domingo, 28 de abril de 2013

LAS CIFRAS DEL DESEMPLEO: PULVERIZANDO TODOS LOS RECORDS


Las terribles cifras sobre el desempleo suministradas esta semana por la Encuesta de la Población Activa, la mejor estadística existente sobre el componente humano del mercado de trabajo, correspondiente al primer trimestre del año 2013, resultan ser mucho más graves si cabe si las abordamos desde un enfoque comparativo. 

Ese enfoque es el que utilizaba Kiko Llaneras hace algo menos de un año en una entrada (Gráfico de una anomalía: España y su paro histórico en Europa y la OECD (II)) que reelaboraba otra sobre el mismo tema del mismo autor, publicadas ambas en el magnífico blog El Politikon, y en las que se servía de un más que elocuente cuadro con los datos de paro de cada uno de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) desde 1980 hasta 2010, cuadro que se complementaba con una serie, muy expresiva asimismo en relación con diferentes aspectos, de mapas y gráficos. 

En aquella entrada se subrayaba que el reino de España ha pulverizado todos los récords en materia de desempleo a lo largo de las últimas tres décadas en diversas cuestiones. Entre 1980 y 2010 España ha registrado siempre la tasa de paro promedio 1980-2010 (16,8%) más grande de toda la OCDE, tasa de paro promedio que duplica holgadamente la media del universo considerado en esos treinta años, del 7,5%. Asimismo, España posee el récord absoluto de tasa de paro anual con el 23,9% de 1994 y las cifras más altas todavía de 2012 y 2013, habiendo sido escasos, y sólo puntualmente, los países que se han acercado al 20% en alguna ocasión. Por último, hasta 2010 España era el único país OCDE que había superado el 20% de paro… en tres periodos distintos (1985, 1994 y 2010). La mayoría de los demás países jamás se han acercado a esta cifra y han registrado tasas de paro máximas muy inferiores, Francia (12,6%), Italia (12,1%), Países Bajos (11,9%), Reino Unido (11,8%), Alemania (11,1%), Suecia (10%), EEUU (9,7%), Portugal (9,5%), Noruega (6%), o Suiza (4,4%). 

En lo que hace al efecto de la actual crisis en los diferentes países de la OCDE, Llaneras subraya que España es el país donde con más aumento del paro durante la crisis, no comprobándose en muchos otros estados ascenso del desempleo en la actual coyuntura crítica, lo cual cabe atribuir a la especificidad aquí inherente a un modelo económico basado en la construcción cuya irracionalidad y falta de consistencia a medio plazo escapó, por lo visto, a la mayoría de los expertos y medios de comunicación.

El mismo autor unos meses antes había subrayado en otra entrada diversas características del paro en España, acompañándolas de abundante aparato gráfico, que destacan en relación al resto de Europa. Entre ellas la radicalmente asimétrica distribución por regiones del desempleo, la altísima incidencia del paro de larga duración de los más altos, y la enorme cuantía del nivel de paro juvenil. En aquella entrada, subrayó asimismo la acusadísima tendencia de la economía española a ajustar mediante despidos y no mediante bajadas salariales, algo que en el último año está cambiando a causa de la última reforma laboral y de los convenios aplicados por las empresas a su amparo, así como la pronunciada dualidad del mercado de trabajo español, algo que también está en curso de modificación mediante la reforma mencionada. 

De hecho, como van demostrando, se está produciendo en el sector privado de la economía un fuerte debilitamiento de los trabajadores con contratos fijos, relativamente poco expuestos al desempleo y la rotación laboral, y relativamente bien remunerados, aumentando el trabajador precario con contratos temporales o a tiempo parcial y con salarios sustancialmente más bajos y con pautas socioeconómicas ciertamente diferenciadas a las de aquéllos. La dualidad y la precarización, concentrada hasta hora en determinados colectivos como las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes y los trabajadores con menor nivel educativo se están expandiendo hacia colectivos hasta ahora más protegidos por la negociación colectiva. 

No quiero terminar sin hacer referencia a tres cuestiones. La primera se refiere a la circunstancia de que, siendo la situación de la mitad sur de España absolutamente tremebunda, incluso los mejores registros de algunas comunidades autónomas españolas desmerecen altamente en relación con los niveles de la mayoría de los países del entorno europeooccidental, tal y como es fácil comprobar si cotejamos los de aquéllos de la última EPA con los de los segundos presentes en la tabla del primer artículo de Llaneras. El nivel del 19 por ciento de Navarra y la Rioja, el 20,3 de Madrid, el 20,9 de Cantabria, el 22,3 de Galicia, el 22,4 de Aragón, el 22,7 de Castilla y León, el 24,5 de Cataluña, son altísimos cotejados a escala internacional, e incluso el 16,3 de la CAV también lo es.

La segunda tiene que ver con que la destrucción del tejido productivo está siendo de tanta magnitud a lo largo de estos cinco de crisis, auténtica depresión cuyo final no se adivina y que se prolongará con toda seguridad durante varios años más, que hay motivos para estar seriamente preocupado por las posibilidades de recuperación, por las vías por las que ésta podría sustanciarse y por los efectos sociales, económicos y políticos que podrían derivarse. Las medidas adoptadas que tienen que ver con la deuda privada, la deuda pública y el gasto público, conforman un círculo vicioso letal que no permite configurar alternativa seria alguna, ni creíble, al erróneo modelo de crecimiento económico de los últimos quince años. Además, siempre habrá que tomar en cuenta que en el mundo globalizado actual en la batalla de la producción de bienes y servicios no sólo cuentan los agentes regionales o nacionales más próximos: agentes de otros continentes, que en los últimos lustros han articulado sistemas económicos eficientes, pugnarán por cuotas cada vez mayor de la producción total. 

Por último, la gravedad de la situación es tal que ni siquiera pueda pensarse en la incidencia positiva de un factor atenuante mencionado por los expertos hace una decena de años. Al contrario que en el primer pico del desempleo de 1975-1985 y que en el segundo pico de 1992-1995, en los que el paro creció por la acción de factores económicos, pero también por la de factores demográficos (el regreso de inmigración exterior, la incorporación de mujeres al mercado laboral y la llegada de las pobladas cohortes del baby boom en el primer caso y los dos últimos elementos en la segunda situación), la caída del número de nacimientos de los años 1978-1990 iba a suponer un descenso acusado de la presión demográfica sobre el mercado laboral. Ese escenario teórico fue modificado por la fuerte llegada de mano de obra exterior desde finales de los noventa hasta que la consolidación del bache económico convirtió a España en un destino migratorio poco apetecible e incentivó los retornos. Sea como sea, el regreso a una actividad económica normalizada será lo que corroborará en el futuro aquellas positivas expectativas de inserción laboral en un mercado distendido para quienes ahora están entre los 23 y los 35 años, tramos de edad de los comprendidos entre aquellas fechas límite del proceso de caída de la fecundidad. De momento, esas cohortes están sufriendo con inusitada dureza en sus propias carnes el impacto de la recesión económica, planteándoles la certidumbre de que no conseguirán reproducir el nivel de renta alcanzado por sus padres y que la meta del progreso indefinido, al menos en el plano personal, es ahora, a pesar de los esfuerzos y de las inversiones, un eslogan de muy difícil materialización.

viernes, 19 de abril de 2013

EL BLOQUE DE DERECHAS Y EL DIARIO DE NAVARRA EN LA SEGÚNDA REPÚBLICA.





Durante la Segunda República el espacio sociopolíticoideológico de las derechas en Navarra se constituyó como un magma del que formaron parte diferentes familias políticas: carlistas, integristas, conservadores, cedistas, etc. Su expresión política fue, a partir de 1933, el Bloque de Derechas, coalición en la que confluyeron las fuerzas que integraron a partir de enero de 1932 la Comunión Tradicionalista (carlistas, mellistas e integristas) y los elementos conservadores y católicos independientes que formarían Unión Navarra en 1933, partido integrado en la CEDA al año siguiente. El carlismo, la fuerza dominante dentro de dicha coalición a causa del carácter minoritario de los demás sectores políticos que formaban parte de la misma, fue capaz de desarrollar una inteligente política de asociación con esas otras sensibilidades ideológicamente próximas por medio de la cesión de puestos relevantes en las candidaturas. Esa estrategia benefició al conjunto de la derecha porque la derecha no tradicionalista conseguía extenderse electoralmente gracias a la enorme porosidad del carlismo en las capas populares, especialmente de la Montaña y de la Zona Media, y el carlismo lograba adentrarse en ámbitos geográficos como el de la Ribera o en ámbitos sociales como el de la alta burguesía o las minorías intelectuales, en los que los elementos que conformarían Unión Navarra tenía mayor implantación. 

Por otra parte, dentro de ese espacio ideológico de las derechas tuvieron también importancia capital sus órganos de prensa, sobre todo Diario de Navarra. Este periódico, con una difusión de 10.500 ejemplares en 1931, de 13.000 en 1932-1934 y de 20.000 en 1935-1936, tenía una tirada muy superior a la de El Pensamiento Navarro, limitada la de éste último a unos 2.000. Además, Diario de Navarra se caracterizó por una gran transversalidad relativa en relación con los sectores de aquel espacio, acogiendo a miembros de las diversas familias de la derecha navarra tanto en su Consejo de Administración, en donde estaban presentes la mayoría de los notables que formaban parte de la élite de poder provincial, como en su Consejo Editorial y en su Redacción. 
 
Aunque entre los fundadores en 1903 de La Información S. A., la empresa propietaria del Diario, predominaban los ligados al partido conservador, posteriormente podemos encontrar figuras que eran o serían mellistas, mauristas, integristas, de Unión Navarra, de Renovación Española... En 1932 formaban su consejo de administración Genaro Larrache, ex maurista de familia carlista; José Sánchez Marco, presidente en Navarra de la Junta Regional del Partido Integrista; y Francisco Uranga, uno de los fundadores de la Falange en Navarra.

En la tertulia diaria a las 15,30 que decidía la línea editorial del periódico participaban el Director, Raimundo García; el subdirector, Eladio Esparza; el Presidente del Consejo de Administración Jenaro Larrache; Pedro Uranga, miembro muy influyente del consejo de administración, y Luis Ortega Angulo, persona de mucho peso en la empresa y tesorero de Renovación Española.

Por lo que respecta a la redacción, aunque se ha insistido a menudo en el peso ideológico del Director, Raimundo García (conocido también por sus seudónimos Garcilaso o Ameztia), somos de la opinión de que en los aspectos que se referían a la política interna de Navarra durante la Segunda República el protagonismo mayor en cuanto a la creación de mensajes ideológicos correspondía al lesakarra y tradicionalista Eladio Esparza, autor de una columna diaria con diversos nombres (entre ellos, Postales, Rodela, Estampas Forales, a veces simultáneas) y seguramente también autor de la mayoría de las Notas sin firma del periódico. 
 
Director del periódico jeltzale La Voz de Navarra entre 1923 y 1925, con una remuneración de 6.000 pesetas anuales, la más alta que se cobraba en la prensa pamplonesa por aquel entonces, mil más de las que recibía Garcilaso en Diario de Navarra, Eladio Esparza pasó en 1929 a este último periódico con la categoría de redactor-jefe, culminando su tránsito ideológico desde el nacionalismo vasco a un navarrismo foral de derechas que combinaba un férreo españolismo político con un innegable vasquismo cultural. Desde nuestro punto de vista, fue Esparza, él mismo miembro de la Comunión Tradicionalista, sobre quien recaerían los méritos de abrir las páginas de Diario de Navarra a diversos escritores navarros de gran importancia para la creación de opinión para los sectores de la derecha durante la República y que publicaban con una gran regularidad en él. Entre ellos, destacaríamos en especial a dos. El primero, Hilario Yaben, canónigo de Sigüenza, de ideología integrista/tradicionalista y que protagonizó junto con Esparza a lo largo del debate estatutario de 1931-1932 una enconada oposición a los tres proyectos que se sucedieron de Estatuto Vasconavarro y que planteaban una región autonóma común entre Navarra y los demás territorios vascopeninsulares. El segundo autor era Fermin Yzurdiaga Lorca: colaborador de Diario de Navarra desde 1929 y responsable de una sección quincenal dentro de él titulada Catolicismo y de una sección de una cierta regularidad llamada Cymbalum mundi, enriquecía gráficamente sus textos con las tipografías e ilustraciones de Angel María Pascual, preludiando el falangismo católico que le caracterizaría tras hacerse en 1936 con la dirección del órgano falangista ¡Arriba España!, periódico surgido tras la requisa en julio de 1936 de la maquinaria e instalaciones del periódico peneuvista La Voz de Navarra.

Tampoco hay que olvidar que las páginas de opinión de Diario de Navarra se vieron enriquecidas en momentos determinantes con las aportaciones puntuales de tradicionalistas como Víctor Pradera o el conde de Rodezno, de conservadores como Pedro Uranga o de cedistas de Unión Navarra como Rafael Aizpún.

Sea como sea, la importancia del Diario de Navarra en el mapa político navarro de la época y la consideración de su capacidad articuladora de la opinión pública, con posicionamientos propios que iban más allá de los diferentes partidos de la derecha, motivó que la candidatura del Bloque derechista le ofreciera un escaño en la persona de Raimundo García en las elecciones de 1933 y de 1936, saliendo elegido diputado en las dos.

Todos los sectores que confluían en ese espacio socioeconómico de las derechas encontraron unos puntos de comunión en todos aquellos aspectos contrarios a todos los caracteres propios de la izquierda o del nacionalismo vasco o pregonados de la Constitución republicana (laicismo, liberalismo, republicanismo, parlamentarismo, socialismo, separatismo). Algunos elementos de disenso provocados por el mayor apoyo de los sectores populares del carlismo a las prácticas del catolicismo social, que podían contravenir los intereses de los terratenientes directamente representados por algunas personalidades de la Comunión Tradicionalista como Rodezno o Sánchez Marco, o por las simpatías vasquistas de antiguos jaimistas o de algunas personalidades de Unión Navarra, tildadas de filonacionalistas por parte de los sectores más agresivos con el nacionalismo vasco y con el Estatuto Vasconavarro, fueron orillados en base a la exaltación de los ingredientes con mayor capacidad de fusión (catolicismo militante, defensa del Estado confesional, visión pesimista de la modernidad, defensa de la familia y de los valores tradicionales, foralismo españolista) en beneficio sobre todo de la oligarquía local, cómodamente instalada en el conservadurismo social. Todo ello acompañado con una llamada constante, desde el mismo inicio del periodo republicano, a la movilización que presentaba a Navarra como la Covadonga desde la que se llevaría cabo la restauración de los viejos valores en el resto del Estado.

Durante toda la República las derechas en Navarra fueron mayoritaria en los ayuntamientos y contó con el sostén de la mayoría del electorado en las elecciones a Cortes.

En las elecciones a Cortes constituyentes de 28 de junio de 1931, en Navarra, así como en Guipúzcoa y Vizcaya, los partidos que a partir de 1933 constituirían el Bloque de Derechas conformaron la coalición católico-fuerista junto con el PNV en un programa que pivotaba sobre la defensa del catolicismo y del Estatuto de Estella que pretendía establecer un espacio geográfico autónomo en el que aquél estuviera salvaguardado. Dicha candidatura católico-fuerista venció con cinco diputados en Navarra y el 64 por ciento de los votos, frente a dos diputados republicanosocialistas que sumaron el 36 por ciento de los votantes. Las izquierdas solamente ganaron en Pamplona, en la Ribera y en algunos valles pirenaicos. Los cinco diputados católicofueristas navarros formaron parte del grupo parlamentario de la minoría vasconavarra, constituído por quince parlamentarios en total, hasta finales de 1931, momento éste en que se rompió de hecho por la aceptación del PNV de la legalidad republicana.

En las elecciones a Cortes de 19 de noviembre de 1933 el Bloque de Derechas triunfó fácilmente: copó los siete diputados navarros y convirtió su hegemonía, con más del 71 por ciento del electorado, en indiscutible ante unas izquierdas, divididas en varias listas, situadas en total en torno al 20 y un PNV que, yendo en solitario, no pasó del 9. La izquierda sólo ganó en una decena de localidades de la Ribera. El gráfico que encabeza esta entrada representa los porcentajes obtenidos por cada lista.

En las elecciones a Cortes de 16 de febrero y 1 de marzo de 1936, en un ambiente altamente exacerbado, se repitieron prácticamente los resultados de 1933: el Bloque de Derechas, con el 70 por ciento de los votos, volvió a copar los siete escaños navarros, quedando el Frente Popular con el 21 por ciento y el PNV con el 9.

En relación con su presencia en la Diputación, si bien su presencia fue mínima en las Comisiones Gestoras de la misma, de designación gubernativa, que se sucedieron en la Diputación desde abril de 1931 a enero de 1935, pasaron a dominarla después de las elecciones provinciales de esa última fecha, celebradas gracias a las concesiones efectuadas por el Partido Republicano Radical. Así, la Diputación navarra era la única en el Estado que no estaba en manos del Frente Popular en 1936.

Como se ve, por lo tanto, el entramado políticomediático de las derechas navarras no es de ahora, sino que arranca de ochenta años atrás. Lo mismo sucede en una parte nada despreciable de los contenidos de sus mensajes ideológicos. Consecuentemente estamos hablando de una cultura política asentada desde muchos decenios y cuyos puntos de vista se han transmitido a lo largo de varias cohortes generaciones como fórmulas ideológicas heredadas en el seno de muchas familias navarras y que, hoy en día, actualizadas con arreglo a los cánones del sistema socioeconómicopolítico vigente y a las exigencias de la modernidad, siguen siendo el basamento del ideario político de una parte importante del electorado navarro, precisamente el que suele ofrecer su apoyo al partido más votado en nuestra comunidad. Tras unas semanas en las que una moción de censura, finalmente derrotada, ha abierto el debate sobre las posibilidades de constitución de mayorías alternativas de gobierno, creemos relevante subrayar todo lo anterior, y también tenerlo en cuenta, a la hora de reflexionar sobre las propuestas y estrategias ideológicopolíticas encaminadas a la concreción de aquéllas.

domingo, 14 de abril de 2013

SEGMENTOS DE REPÚBLICA.


SEGMENTOS DE REPÚBLICA. 

La profusión, especialmente en los medios de comunicación y en los últimos años, de valoraciones radicales y del todo contrapuestas sobre la Segunda República, ha hecho que se haya difundido entre la opinión pública la idea de que ese periodo histórico constituyó un todo unitario. Sin embargo, la realidad es que en los cinco años y tres meses que duró la legalidad republicana existieron varias etapas muy diferentes entre sí. Además, en rigor, el carácter transformador que se suele predicar del periodo republicano solamente es cierto para el periodo inicial, para sus dos primeros años y medio (de abril de 1931 a noviembre de 1933), así como para sus últimos cinco meses, si bien en esta última fase con una crispación en ascenso. Seguidamente repasaremos las distintas etapas de la República en lo relativo al gobierno central y a quienes gobernaron la Diputación en Navarra. También haremos una mención a la cuestión del poder municipal en los ayuntamientos navarros. 

EL GOBIERNO CENTRAL DURANTE LA REPÚBLICA. 

El gobierno provisional de la II República quedó conformado tras la proclamación de la misma el martes 14 de abril como resultado de las victorias de las candidaturas republicano-socialistas en las capitales de provincia y en las regiones industriales. Era un gobierno heterógeneo formado por dirigentes de partidos republicanos de derecha (como el Presidente de Gobierno, Alcalá Zamora, y el Ministro de Gobernación, Maura); del Partido Republicano Radical ó PRR (como Alejandro Lerroux, que se hacía con la cartera de Asuntos Exteriores, o Martínez Barrio, que asumía la de Comunicaciones); del Partido Republicano Radical Socialista ó PRRS (como Álvaro de Albornoz, titular de Fomento, o Marcelino Domingo, titular de Instrucción Pública); de Acción Republicana ó AR (como Azaña, Ministro de la Guerra); y del PSOE le correspondían tres ministerios, los de Hacienda (Indalecio Prieto), Justicia (Fernando de los Ríos) y Trabajo (Largo Caballero). 

Este gobierno provisional tuvo que afrontar en sus primeras semanas diversos problemas espinosos, entre ellos, la proclamación del Estat Catalá en Barcelona el mismo 14 de abril, resuelto con la aplicación de una autonomía transitoria; las reticencias de la cúpula eclesiástica y las quemas de iglesias en mayo; y las reservas expresadas por los altos mandos militares, salvadas con varias medidas que trataban de asegurar su fidelidad. 

Las elecciones de 28 de junio de 1931 fueron ganadas por las candidaturas de la coalición gubernamental, sobre todo de las formaciones situadas a la izquierda. El PSOE obtuvo 114 diputados; el Partido Republicano Radical Socialista, 54; Acción Republicana, 30. Los partidos en el gobierno que representaban el republicanismo de centro-derecha, el Partido Republicano de Lerroux o la Derecha Liberal Republicana de Alcalá Zamora y Miguel Maura, consiguieron respectivamente 94 y 23 actas. 

El Gobierno provisional pervivió tras las elecciones generales de 28 de junio de 1931 a causa de que los partidos de la coalición de gobierno pactaron su continuación hasta que la Constitución fuera aprobada, caracterizándose por una política poco unitaria en la que cada ministerio seguía las directrices de sus responsables y destacando algunos ministerios, como el de Trabajo, por su enorme actividad en la promulgación de decretos reformistas. 

La Constitución fue aprobada el 9 de diciembre de 1931, caracterizándose por contenidos claramente progresistas y apostando por la división de poderes, la separación entre la Iglesia y el Estado y la nueva organización territorial. El articulado referente a la cuestión religiosa, sobre todo el referente a la disolución de las órdenes religiosas y la nacionalización de sus bienes, motivó la dimisión en octubre de Alcalá Zamora y Maura, si bien en el caso del primero también actuó el rechazo del gobierno a su proyecto de reforma agraria. Entonces, Azaña asumió la Presidencia del Gobierno. Tras la promulgación del texto constitucional, Alcalá Zamora fue nombrado Presidente de la República, presidiendo Azaña el Consejo de Ministros. 

Aún cuando el gobierno provisional había dado ya claras muestras de su vocación reformista, suele considerarse al bienio social-azañista como el bienio reformista por excelencia. El gobierno de Azaña fue un gobierno netamente de izquierda con PSOE, AR, PRRS y otros partidos catalanes y gallegos. El Partido Republicano Radical no participó en él por su negativa a cohabitar con el PSOE, haciéndose eco de las inquietudes patronales por la nueva legislación social, argumento que constituiría el eje de su actitud en la oposición en el parlamento hasta septiembre de 1933. Con esa actitud los radicales iniciarían su proceso de derechización. Desde el otro ángulo, se ha dicho que la preferencia por los socialistas, originando el alejamiento de los radicales hacia una posición de centro-derecha extraordinariamente agresiva contra el gobierno, pretendía incorporar a la clase obrera a las instituciones republicanas o, al menos, neutralizar una posible oposición obrera a la República mediante una política de mejora de las condiciones laborales del proletariado urbano y rural, política que tendría un mayor impacto en los ámbitos rurales, mucho más desrregulados hasta entonces. 

El gobierno de Azaña, que duró hasta septiembre de 1933, fue el gobierno de mayor estabilidad del periodo republicano y el que protagonizó las reformas más importantes. Fueron señeros los avances en política educativa y en política social, pero también se desarrolló una labor diligente en política económica y en obras públicas. Además se introdujeron reformas en el Ejército y se aprobó en septiembre de 1932 la ley de reforma agraria y el estatuto catalán. En agosto del mismo año, la fallida sublevación de Sanjurjo, supuso la primera llamada de atención de los sectores golpistas. Aunque suele afirmarse que el final de este bienio azañista fue ocasionado por la matanza de campesinos en Casas Viejas, anticipada por incidentes similares en diciembre de 1931 y enero de 1932 en Castilblanco y en Arnedo, la realidad es que fue resultado de la táctica que, desde principios de 1933, llevó a cabo el Partido Radical contra la coalición gobernante con el apoyo de los sectores centristas del PRRS y la colaboración del Presidente de la República, Alcalá Zamora. Éste forzó remodelaciones ministeriales en junio y septiembre de 1933, la segunda acompañada de la destitución de Azaña como Presidente del Gobierno, así como de la expulsión de los ministros socialistas. Sin el apoyo de los sectores de izquierda, la inestabilidad de los gobiernos subsiguientes presididos por radicales acarreó la disolución de las Cortes. 

En las elecciones de 19 de noviembre de 1933, la CEDA de Gil Robles, un partido que algunos autores tildan de partido conservador y católico progresivamente fascistizado, fue la formación más votada, obteniendo 115 diputados. El Partido Radical de Lerroux se erigió en segunda fuerza, con 104 escaños. La izquierda republicana y los partidos socialista y comunista no pasaron en conjunto de los 94 parlamentarios. 

Por efecto de esas elecciones comenzó el bienio radical-cedista. Si ya entre 1931 y 1933 el Partido Radical constituyó el principal núcleo fundamental de la oposición parlamentaria a las reformas practicadas por los gobiernos republicanos-socialistas presididos por Manuel Azaña, en los dos años siguientes será el promotor primordial del cambio de rumbo de la República. En los gobiernos de octubre de 1933 a febrero de 1936, el Partido Radical (primero gobernando en solitario con el apoyo parlamentario de la CEDA; a partir de octubre de 1934 en coalición con ese partido y progresivamente supeditado a él, a causa de las sucesivas crisis internas de los radicales ocasionadas por tal alianza y por carecer dicha formación de la voluntad y de los recursos necesarios para contener a los cedistas, con mayor presencia cada vez en el gobierno nacional y en la administración local y provincial) derogó las reformas sociales del bienio progresista, revisó la ley de reforma agraria y desarrolló una política de hostilidad y represión de la izquierda, a cambio de obtener para sus afiliados y redes clientelares el acceso privilegiado a todos los niveles de la administración pública, polarizando la dinámica política de la República hasta extremos desconocidos. Las reformas del primer bienio fueron socavadas por los radicales, además de por vía legislativa, por la renuncia a cumplir la legislación vigente, permitiendo el incumplimiento masivo de la legislación laboral y social que había sido aprobada entonces, lo que fue acompañado por la durísima represión de los sindicatos y por el apoyo al boicot de la patronal a las organizaciones obreras. También se modificó la política religiosa, propiciándose un acercamiento a Roma; se devolvieron tierras a la nobleza terrateniente; se amnistió a los involucrados en la Sanjurjada; y se hizo más virulenta la tensión con el nacionalismo vasco y catalán. La política social y agraria de estos gobiernos y el deterioro de las condiciones laborales están detrás del incremento de la conflictividad, que acabó estallando en la huelga campesina de junio de 1934 y en la revolución de octubre del mismo año, ésta última una auténtica insurrección armada en Asturias, en la que confluyeron la UGT y la CNT, que se saldó con 1.500 muertos. También por aquel entonces la proclamación por parte de Companys, Presidente de la Generalitat, del Estat Catalá, derivó en la suspensión de la autonomía. 

Finalmente, el escándalo del estraperlo, al que se le unían otros, apuntilló definitivamente a los radicales. El intento de Gil Robles de gobernar en solitario con el programa de la CEDA tropezó con la negativa de Alcalá Zamora, precipitando la disolución de la cámara legislativa. 

En las elecciones de febrero de 1936 compitieron primordialmente, a pesar de la concurrencia de otras listas de partidos centristas y de partidos nacionalistas periféricos, dos grandes bloques políticos. En el Bloque Nacional concurrían la CEDA, los tradicionalistas y los monárquicos alfonsinos. En el Frente Popular iban coaligados partidos republicanos de izquierda (Unión Republicana, Izquierda Republicana), partidos republicanos nacionalistas periféricos (Ezquerra, Partido Galeguista) y formaciones socialistas y comunistas (PSOE, PCE, POUM). La victoria correspondió a la segunda coalición, que obtuvo 266 escaños, por 142 de la primera. 

El 19 de febrero Azaña se hacía cargo de la presidencia del gobierno. Sus primeras medidas se dirigieron hacia el restablecimiento de la autonomía catalana, la liberación de los presos encarcelados tras la revolución de octubre y la recuperación de la política de reforma agraria. Siguiendo en esa línea, en los siguientes meses trató de retomar la política reformista del primer bienio, acelerándose también la política autonómica respecto del Pais Vasco y Galicia. En mayo, tras la destitución de Alcalá Zamora como Presidente de la República y la designación de Azaña para ese cargo, Casares Quiroga pasó a presidir el gobierno. La acción del gobierno se vio cada vez más dificultada por incidentes provocados desde los extremos del abanico político que polarizaron a la opinión pública y por rumores insistentes de intervencionismo militar. En este clima, los asesinatos del teniente Castillo, conocido militante de izquierdas, y del líder de la CEDA José Calvo Sotelo los días 12 y 13 de julio, el segundo como respuesta al primero, actuaron, más como telón de fondo que como detonante, de la sublevación militar del 17 de julio de las tropas españolas en Marruecos que daba inicio a la guerra civil. Navarra, precisamente, era centro neurálgico de la sublevación a causa de la estrecha connivencia entre los militares y las formaciones derechistas y, desde el primer momento, desarrolló el papel de territorio liberado para los golpistas. 

LA DIPUTACIÓN DE NAVARRA DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA. LAS COMISIONES GESTORAS . 

El 21 de abril de 1931 el Gobierno de la República publicaba un Decreto por el que se regulaba el nombramiento de las Comisiones Gestoras de las Diputaciones a cargo del Gobernador respectivo y en el que se señalaba que en Navarra se respetaría su número tradicional de siete diputados designados en las cinco merindades. 

Bajo las protestas de nacionalistas y carlistas, el 25 de abril de 1931 tomó posesión la nueva Gestora, constituída por los diputados siguientes: Amadeo Marco Ilincheta (abogado, alcalde de Navascués, carlista) por el distrito de Aoiz; Jose María Fernández de Piérola (monárquico, propietario de Los Arcos) y Benito Munilla García (vicepresidente del Centro Republicano de San Adrián), por Estella; Constantino Salinas Jaca (médico socialista de Alsasua) y Rufino García Larrache (empresario pamplonés y republicano autónomo), por Pamplona; David Jaime Deán (administrador de la cooperativa vinícola de Tafalla, concejal independiente electo de ese municipio con el apoyo de republicanos y socialistas y luego uno de los líderes de AR y de IR); y Luis Soriano Tapia (abogado, presidente de la Agrupación Republicana de Tudela), por la merindad tudelana. Salinas fue nombrado vicepresidente, es decir, cabeza de del órgano puesto que por laley de 1841 la presidencia recaía nominalmente en el Gobernador Civil. 

Esa primera Comisión Gestora duró hasta comienzos de 1933 por la necesidad de cubrir cuatro bajas. En enero de 1933 se admitió la dimisión de Amadeo Marco, presentada en diciembre de 1931 a causa de su desacuerdo con la decisión de la Gestora de negarse a dar al Obispado 50.000 pesetas para la construcción del Seminario de Pamplona, así como la de García Larrache, quien dimitió entonces al ser nombrado Gobernador Civil de Álava. Asimismo, en abril de 1933, tras la celebración de las elecciones municipales parciales del 23 de ese mes, Benito Munilla dejó de ser concejal de San Adrián, lo que le incapacitaba para ser gestor. También entonces dimitió, sin aclarar las razones, Fernández de Piérola. 

La Segunda Gestora fue nombrada por el Gobernador el 8 de junio de 1933, estando integrada exclusivamente por republicanos o socialistas. A los tres miembros que no habían dimitido de la Primera Gestora (es decir, el vicepresidente Constantino Salinas, Luis Soriano y David Jaime, éste último republicano autónomo que desde julio de 1933 presidiría la Agrupación tafallesa de Acción Republicana), se les añadían: José Burgaleta García, concejal pamplonés del PRR; Constantino Cerdán Sánchez, alcalde de Azagra y presidente de la Agrupación local del PRRS; Amancio Sánchez Martínez, concejal radical de Azagra; e Isaac Induráin, concejal republicano de Aoiz. 

Esta Segunda Gestora se mantuvo hasta el 4 de enero de 1934 debido a que el triunfo en las elecciones generales de la CEDA y el PRR conllevó una nueva conformación de las gestoras de las diputaciones provinciales en beneficio de los radicales. Así, ese día un Decreto señalaba la necesidad de renovación de las mismas. A pesar de las protestas de la derecha y de una iniciativa legislativa llevada a cabo por Aizpun, que fructificaría finalmente meses despues, el 31 de enero se formó la nueva gestora con carácter interino. Estaría integrada por Serafín Yanguas Legarda, pamplonés y presidente de la Junta Central del Partido Radical; Constantino Salinas; Javier Domezáin, de AR, por Tafalla; Cándido Frauca, abogado y propietario tudelano, miembro del PRR y presidente de su Junta tudelana; Francisco Sanjuán, del PRRS, y Fructuoso Muerza, miembro del PRR en San Adrián, por Estella; y Pedro Beúnza, también radical, por Sangüesa. Dicha conformación con 4 miembros del Partido radical y uno respectivamente de AR, PSOE y PRRS, trataba de combinar el hecho de la articulación de una mayoría de republicanos de derecha con el intento del gobierno radical de Madrid de no chocar del todo con el resto de los partidos republicanos ni con sus bases navarras. 

Finalmente, los radicales apoyarían en Madrid la tramitación de la proposición de ley para la renovación de la Gestora Provincial presentada por Aizpun, abriendo las puertas a su control por parte de la derecha. Las elecciones de 27 de enero de 1935 en las que los concejales elegieron a los gestores estuvieron, además, enturbiadas por el hecho de que 30 ayuntamientos con mayoría de izquierdas o nacionalistas estaban suspendidos desde octubre de 1934, siendo sustituídos por concejales de derechas. La gestora elegida estuvo formada exclusivamente por miembros del Bloque de Derechas, a excepción del representante tudelano, el radical Cándido Frauca, quien había llegado a un arreglo con el Bloque. Esta gestora de derechas, modificó a su favor el rumbo de la política foral, derogando la normativa aprobada en 1932 sobre juntas de veintena, quincena y oncena, opiniéndose a la ley municipal objeto de debate, aprobando un nuevo reglamento sobre la constitución y el funcionamiento del Consejo Foral Administrativo y paralizando la aplicación de la Ley de Reforma Agraria 

EL PODER LOCAL MUNICIPAL EN NAVARRA DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA. 

Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron el triunfo a las candidaturas derechistas en la mayoría de los ayuntamientos navarros. El bloque republicano-socialista sólo venció en pueblos de la Ribera del Ebro (como Olite, Larraga, Miranda de Arga, Falces, Santacara, Murillo en Cuende, Villafranca, Cadreita, Castejón, San Adrián, Fitero, Cascante, Buñuel y Tudela) y también en algunos más septentrionales como Alsasua, Aibar o Yesa. Pamplona se situó entre las nueve capitales de provincia en toda España con mayoría monárquica, superando ligeramente a las izquierdas. 

No obstante, los resultados de esas elecciones se verían modificados por la repetición de las elecciones en muchas localidades en las que la izquierda protestó, aduciendo presuntas irregularidades cometidas por la derecha en la jornada electoral. De las 41 reclamaciones presentadas en otros tantos pueblos, presentadas por lo general por candidatos de la conjunción republicano-socialista (a excepción de en Pamplona y en Tafalla donde el PNV también reclamó, en la capital en exclusiva) y fundamentadas en la compra de votos y en las coacciones ejercidas sobre los votantes por la derecha, así como en incapacidades de ciertos concejales para ejercer el puesto al ser arrendatarios de algún arbitrio municipal, el gobernador aceptó las protestas de 20 localidades. Hasta que la resolución fuera refrendada por la Dirección General de Administración Local de Madrid, el gobernador nombró gestores en las localidades afectadas. 

Tras la repetición de las elecciones el 31 de mayo, las izquierdas controlarían también la capital navarra. Asimismo, la repetición del proceso electoral originó el control de la izquierda también en otros ayuntamientos importantes como Azagra, Caparroso, Cáseda, Corella, Lodosa, Mendavia, Peralta, Sartaguda, Valtierra y Tafalla, todos ellos en la mitad sur. Con todo, en las elecciones de 31 de mayo las derechas ganaron en la Ribera en Ablitas, Cabanillas, Fustiñana, Los Arcos, Mélida, Monteagudo, Murchante, Ribaforada, Arguedas, Carcastillo, Funes y Milagro. 

Los pueblos en los que ganaron los republicanos y los socialistas en la primavera de 1931 siguieron con esos ayuntamientos de izquierda hasta noviembre de 1934, momento éste en que la represión subsiguiente a la revuelta del mes anterior (que tuvo incidencia en Sakana y Pamplona, habiendo, además, acciones aisladas de una cierta gravedad en Tudela, Castejón, Tafalla, Peralta, Villafranca, Fitero, Cortes y Funes) originó el cierre de muchos centros de izquierda, la mayoría situados en la Ribera, y también de algunos nacionalistas, así como el que concejales de izquierdas de más de 30 ayuntamientos fueran apartados de sus cargos y sustituídos por gestoras. Las irregularidades cometidas en las suspensiones de algunos ayuntamientos fueron denunciadas en las Cortes por Manuel Irujo, que argumentó lo injustificado de varios casos por el nulo impacto que en esos municipios había tenido la huelga general (Goizueta, Berbinzana, Falces, Allo, Corella, Lodosa), desveló intereses que subyacían a otros relevos (Sartaguda, Andosilla, Cáseda, Mendavia) y advirtió que en la composición de algunas gestoras municipales se había actuado de modo ilegal (Castejón). Posteriormente, en enero de 1936 los ayuntamientos suspendidos volverían a ocupar sus cargos. 

Hay que tener en cuenta que no hubo más elecciones municipales a excepción de las celebradas el 23 de abril de 1933 en los ayuntamientos que en 1931 habían sido proclamados por el artículo 29 por ausencia de candidaturas alternativas y en lo que en diciembre de 1932 se instalaron por ley comisiones gestoras de tres miembros. Esas elecciones municipales parciales afectaron en Navara a 148 municipios, 139 de ellos de la Montaña y de la Zona Media, la mayoría de los cuales por debajo de los 500 habitantes. Las únicas localidades con hábitat concentrado con más de 2.000 habitantes, o en torno a ellos, que entonces eligieron representantes fueron Alsasua, Cárcar, Cintruénigo, Lerín, Marcilla, Mendavia y San Adrián. En estas elecciones el triunfo de las derechas fue arrollador. Las izquierdas solamente ganaron en Olazti, Ziordia, San Adrián, Cárcar y Mendavia. 

Por lo tanto, durante la Segunda República, entre 1931 y 1933 la izquierda ocupó el poder tanto en Madrid como en la Diputación de Navarra. A ello hay que añadir que en numerosos pueblos de la Ribera la izquierda también ocupó el poder local entre la primavera de 1931 y el otoño de 1934 y entre enero de 1936 y el comienzo de la guerra civil, lo que hacía que las reformas planteadas desde el poder central y el poder provincial pudieran también, en principio, transmitirse sin muchos obstáculos también a la órbita de lo local.

martes, 9 de abril de 2013

IDENTIDADES EN NAVARRA.


Hemos repasado las encuestas y sondeos sociológicos existentes en Internet y que contienen datos sobre el respaldo a las diferentes opciones identitarias presentes en Navarra (a la menos, a aquéllas sobre las que preguntaban los encuestadores, en todos los casos con un cierto sesgo distorsionador, de diferente grado si se quiere, de las respuestas). Hay que subrayar que los datos que hemos recabado son menos amplios y actualizados que lo que quisiéramos, señal de que los poderes públicos no parecen mostrar excesivo interés en la cuestión que estamos abordando. Como es obvio, no habrá que olvidar que nos limitamos a lo que hemos podido recabar en la red, pudiendo haber otros estudios no presentes en ella con datos más actuales y completos. 

En la página web del Centro de Investigaciones Sociológicas disponemos de cinco estudios en los que constan datos de encuestas con preguntas sobre sentimiento identitario en nuestra Comunidad. Los datos del Barómetro Autonómico (II) de 2010 referido a Navarra contienen una tabla con el apoyo a unas opciones identitarias (“Me siento únicamente español”, “Me siento más español que navarro”, “Me siento tan español que navarro”, “Me siento más navarro que español”, “Me siendo únicamente navarro”, “no sabe” y “no contesta”) sobre las que también se pregunta en el Barómétro Autónomico (I) de 2005, en la encuesta Instituciones yAutonomías (II) de 2002 y en la encuesta Instituciones yAutonomías I de 1998. Todas esas encuestas cuentan con un universo de algo más de 400 encuestados.

Como es fácilmente constatable, esa encuesta está sesgada de partida porque, presuntamente de forma interesada y bastante miope, los diseñadores de la misma marginan dos adscripciones identitarias que cualquier persona mínimamente conocedora de la realidad navarra estimaría como de obligada inclusión: la de “Me siento vasco y navarro” y la de “Me siento únicamente vasco”. También a título particular considero, aunque al lector le pueda parecer peregrino por cuanto en las últimas décadas ha predominado el escenario absoluta o mayormente dicotómico en relación con las identidades en Navarra, que no sería baladí preguntar por la opción “Me siento navarro, vasco y español”.

De esas cuatro encuestas del CIS se desprende que es la opción compartida en sentido estricto de españolidad y navarridad la mayoritaria. La opción de “tal español como navarro” es en los cuatro casos la mayoritaria: 41,0 por ciento en 1998, 55,1 en 2002, 42,6 en 2005 y 38,9 en 2010. En segundo lugar se ubica la opción híbrida de españolidad y navarridad, aunque con predominio de la segunda: “me siento más navarro que español” registra un 25,2 en la primera fecha, un 20,3 en la segunda, un 26,3 en la tercera y un 30,7 en la tercera. La tercera posición en todos los casos es para la adscripción “Me siento únicamente navarro”, si bien de una relativamente elevada cota de apoyo del 18,5 por ciento en 1998, se asienta en los demás cortes cronológicos en niveles estables del 11,3 en 2002, del 20,5 en 2205 y del 10,4 en 2010. Respecto a las demás opciones concurre un problema: somos de la opinión que los elevados porcentajes de “no sabe” o “no contesta” (del 9,4 por ciento en 1998, del 6,8 en 2002, del 13,4 en 2005 y del 11,8 en 2010) acogen las opiniones de quienes se sienten vascos y navarros simultáneamente o vascos en exclusividad y a quienes los encuestadores no les dan opciones de ubicación. Si esto es así, y hay claros indicios de que lo sea, las opciones en las que se introduce la identidad vasca, en conjunción o no con la navarra, tendrían más arraigo que las de aquellos que solamente se siente españoles o que se sienten más españoles que navarros. Los de sentimiento exclusivamente español eran el 4,3 en 1998, el 2,9 en 2202 y el 2,4 en 2005 y en 2010. Quienes dan preeminencia a su condición española antes que a la de navarros, han ido al alza: el 1,7, el 3,6, el 4,9 y el 5,9 son sus porcentajes respectivos en las respectivas fechas.

Otra encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, la de Uso de lenguas en comunidadesbilingües (II). Navarra. 1998 suma a las opciones de la encuesta anterior (“Me siento únicamente español”, “Me siento más español que navarro”, “Me siento tan español que navarro”, “Me siento más navarro que español”, “Me siendo únicamente navarro”, “no sabe” y “no contesta”) otras dos: “me siento tan vasco como navarro” y “me siento únicamente vasco”. Realizada sobre 449 encuestados, la ordenación, de más a menor apoyo, de los diversos sentimientos identitarios es la siguiente: “Tal español como navarro”, 41,2 por ciento; “Más navarro que español”, 20,5; “Tan vasco como navarro”, 10,0; “Únicamente español”, 5,3; “Únicamente vasco”, 5,3; “Más español que navarro”, 3,3”. Es decir, las opciones monoidentitarias tienen un apoyo muy exiguo (entre el 7,3 por ciento de quienes se afirman como “únicamente navarros” y el 5,3 de quienes se reconocen como “únicamente español” o “únicamente vasco”). Por contra, la identidad compartida al 50 por ciento llega a más de 4 de cada cien, y entre las identidades mixtas asimétricas, la opción navarroespañolista con predominio del primer componente es la opción con la que se identificaba a la atura de 1998 uno de cinco navarros. Aunque para ser estrictamente neutral, la encuesta también debería haber alberdado la posibilidad “más navarro que vasco”, los que se consideran tan vascos como navarros suponían el 10,0. La otra posibilidad de hibridación, la de “más español que navarro” era muy marginal.

Aunque esa última encuesta conoció una primera edición en 1993, no hemos podido acceder a ella por no estar disponible en Internet.

Otros datos sobre las identidades de Navarra pueden encontrarse en los Estudios sobre la actualidad de Navarra encargados por el Parlamento de Navarra (también conocidos popularmente como “Navarrómetros”), aunque solamente en los de 2001 y de 2002. Es reseñable que en las demás ediciones de esta encuesta no constan esas preguntas.

Las opciones identitarias que se consideran en estas encuestas son las de “Sólo Navarro”, “Navarro y Español”, “Navarro y Vasco”, “Navarro Vasco y Español”, “Ninguna de ellas” y “No sabe”. Por lo tanto, no se consideran gradaciones de las identidades compartidas ni tampoco se abre la posibilidad de afirmación para aquéllos que se sientan exclusivamente españoles o vascos. La identificación mayoritaria es la navarro-españolista (44 por ciento en 2001 y 50,2 en 2002). La segunda posición es para la navarrovasquista (21 por ciento en la primera fecha y 19,1 en la segunda). La identificación exclusivamente navarrista es del 18 y del 11,6 por ciento en uno y otro momento. Simultáneamente navarros, vascos y españoles se reconoce el 6 y hasta el 10,2 por ciento de la muestra y el 8 y el 5,1 rechazaba las etiquetes planteadas, asumiendo otras no planteadas.

Otra virtud de esa última encuesta, al menos en la versión de 2001, es la de que permite desagregaciones por edad, merindad y sentido del voto. Por tramos de edades la nota más distintivo es el decrecimiento del sentimiento navarroespañolista conforme descendemos en la pirámide (de apoyos del 50/60 por ciento en los tramos superiores a los 45 años a niveles en torno al 35 por debajo de esa edad) y el aumento de la identidad navarrovasquista entre los más jóvenes (pues es del 31 por ciento entre los 18 a 25 años, del 25/26 entre los 26-25 y 36-45, del 17 entre los de 46-55 y del 11 entre los de más de 56). Las otras opciones registran variaciones menos significativas ya que los que se perciben como sólo navarros se mueven en una horquilla decreciente según la edad de entre el 21 y el 16 por ciento.

Por zonas, el sentimiento de “sólo navarro” se movía en parámetros parecidos del 19/22 por ciento en las Merindades de Olite y Estella y en la Cuenca de Pamplona y bajaba al 12/14 por ciento en las merindades de Pamplona-Resto y de Tudela. Los que autoenunciaban como navarros y españoles eran el 79 por ciento en la merindad de Tudela, el 50 por ciento en las merindades de Olite y Estella, el 42 en la merindad de Sangüesa, el 36 en la Cuenca de Pamplona y el 22 en el resto de la merindad pamplonesa. El sentimiento navarrovasquista llegaba al 41 por ciento en la Merindad de Pamplona descontada Pamplona y su Cuenca, oscilaba entre en 18 y el 24 por ciento en las merindades de Sangüesa y Estella, así como en la capital y su hinterlan, y bajaba al 9 en la merindad de Olite y al 1 en la Tudela.

Por intención de voto el sentimiento navarro-español estaba afianzado en el 73 por ciento de los votantes de UPN-PP, en el 61 de los del PSN y en el 20 de los de IUN. La autoenunciación navarrovasquista era del 83 por ciento en el caso de los votantes de Batasuna, del 72 en los de EA/PNV, del 27 en los de IUN. El sentimiento exclusivamente navarro se daba entre uno de cinco votantes de UPN/PP, del PSN y de IUN. Los partidos más transversales eran IUN y CDN, partidos en donde todas las opciones tenían presencia importante.

Una última encuesta de la que nos haremos eco es la realizada por Eusko Ikaskuntza dentro del estudio Identidad y cultura vascas a comienzos del siglo XXI, realizada en 2002. Aquí las categorías son diferentes y también los resultados: predominantemente navarros se reconocían el 38 por ciento, navarro-españoles el 19, vasconavarros el 15, predominantemente vascos el 10 y predominantemente vascos el 5.

El caso de Navarra sirve para concluir sobre la escasa operatividad de pensar en términos de identidades monocompuestas y monolíticas. Es mucho más realista hablar de identidades híbridas, de identidades compartidas, de identidades superpuestas. Yendo más allá, considerando el curso de vida de los propios individuos y de las propias sociedades, también convendría recurrir a las imágenes de identidades poliédricas, de identidades jerarquizadas de forma no rígida, de identidades cambiantes.

Consecuentemente con ello, es más oportuno asumir enfoques constructivistas y no esencialistas, apostar por las identidades construídas en lugar de por las identidades heredadas, por las identidades cambiantes y como algo que se construye continuamente por efecto de la acción de múltiples agentes en vez de por las identidades fijas, estáticas e inmutables de una comunidad. Reconociendo la posible trascendencia de un sustrato de factores objetivos de diferenciación, sobre él actuarían los procesos de construcción identitaria cultural y política para que una comunidad se identifique como diferenciada (en el caso navarro de manera diversa, según una pluralidad de discursos) y para que sus miembros se perciban subjetivamente como tales y para que un imaginario o diversos imaginarios terminen siendo compartidos por colectivos más o menos amplios de la población.

Tal y como ha sido indicado por numerosos autores, en Navarra coexistirían, con implantación disímil, dos corrientes identitarias, una orientada hacia lo vasco y otra centrado en lo español -en la doble esfera de lo político y de lo cultural-, caracterizándose ambos por hacer compatible con lo navarro su respectivas lealtades. Hoy en día, las mencionadas dobles lealtades siguen siendo, una con mayor presencia que la otra y junto con la de navarro a secas, las etiquetas identitarias preferidas de los navarros, muy por encima de las etiquetas vasco o español. Esa constatación no es atributo exclusivo del presente, ya que, como señalamos, el hecho de la duplicidad de lealtades se asienta con firmeza en nuestra tierra en las dos primeras décadas del siglo pasado, paralelamente a la primera implantación del nacionalismo vasco hacia 1910 y al surgimiento de una corriente reactiva contraria de signo navarrista en los años posteriores. 

La vigencia de esas dos identidades híbridas y superpuestas es tanta que para cada uno de los elementos identitarios emblemáticos para la sociedad navarra se han generado dos versiones por parte de cada una de esas dos formas de ser navarro, conformándose tramas separadas a partir de la asignación de significados diferentes a objetos y aspectos diversos. Pero esa es otra historia.