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sábado, 2 de marzo de 2013

Y LA IRA DE AQUÍ LLEGÓ HASTA ALLÍ. PARTICIPACIÓN NAVARRA EN LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN GUIPÚZCOA EN 1936.


La celebración el domingo 3 de marzo de un acto de homenaje en Bera a los fusilados de y en esa localidad nos ha inspirado esta entrada. Como ya apuntamos en la entrada inmediatamente anterior, la cantera de Bera fue el lugar de Navarra donde se produjeron más fusilamientos, debiendo de constituir un lugar de la memoria fundamental de la represión franquista durante la guerra civil en Navarra. Por otra parte, como quiera que los fusilados allí fueron traídos de cárceles y de centros de detención ubicados en Guipúzcoa, queremos profundizar en dos aspectos apuntados al final de aquella entrada: el de la participación física de navarros en dichas sacas de guipuzcoanos o de residentes en Guipúzcoa desde los centros de detención donostiarras y el de la existencia de un discurso intelectual desde la prensa navarra de legitimación y de aliento a aquélla. 

Con posterioridad a la toma de San Sebastián el día 13 de septiembre y durante ese mes y los dos meses siguientes se producirían las cifras más altas de asesinatos por parte de los ocupantes franquistas. Si entre julio y septiembre los franquistas asesinaron en Guipúzcoa a unas 150 personas, muchas de ellas tras la entrada en Beasain, Oyarzun y Tolosa, en octubre fueron fusilados otras 150 y en noviembre unas 90 personas. De 25 fusilados en diciembre se pasó a una decena de fusilados al mes en los meses siguientes, con oscilaciones al alza en algunos de ellos, pero sin superarse nunca la treintena de asesinados mensuales. 

La participación navarra en las labores de depuración está acreditada desde el inicio. Dos días después de la conquista de la capital guipuzcoana, Diario de Navarra informaba el 15 de septiembre de 1936, en la página 7, que “Ayer tarde salieron para San Sebastián los guardias de Seguridad de Pamplona para prestar allí sus servicios mientras se depuran las responsabilidades de los que estaban en la capital de Guipúzcoa”. Por otra parte, el 16 de septiembre, en la página 1 de Arriba España aparece una foto sumamente elocuente en la que el jefe territorial de la Falange en Navarra José Moreno [alias Pepe Perla] y el camarada Gregorio Apesteguía jefe territorial de las Milicias presenciaban el desfile de las tropas en San Sebastián. De ambos se ha mencionado su pertenencia a la Escuadra del Águila de Pamplona, de la que ya hablamos en una entrada anterior referida a uno de sus líderes, Galo Egües Cenoz

También disponemos de informaciones de la presencia de navarros como guardianes de los centros de detención existentes. Además de las diversas prisiones oficiales existentes, entre las que destacaba la cárcel de Ondarreta, falangistas y carlistas tenían sus propios centros de detención: existía una checa falangista en el Café Opera en el Boulevard y había una prisión carlista en la calle Fuenterrabía. 

Acerca de la mencionada checa falangista disponemos del testimonio del doctor Manuel Gabarain, autor del libro Así Asesina Falange. Una celda de condenados a muerte en un cuartelillo de Falange Española de San Sebastián, del que existen dos ediciones, ambas de 1938, una de Paris y otra de Buenos Aires. Gabarain habría estado preso entre el 1 y el 12 de octubre. Aunque primero pensaron en llevarlo “a la prisión del cuartel general de la Falange sito en el edificio del Círculo Easonense”, finalmente los falangistas le condujeron a “un cuartelillo de barrio”, establecido “en el local del que fue Café de la Ópera y antes Camisería de Olave en pleno boulevard. Era una especie de oficina privada que los falangistas de San Sebastián habían montado para el servicio de sus particulares venganzas”. Gabarain habla de los falangistas como de “cobardes en el frente” y “concienzudos asesinos en la retaguardia” que “desde el primer momento montaron en todas las ciudades estos cuartelillos, verdaderas agencias de asesinatos, instrumento perfecto para el ejercicio del terror sistemáticamente decretado desde arriba”. Califica al falangista como “el asesino cobarde de la retaguardia, el infra-policía, el degenerado capaz de elevar a la categoría de valores morales los más bajos instintos humanos”. Los diez compañeros de celda de Gabarain fueron “bestialmente flagelados” por “un tal Manterola, industrial electricista, cojo, hombre de gran crueldad que tenía siempre al alcance de la mano un vergajo y en cuanto un detenido no contestaba le sacudía un vergajazo en la cara o donde buenamente diese”. Según Gabarain, casi todos los guardianes “mostraban una maldad estúpida”, castigando a los prisioneros sin comer y como éstos estaban “en una bodega húmeda y llena de rendijas, resultaba un verdadero tormento el dormir en el suelo”. El detenido se refiere asimismo a las requisas generalizadas que “eran verdaderos robos a mano armada” ya que “los falangistas entraban en las casas y se llevaban lo que querían por el terror sin que hubiese que soñar en indemnizaciones”. De las diez personas que estaban en la celda, sólo tres se salvaron de ser asesinados, Gabarain inclusive, éste último tras hacerse pasar por loco de forma convincente. 

Pues bien, Gabarain asegura que los centinelas de la checa de la falange “eran, por lo general navarros de la Rivera que, como es sabido, suelen ser gente belicosa, muy dada a discutir y siempre presta a tirar navaja. Más de la mitad debían ser de Mendavia”. En la valoración que el médico donostiarra hace de los riberos se observan ecos de Baroja, quien repetidamente a lo largo de toda su vida no dejó de describir de forma muy crítica a las personas del sur de Navarra. Se puede intuir que Gabarain sería un ferviente barojiano a tenor de la identificación que hace de sí mismo como “un auténtico liberal, un verdadero <<chapelaundi>>”, empleando semántica acuñada por aquel escritor. 

Por otra parte, hemos encontrado rastros de la presencia de navarros concretos en labores de vigilancia al servicio de los requetés o de los falangistas en las sedes y oficinas que una y otra milicia tenían en San Sebastián. Mientras las sedes principales de FE se encontraban en las oficinas del Círculo Easonense en el número 1 de la Alameda del Boulevard y en el convento de San Bartolomé, el Cuartel General carlista se instaló en el Casino Kursaal y poseía oficinas en otros lugares de la ciudad. En nuestras investigaciones hemos encontrado testimonios como el de un cascantino falangista que, tras actuar “en el cuartel de la Guardia Civil” de su ciudad natal, “pasó a incorporarse al Cuartel de falange de San Bartolomé de San Sebastián, sirviendo en la ronda secreta”. También un larragués falangista “tomó parte en las operaciones del frente de Guipúzcoa, hasta Beasain; de guarnición en el fuerte de San Cristobal (Pamplona) y en el Cuartel de Falange de San Bartolomé, de San Sebastián”. Asimismo, un requeté de Los Arcos, el 15 de septiembre de 1936 se incorporó al cuartel de requetes de San Sebastián “donde prestó servicios de guardia y vigilancia” hasta febrero de 1938. 



En cuanto a la participación de navarros en labores ejecutoras, contamos con un valioso testimonio: el de José de Arteche en El Abrazo de los Muertos, obra autobiográfica publicada en la que el autor, nacionalista que tuvo que enrolarse en un tercio carlista en noviembre de 1936, narró sus peripecias personales en la guerra civil. Arteche habla un requeté de la Ribera que identifica como Ch... y que le habría contado que en el primer día de la sublevación mató “en connivencia con un cabo de la Guardia Civil” “personalmente a un rojo en quien quería vengar un agravio personal” y que “luego estuvo en el frente de Oyarzun, y tomado San Sebastián, perteneció a la escuadra negra como él dice”. El mencionado Ch... contó a Arteche “bastantes detalles de los fusilamientos“ que tuvieron lugar entonces, en septiembre y octubre de 1936: “El despojo por los del piquete de cuantos objetos valiosos tuviesen los condenados, tan pronto éstos trasponían las puertas de la prisión. La confesión de los sentenciados, de pie, ya junto al paredón, vigilados hasta en aquel momento por uno del piquete arma al brazo. El borbollear producido por el escape del pulmón atravesado, en los fusilados que aún respiraban. La larga hilera que cae derrumbada, excepto uno en el extremo de ella porque el piquete a pesar de su número no alcanzaba para todos, y las palabras irremisibles al desgraciado que, viéndose él solo de pie al lado de los compañeros caídos, alumbró quizá en un momento, un fulgor de esperanza: -Ahora te toca a ti-. El hombre obligado a alumbrar con un farol la silueta de los condenados que los piquetes poco numerosos determinaban matar uno a uno para ahorrarse la labor de los tiros de gracia”. Arteche dedujo por los detalles que le ofreció un día el mencionado Ch... que éste había participado en el fusilamiento de un amigo sacerdote de aquél. Antes de la caída de Bilbao, Ch... comunicó a Arteche que tras la toma él se apuntaría “otra vez en la escuadra negra” y “si hay que fusilar dos mil, pues se fusilan dos mil. Los que sean”. 

Por cierto, al hilo de la mención que Arteche hace de una escuadra negra, hay que recordar que durante la segunda semana de septiembre habría estado en San Sebastián la Escuadra Negra de la Falange de Tudela, constituída por seis tudelanos, de la que ya hablamos en otra entrada anterior, y que según un reportaje publicado en la página 8 del Diario de Navarra de 16 de octubre de 1936 eran los escoltas personales del general Sagardía. La columna de dicho general no partió de la capital donostiarra hasta el 1 de octubre y no llegó al norte de Burgos, donde aquellos tudelanos fueron entrevistados, hasta diez días más tarde. Los miembros de dicha escuadra tudelana, según dicho reportaje, “desde las primeras horas del movimiento libertador de España, se pudieron al lado de quienes defendían a la Patria en peligro; y con una diligencia digna de ejemplo fueron -en su misma ciudad- limpiando de elementos peligrosos el camino del triunfo". "Luego ampliaron su radio de acción a los otros pueblos de la Ribera y de Rioja y por último, enrolados en las formaciones que iban a luchar contra los marxistas y nacionalistas guipuzcoanos" se dice que "entraron los primeros en Tolosa (es decir, el 11 de agosto), tomaron al asalto al Buruntza (es decir, hacia el 28 de agosto), llegaron en cabeza a Guadalupe y a Irún (es decir, el 4 de septiembre)", siendo sus hazañas la causa de que Sagardía les hubiera "designado para formar su guardia personal". Con semejante trayectoria resulta verosímil pensar en que habrían estado involucrados en labores de limpieza en las localidades guipuzcoanas conquistadas a lo largo de esos meses, toda vez que esa presunción queda avalada por los comentarios del requeté citado por Arteche. 

Por supuesto, también habría que hablar de ejecutores autóctonos guipuzcoanos, y de otras partes del Estado (entre ellos, el aristócrata, escritor, actor y bon vivant José Luis de Villalonga) como los que citan los autores del volumen colectivo El otoño de 1936 en Guipúzcoa. Los fusilamientos de Hernani (Irún, Alberdania, 2007). 

Aparte de todo lo anterior, también hay que referirse a los artículos publicados en la prensa navarra que animaban a la puesta en práctica de acciones depuradoras en los territorios guipuzcoanos recién conquistados. 

En Diario de Navarra del sábado 1 de agosto de 1936 Eladio Esparza, subdirector de dicho periódico y uno de los ideólogos de la sublevación y hombres fuertes de la nueva situación, elaboraba el siguiente relato en relación con los combates que los navarros estaban protagonizando en Guipúzcoa junto con los militares sublevados: “Los navarros no han ido a conquistar Guipúzcoa; no es esto una guerra civil ni una guerra de conquista. Esto es una lucha contra un plan infernal de exterminio que estaba en vías de ejecución, bien pertrechado y organizado terriblemente. Esto es una guerra de salvación contra unos forajidos que estaban dispuestos a la más cruel matanza y al terror más espantoso. Y si Navarra ha invadido la tierra de Guipúzcoa –solar de San Ignacio-, ha sido para repeler una de las alas más siniestras de ese terror que estaba incubado en aquellos valles que lindan con los nuestros. ¡No nos íbamos a dejar cazar como unas ratas!. Y ésta es la razón de que nuestros voluntarios estén combatiendo en Guipúzcoa, razón de cristiandad, razón de civilización, razón de vida!”. Y seguidamente se lamentaba de la incomprensión de los nacionalistas ante la actitud del voluntariado franquista navarro: “Y no se ha levantado en Guipúzcoa una voz que clame, ni siquiera aquellas voces que clamaron a favor del estatuto cien veces maldito! No se ha levantado más que la voz de la metralla y de la furia contra la sangre de nuestros muchachos!”. Todo ello le valía para pedir que la Diputación dejara de subvencionar a la Sociedad de Estudios Vascos por su silencio cómplice ante la muerte de navarros en el frente y por “encubridora del separatismo”. 

A la semana siguiente, el día 8 de agosto, el mismo comentarista volvería a incidir en los mismos argumentos tanto en Arriba España como en Diario de Navarra: “Y cuando Navarra vió que de Guipúzcoa (…) llegaban los forajidos por Endarlaza hasta Vera, llevando al viento como primera bandera la bandera nacionalista –porque esto es verdad- entonces fue Navarra a Guipùzcoa como fue a Zaragoza, como fue a Huesca y Jaca como fue a Somosierra, porque Navarra no tiene límites ni tiene número como no lo tienen los cruzados ni los héroes ni los mártires; fue a Guipúzcoa donde el forajido le atormenta cuando puede y el que no es forajido lo desampara [sic] cuando puede!”. “He ahí lo que Navarra ha encontrado en Guipúzcoa: soledad para su corazón y metralla para su carne”. 

El 15 de septiembre Arriba España publicaba una poesía de Nicolás Irurzun titulada “En la yacija del amor. Gozo en la ciudad del mar” con versos que aúnan violencia y machismo, y pueden leerse de forma ciertamente chirriante, al referirse a la conquistada Guipúzcoa y a los conquistadores navarros: “Porque fuiste pequeña, hermosa y fuerte, como mujer difícil, ¡oh Guipúzcoa! agradaste al pueblo navarro/ Le repudiaste. Pero él te conocía y no te olvidaba en su amor/ Se lanzó sobre ti y te impuso por la fuerza su coyunda cariñosa/ El gozo del Mar, de las Lanzas y del Imperio que brota en tu horizonte brilló a sus ojos/ Alegría de sol y de fuerza en tu frente conquistada/ Eras nuestra. Al vibrar de los clarines, preludio de la España nueva celebraremos contigo el día feliz de nuestra boda/ (…) Esfuerzo de héroe fue el esfuerzo de quien rompió tus vínculos de amancebamiento con el deshonor. Pero poco esfuerzo para quien está acostumbrado a quebrar más gruesas cadenas/ (…) Y cuando la España Grande te señale y aplauda como una de sus hijas predilectas, tú trasladarás ese aplauso, ¡oh Guipúzcoa! a tu esposo el pueblo navarro que fue tu vencedor, tu maestro y tu mejor amante”. 

Al día siguiente Eladio Esparza en artículo publicado en Diario de Navarra con el título “Del frente guipuzcoano” advertía en contra de actitudes clementes. Decía: “El ambiente callejero de San Sebastián me agrada mucho. Lo creo espontáneo, satisfecho, nuestro! Se vitorea a Navarra con entusiasmo, con alegría, con satisfacción. Pero en otras esferas encuentro muchos reservones. Posible es que los dedos se me antojen huéspedes, pero también es posible que a muchos donostiarras se les antoje que aquí no ha pasado nada. ¡Y aquí ha pasado mucho cadáver!”. En el mismo número de Diario de Navarra, junto a una relación de los muertos identificados enterrados en el cementerio de Polloe desde el 19 de julio de 1936, según copia sacada de los registros del cementerio, se decía: “Como verán nuestros lectores por la precedente fúnebre lista, figuran en ella no pocos navarros y otros que sin serlo estaban vinculados a Navara por lazos de parentesco y afecto. Los hay militares y paisanos, hombres dignos, caballerosos y honrados cuyo infame sacrificio pesará sobre [sic] una losa sobre las conciencias de los que llamándose católicos no los han evitado”. Un comentario que apelaba a la venganza y al ojo por ojo. 

En la misma línea, el periódico falangista Arriba España el 27 de septiembre Álvaro Cruzat abogaba por la mano dura contra los guipuzcoanos en un artículo titulado “Buscando la impunidad”. En él se dice: “Lo que verdaderamente clama al cielo, es que en esa provincia [habla de Guipúzcoa] en que tan a las claras se ha demostrado su desafecto a España; en donde han sido fusilados unos centenares de hombres cuyo delito era amar a su patria; en donde se ha destruído y saqueado cuanto se ha tenido por conveniente; llegado el momento de hacer una ejemplar justicia, <<cosa que en otras provincias donde no ha habido esos excesos ya se ha hecho>>, estamos viendo, con verdadera sorpresa, cómo en San Sebastián y su provincia se les está concediendo un trato de excesiva contemplación”. 

Y es que, además de la represión desatada por quienes apoyaron la sublevación contra los afiliados y simpatizantes de otras formaciones en la propia Navarra, existe otra dimensión de la actuación de los primeros que no suele ser excesivamente tenida en cuenta por la opinión pública navarra: las acciones de castigo y represalía emprendidas contra los adversarios político-ideológicos fuera de Navarra. Aunque por diferentes motivos, entre ellos el interés de los diferentes sectores del nacionalismo vasco por no remover el tema para no herir susceptibilidades en Navarra, sobre esa cuestión se ha corrido un velo más que tupido, de cualquier forma, conviene recordar que desde el primer momento la entrada en Guipúzcoa de las tropas regulares y de los voluntarios navarros estuvo acompañada de una elevada agresividad. La toma de Beasain el 28 de julio por las tropas del teniente coronel Cayuela y por requetés se saldó con el fusilamiento ese mismo día de 37 personas, entre ellas 7 guardias civiles y varias personas de derechas que habían intentado interceder, saqueándose previamente, con el permiso de la oficialidad, las viviendas abandonadas pertenecientes a personas afines a la República. Tras la toma de la loma de Pikoketa cerca de Erlaitz el 11 de agosto 40 milicianos de ambos sexos serían fusilados, previa violación y corte de pechos de las milicianas. Los fusilamientos de personas guipuzcoanas o residentes en Guipúzcoa del verano y otoño de 1936, dada la elevada presencia de navarros en el frente, indicarían por lo tanto, que la violencia registrada dentro de Navarra también fue llevada fuera de nuestro territorio, exactamente con los mismos tintes desaforados e inmisericordes.

martes, 19 de febrero de 2013

TESTIMONIOS SOBRE LOS FUSILAMIENTOS DE LA CANTERA DE BERA.



En los últimos días he podido leer el Informe relativo a la Exhumación y Análisis de dos fosas comunes del cementerio de Bera realizado por el equipo del forense Francisco Etxeberria . La exhumación se realizó el pasado mes de noviembre. Con ella se trataba de recuperar los restos de los más de un centenar de simpatizantes del bando republicano fusilados en la cantera de Bera, traídos desde la cárcel de Ondarreta y vecinos de diferentes localidades guipuzcoanas. Hay que recalcar que la cantera de Bera sería el lugar de Navarra en donde habría sido asesinada más gente, constituyendo a priori una óptima credencial para ser catalogada como de los principales lugares de la memoria navarros en relación con la represión franquista durante la guerra civil. 

Aunque por problemas derivados con la construcción en los años ochenta de fosas particulares encima de la mayor parte de la fosa común primigenia, solamente se han podido recuperar restos de siete asesinados, un informe de la Guardia Civil transmitido por el Gobierno Civil de Navarra en enero de 1959, en cumplimiento con la orden de localización de fosas comunes de la guerra para el traslado de restos al Valle de los Caídos, hablaba de la existencia de restos de unos 130 ejecutados en la misma. 

Ni en el informe referido, tal y como señala la lesakarra Ana Rekondo que al igual que en otras cuestiones relativas a otros asesinados en ésta también ha dado pruebas de su extraordinaria tenacidad y perspicacia, ni en nuestras investigaciones acerca de la materia se han conseguido más datos sobre los nombres de los asesinados porque ni en el archivo municipal ni en el archivo del juzgado de paz de la propia localidad hay ningún documento al respecto como resultado, sin duda, de una exhaustiva labor de expurgo documental sobre la materia. 

Aunque Iñaki Egaña, uno de los elaboradores del informe, recoge la hipótesis, que ya mencionaba en una obra anterior, de Andoni Astigarraga de que los fusilamientos de Bera tuvieron lugar los días 17, 18 y 19 de enero de 1937, él mismo apunta, en conformidad con los datos aportados por los registros civiles de varias localidades guipuzcoanas relativos a una docena de fusilados en la cantera de Bera, que los asesinatos acaecieron en el otoño de 1936. La secuencia de esos asesinatos habría sido a tenor de esos datos la siguiente: 13 de septiembre (1), 14 de septiembre (1), 22 de septiembre (1), 27 de septiembre (1), 3 de octubre (1), 13 de octubre (1), 15 de octubre (1), 15 de noviembre (4), 17 de noviembre (1). 

Seguidamente se reproducen diversos testimonios literarios acerca de los fusilamientos de la cantera de Bera. Cuatro de ellos pertenecen a la familia Baroja y se ordenan según el orden aproximado en que fueron redactados. Como se ve, todos esos testimonios están entrelazados entre sí y muestran que se habrían basado en unos mismos informantes para ofrecer los detalles que suministran. El quinto testimonio corresponde a un obrero de la Fábrica de Fundiciones de Bera movilizado a mediados de agosto de 1936 y que fue entrevistado a los pocos meses, recogiéndose su testimonio en un volumen recopilado por José Miguel de Barandiarán. Todos ellos sirven para ubicar cronológicamente los fusilamientos de la cantera de Bera en el otoño de 1936, tras la toma de Irún y de San Sebastián. 

El primer testimonio es de Carmen es el de Carmen Baroja y Nessi, hermana de Pío y Ricardo y madre de Julio y Pío Caro Baroja, en su autobiografía Recuerdos de una mujer de la generación del 98 (Barcelona, Tusquets, 1998). Entre las páginas 172-173 narra lo siguiente: 

“Luego en noches sucesivas se hablaba en el pueblo, con gran misterio y por los rincones, de los camiones que llegaban de noche y paraban en la cantera que hay camino de Lesaca: 

- Sí, esta mañana ha venido el nuestro con unas hermosas botas y un jersey... 

- Creo que han sido treinta, ayer no fueron más que doce … 

- Allí estaba el alcalde, para que no quedara rastro por la mañana... 

- Dice que son casi todos ferroviarios... 

La gente que vivía en los caseríos de encima de la cantera salía de noche de sus casas para no oir las ametralladoras ni los lamentos. Los chiquillos del pueblo iban a escarbar en la tierra y encontraban allí hebillas de cinturón y algún encendedor. Afortunadamente, nuestra casa queda a más de dos kilómetros de este sitio siniestro. En el cementerio ya no quedaba sitio para enterrar a la gente”. 

El segundo testimonio es el de Pío Baroja en su obra La guerra civil en la frontera, publicada por Caro Raggio en 2005 y redactada coetáneamente o en los años posteriores a la luz de anotaciones hechas entonces y de informaciones suministradas por otras personas. Entre las páginas 153 y 154 señala “Parece ser que la cantera de Vera es un lugar de fusilamiento, que va tomando unas proporciones horribles. Se fusila de noche. El alcalde del pueblo, un indiano, gordo con aire estúpido, se presta a ayudar en las ejecuciones generosamente, y va con un farol a iluminar el sitio donde se mata. ¡Qué bajeza!”. También se refiere equivocadamente al asesinato del abogado irunés Nicolás Guerendiain en la misma cantera de Bera. 

El tercer testimonio es de Julio Caro Baroja y fue publicado en su obra Los Baroja (Madrid, Taurus, 1972) en la página 320: “Hubo unos días, después de la toma de San Sebastián y de amplias zonas de Guipúzcoa, en que se hizo famosa la cantera de Vera, que queda a la salida del pueblo hacia Pamplona. Era entonces un monte mucho menos socavado que hoy, pero que ya dejaba un anchurón, producido por las extracciones de piedra. Allí llegaban por las noches camiones con hombres de Guipuzcoa para ser fusilados”. “Frente a la fábrica del pueblo, en una antigua cantina, vivían dos amigos nuestros, y, uno de ellos, el tenor Isidoro Fagoaga, tuvo una crisis nerviosa a causa de lo que oía en aquellas noches trágicas”. 

El cuarto testimonio es de Pío Caro Baroja. En su obra Itinerario sentimental (Guía de Itzea) (Pamplona, Pamiela, 1996) entre las páginas 144-145 habla de los fusilamientos de la cantera y los data “después de la toma de Irún de la entrada en San Sebastián, el día 15 de septiembre”. “La cantera de Vera es un alto frontón de granito -en esa época mucho más reducido que actualmente- situada a la salida del pueblo camino de Pamplona, junto a la primera curva de la carretera”. “Todas las noches de la una a las dos de la mañana llegaban varios camiones con los focos apagados desde la zona que los franquistas iban dominando. Como el puente de Endarlaza estaba cortado venían por la vía del tren -a la que habían quitado los raíles- que está al otro lado del río”. Al llegar a la cantera, “saltaban inmediatamente con sus fusiles, algún oficial y se les unía un grupo de paisanos del pueblo entre los que se distinguía un grueso individuo portador de un farol”. “De detrás de la caja a culatazos iban bajando los presos, gente vestida de azul, de todas las edades, que suplicaban, lloraban o se mantenían erguidos. Los traían atados y si ofrecían resistencia los tiraban empujándoles desde la caja del camión al suelo. Luego los colocaban frente a los faros del coche y desde los laterales del vehículo los iban disparando como podían hasta que quedaban tendidos en el suelo, entonces el motor dejaban de tronar, un oficial se acercaba, empujaba con el pie los cuerpos hasta descubrir sus caras y los iba rematando uno a uno con una pistola chiquita con cachas de nácar. Después los paisanos ayudaban a cargar los cadáveres y uno de ellos se montaba en la cabina para indicar al chófer dónde estaba el cementerio del pueblo, en donde les enterraban en la zanja”. “Yo sé, porque lo he oído decir, que había algunos de los condenados que intentaban quitarse la vida en el camino, pegándose golpes con la cabeza contra la caja del camión, sé que hubo alguno que herido llegó arrastrándose hasta el río, y de muchos que murieron con la frente erguida de espaldas ...pues a pesar de tener los ojos vendados tenían los criminales temor a sus miradas”. “Cuando terminaban con todos los que habían traído, la cantera quedaba en silencio, el hombre del farol y sus acompañantes trataban de borrar todo residuo de sangre o algún otro resto delatador de los asesinatos”. 

Anteriormente, se había referido al alcalde del pueblo con estas palabras: “El alcalde republicano del pueblo, hombre que pesaba a la sazón más de ciento treinta kilos, ante los hechos y la presencia de paso de Beorlegui y por el gran temor, se presentó al oficial que estaba en el hotel del pueblo en la misma carretera a Pamplona y allí, de rodillas, y ante tres o cuatro oficiales más confesó su equivocación de ideas, pidió perdón suplicante y testimonió que él siempre había ido a misa como el primero, que había sido buen católico y que siempre y en todo momento había defendido la causa del carlismo, aunque para ello y para ser más efectivo había aceptado aquel cargo de la alcaldía. Beorlegui, ante aquel mar de lágrimas hecho en sincera confesión se apiadó y le revalidó el título. El alcalde le besó las manos y probablemente en un acceso de entusiasmo les abrazaría y les invitaría a café y copas y acto seguido daría cuenta de los elementos peligrosos del pueblo y de la forma de apoderarse de ellos si es que quedaba alguno, pues él mismo había visto subir aquella mañana camino de Francia a tres o cuatro jóvenes que pertenecían al Círculo republicano como los de Oroz, los Apat y algunos otros (…). Pero no todos se escaparon, alguno cayó como Seminario, que había intervenido en las conversaciones de los obreros republicanos y los guardias civiles del pueblo, y otros dos más que se encontraron con el tiempo” (pp. 141-142). 

Por último, el testimonio de Santos Echeverria, recogido por Ignacio Azpiazu en Ascain junto con otros 135 testimonios recopilados por José Miguel de Barandiarán en el libro editado por el Instituto Bidasoa en 2005 con el título La guerra civil en Euzkadi. El testimonio de Echeverria, situado entre las páginas 223 y 225 de ese volumen dice lo sigueinte: 

“Yo estaba en Vera (Navarra) cuando estalló la Revolución. Vera es un pueblo, cuya opinión política está dividida en: Requetés, U.G.T., Unión Republicana y Partido Nacionalista Vasco. No puedo calcular el volumen de cada una de estas opiniones. A mí me sorprendió el movimiento. El lunes siguiente al 18 de julio yo fui a trabajar como de costumbre a la Fundición de Vera, donde haciendo una labor dura entre polvo y sudores durante 8 horas diarias ganaba 6 pesetas al día. Entre los obreros iba ganando terreno la idea socialista debido principalmente a que éramos deudores a la República de las pequeñas mejoras que habíamos conseguido. Antes de la implantación de la República trabajábamos 12 horas diarias y yo ganaba 3 pesetas, pues bien – como digo yo – fui el lunes a trabajar y pronto hubimos de interrumpir nuestras labores porque unos obreros de Irún armados de pistolas y escopetas se presentaron en la fábrica invitándonos de buenas formas a la huelga, que se había organizado con motivo de la sublevación de los militares. Estos milicianos fueron dueños de Vera durante todo el día y toda la noche del lunes hasta las 6 de la mañana del martes, hora que marcharon a Endarlaza. Ningún acto de violencia cometió, a nadie molestaron ni detuvieron. A la seis y media del martes entraron los requetés. Entre gritos de guerra y gestos de amenaza. Enseguida asaltaron los centros políticos contrarios a ellos; robaron cuanto en ellos encontraron y arrojaron por las ventanas sillas y mesas. Registraron todas las casas de los que no eran carlistas y detuvieron a muchos, entre ellos a sus maestros nacionalistas vascos, cuyos nombres no conozco, a un tal Echenique, a D. Faustino Martínez, a Aldazábal apodado “Pistolas, a Cesáreo llamado “Sin rival” y a un carabinero. A todos los llevaron a Pamplona y fusilaron a D. Faustino Martínez, a Pistola, a Sin rival y al carabinero. Muchos hombres fuimos a Francia, yo entre ellos y a todas las familias pusieron en el trance de o reclamarnos a su lado o salir del pueblo. A mi padre le dijeron que si no volvía a Vera en el plazo de 24 horas fusilarían a él. Al llegar a mí esta noticia volví inmediatamente a Vera. Mi primera impresión fue de temor. Supe enseguida que se habían cometido muchos crímenes. Detenían diariamente 10-20 rojos y nacionalistas, los llevaban a la cantera denominada “Argaiztzeko Arrobia”, los ataban de pies y manos y los tenían allí durante todo el día. A todos los que por allí pasaban se les obligaba a detenerse y a mirar a los que estaban prisioneros en la cantera. Eran requetés y falangistas los que así obligaban a los viajeros al grito:” Vista a la derecha”…” Vista a la izquierda”. A la noche fusilaban a los detenidos a los cuales se les daba sepultura en el cementerio o en el lugar llamado “Bartzalekua”, según que los ajusticiados se hubieran confesado o no. Algunos hombres de Vera se veían obligados por los requetés a hacer de enterradores. Entre ellos mi padre. 

Yo estuve escondido en mi casa desde que llegué hasta que fui llamado a frentes el 6 de agosto. Los que más se distinguieron en Vera como entusiastas del movimiento fueron D. Ángel Garín, que costeaba a los requetés a esplendidos banquetes y al P. Fernando que se dedicó a reclutar voluntarios. Este religioso iba vestido con uniforme de requeté y llevaba al cinto una pistola. El 6 de agosto fui a Pamplona en calidad de soldado. En Pamplona solían matar mucha gente. El público conocía el lugar y la hora de los fusilamientos y solía asistir a las ejecuciones en masa especialmente señoritas. A todos horribles espectáculos y para poner orden solíamos ir 10 ó 15 soldados de cada compañía. Yo fui una vez. Aquella mañana fusilaron a dos fornidos muchachos”. 

Finalmente, Echeverria, a finales de la primavera de 1937, conseguiría regresar a Bera desde el frente en Vizcaya y pasar desde allí a Francia.

Los fusilamientos de guipuzcoanos afines a la legalidad republicana en la cantera de Bera, convirtiendo a este lugar en un auténtico icono por la magnitud de lo vivido allí, también debe contemplarse como una prolongación hacia el exterior de la represión franquista en Navarra. Existen testimonios de la actividad represora de franquistas navarros en los centros de detención de San Sebastián tras la toma de esta ciudad, incentivada desde luego por los mensajes de depuración publicados por la prensa navarra en aquel trágico otoño de 1936.