se dice que "entraron los primeros en Tolosa (es decir, el 11 de agosto), tomaron al asalto al Buruntza (es decir, hacia el 28 de agosto), llegaron en cabeza a Guadalupe y a Irún (es decir, el 4 de septiembre)", siendo sus hazañas la causa de que Sagardía les hubiera "designado para formar su guardia personal". Con semejante trayectoria resulta verosímil pensar en que habrían estado involucrados en labores de limpieza en las localidades guipuzcoanas conquistadas a lo largo de esos meses, toda vez que esa presunción queda avalada por los comentarios del requeté citado por Arteche. 

Por supuesto, también habría que hablar de ejecutores autóctonos guipuzcoanos, y de otras partes del Estado (entre ellos, el aristócrata, escritor, actor y bon vivant José Luis de Villalonga) como los que citan los autores del volumen colectivo El otoño de 1936 en Guipúzcoa. Los fusilamientos de Hernani (Irún, Alberdania, 2007). 

Aparte de todo lo anterior, también hay que referirse a los artículos publicados en la prensa navarra que animaban a la puesta en práctica de acciones depuradoras en los territorios guipuzcoanos recién conquistados. 

En Diario de Navarra del sábado 1 de agosto de 1936 Eladio Esparza, subdirector de dicho periódico y uno de los ideólogos de la sublevación y hombres fuertes de la nueva situación, elaboraba el siguiente relato en relación con los combates que los navarros estaban protagonizando en Guipúzcoa junto con los militares sublevados: “Los navarros no han ido a conquistar Guipúzcoa; no es esto una guerra civil ni una guerra de conquista. Esto es una lucha contra un plan infernal de exterminio que estaba en vías de ejecución, bien pertrechado y organizado terriblemente. Esto es una guerra de salvación contra unos forajidos que estaban dispuestos a la más cruel matanza y al terror más espantoso. Y si Navarra ha invadido la tierra de Guipúzcoa –solar de San Ignacio-, ha sido para repeler una de las alas más siniestras de ese terror que estaba incubado en aquellos valles que lindan con los nuestros. ¡No nos íbamos a dejar cazar como unas ratas!. Y ésta es la razón de que nuestros voluntarios estén combatiendo en Guipúzcoa, razón de cristiandad, razón de civilización, razón de vida!”. Y seguidamente se lamentaba de la incomprensión de los nacionalistas ante la actitud del voluntariado franquista navarro: “Y no se ha levantado en Guipúzcoa una voz que clame, ni siquiera aquellas voces que clamaron a favor del estatuto cien veces maldito! No se ha levantado más que la voz de la metralla y de la furia contra la sangre de nuestros muchachos!”. Todo ello le valía para pedir que la Diputación dejara de subvencionar a la Sociedad de Estudios Vascos por su silencio cómplice ante la muerte de navarros en el frente y por “encubridora del separatismo”. 

A la semana siguiente, el día 8 de agosto, el mismo comentarista volvería a incidir en los mismos argumentos tanto en Arriba España como en Diario de Navarra: “Y cuando Navarra vió que de Guipúzcoa (…) llegaban los forajidos por Endarlaza hasta Vera, llevando al viento como primera bandera la bandera nacionalista –porque esto es verdad- entonces fue Navarra a Guipùzcoa como fue a Zaragoza, como fue a Huesca y Jaca como fue a Somosierra, porque Navarra no tiene límites ni tiene número como no lo tienen los cruzados ni los héroes ni los mártires; fue a Guipúzcoa donde el forajido le atormenta cuando puede y el que no es forajido lo desampara [sic] cuando puede!”. “He ahí lo que Navarra ha encontrado en Guipúzcoa: soledad para su corazón y metralla para su carne”. 

El 15 de septiembre Arriba España publicaba una poesía de Nicolás Irurzun titulada “En la yacija del amor. Gozo en la ciudad del mar” con versos que aúnan violencia y machismo, y pueden leerse de forma ciertamente chirriante, al referirse a la conquistada Guipúzcoa y a los conquistadores navarros: “Porque fuiste pequeña, hermosa y fuerte, como mujer difícil, ¡oh Guipúzcoa! agradaste al pueblo navarro/ Le repudiaste. Pero él te conocía y no te olvidaba en su amor/ Se lanzó sobre ti y te impuso por la fuerza su coyunda cariñosa/ El gozo del Mar, de las Lanzas y del Imperio que brota en tu horizonte brilló a sus ojos/ Alegría de sol y de fuerza en tu frente conquistada/ Eras nuestra. Al vibrar de los clarines, preludio de la España nueva celebraremos contigo el día feliz de nuestra boda/ (…) Esfuerzo de héroe fue el esfuerzo de quien rompió tus vínculos de amancebamiento con el deshonor. Pero poco esfuerzo para quien está acostumbrado a quebrar más gruesas cadenas/ (…) Y cuando la España Grande te señale y aplauda como una de sus hijas predilectas, tú trasladarás ese aplauso, ¡oh Guipúzcoa! a tu esposo el pueblo navarro que fue tu vencedor, tu maestro y tu mejor amante”. 

Al día siguiente Eladio Esparza en artículo publicado en Diario de Navarra con el título “Del frente guipuzcoano” advertía en contra de actitudes clementes. Decía: “El ambiente callejero de San Sebastián me agrada mucho. Lo creo espontáneo, satisfecho, nuestro! Se vitorea a Navarra con entusiasmo, con alegría, con satisfacción. Pero en otras esferas encuentro muchos reservones. Posible es que los dedos se me antojen huéspedes, pero también es posible que a muchos donostiarras se les antoje que aquí no ha pasado nada. ¡Y aquí ha pasado mucho cadáver!”. En el mismo número de Diario de Navarra, junto a una relación de los muertos identificados enterrados en el cementerio de Polloe desde el 19 de julio de 1936, según copia sacada de los registros del cementerio, se decía: “Como verán nuestros lectores por la precedente fúnebre lista, figuran en ella no pocos navarros y otros que sin serlo estaban vinculados a Navara por lazos de parentesco y afecto. Los hay militares y paisanos, hombres dignos, caballerosos y honrados cuyo infame sacrificio pesará sobre [sic] una losa sobre las conciencias de los que llamándose católicos no los han evitado”. Un comentario que apelaba a la venganza y al ojo por ojo. 

En la misma línea, el periódico falangista Arriba España el 27 de septiembre Álvaro Cruzat abogaba por la mano dura contra los guipuzcoanos en un artículo titulado “Buscando la impunidad”. En él se dice: “Lo que verdaderamente clama al cielo, es que en esa provincia [habla de Guipúzcoa] en que tan a las claras se ha demostrado su desafecto a España; en donde han sido fusilados unos centenares de hombres cuyo delito era amar a su patria; en donde se ha destruído y saqueado cuanto se ha tenido por conveniente; llegado el momento de hacer una ejemplar justicia, <<cosa que en otras provincias donde no ha habido esos excesos ya se ha hecho>>, estamos viendo, con verdadera sorpresa, cómo en San Sebastián y su provincia se les está concediendo un trato de excesiva contemplación”. 

Y es que, además de la represión desatada por quienes apoyaron la sublevación contra los afiliados y simpatizantes de otras formaciones en la propia Navarra, existe otra dimensión de la actuación de los primeros que no suele ser excesivamente tenida en cuenta por la opinión pública navarra: las acciones de castigo y represalía emprendidas contra los adversarios político-ideológicos fuera de Navarra. Aunque por diferentes motivos, entre ellos el interés de los diferentes sectores del nacionalismo vasco por no remover el tema para no herir susceptibilidades en Navarra, sobre esa cuestión se ha corrido un velo más que tupido, de cualquier forma, conviene recordar que desde el primer momento la entrada en Guipúzcoa de las tropas regulares y de los voluntarios navarros estuvo acompañada de una elevada agresividad. La toma de Beasain el 28 de julio por las tropas del teniente coronel Cayuela y por requetés se saldó con el fusilamiento ese mismo día de 37 personas, entre ellas 7 guardias civiles y varias personas de derechas que habían intentado interceder, saqueándose previamente, con el permiso de la oficialidad, las viviendas abandonadas pertenecientes a personas afines a la República. Tras la toma de la loma de Pikoketa cerca de Erlaitz el 11 de agosto 40 milicianos de ambos sexos serían fusilados, previa violación y corte de pechos de las milicianas. Los fusilamientos de personas guipuzcoanas o residentes en Guipúzcoa del verano y otoño de 1936, dada la elevada presencia de navarros en el frente, indicarían por lo tanto, que la violencia registrada dentro de Navarra también fue llevada fuera de nuestro territorio, exactamente con los mismos tintes desaforados e inmisericordes.