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viernes, 21 de junio de 2013

LA RECETA DE JARABE DE PALO CONTRA EL NACIONALISMO VASCO DE LA JUNTA CENTRAL CARLISTA DE GUERRA DE NAVARRA DE SEPTIEMBRE DE 1936.


En una entrada anterior hablamos de la participación navarra en la represión acaecida en Gipuzkoa en el otoño de 1936. Como se recordará, en aquella entrada se apuntó a que con posterioridad a la toma de San Sebastián el día 13 de septiembre y durante ese mes y los dos meses siguientes se producirían las cifras más altas de asesinatos por parte de los ocupantes franquistas. Si entre julio y septiembre los franquistas asesinaron en Guipúzcoa a unas 150 personas, muchas de ellas tras la entrada en Beasain, Oyarzun y Tolosa, en octubre fueron fusilados otras 150 y en noviembre unas 90 personas. De 25 fusilados en diciembre se pasó a una decena de fusilados al mes en los meses siguientes, con oscilaciones al alza en algunos de ellos, pero sin superarse nunca la treintena de asesinados mensuales.

En aquella entrada se manejaron testimonios, como el del doctor Gabarain, que podían haber hecho pensar en una mayor responsabilidad falangista en la represión registrada. No obstante, allí también había indicaciones acerca del importante papel desarrollado por los requetés en dicha represión. No hay que olvidar que, al igual que la Falange, los carlistas también dispusieron de centro de detención propio en San Sebastián, tal y como se citaba en aquel artículo. El mismo Arteche conoció a un requeté que participó activamente en los piquetes, según narra en su obra El Abrazo de los Muertos, siendo sus referencias a dicha persona reproducidas en aquel texto nuestro.

Recientemente hemos localizado un documento que Miguel Sánchez Ostiz cita parcialmente en su última novela El escarmiento (Pamplona, Pamiela, 2013) y que algunos apologetas del Requeté, obligados por su fidelidad a la militancia paterna, han obviado. Ese documento es un informe elevado el 24 de septiembre de 1936 por la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra “a los señores generales y jefes de la Junta de Defensa Nacional de Burgos”. 

La Junta Central Carlista de Guerra estaba presidida por Joaquín Baleztena Azcárate, presidente de la Junta Regional de la Comunión Tradicionalista; pero su auténtico director era el vicepresidente, José Martínez Berasáin, director del Banco de Bilbao y responsable de toda la actividad carlista en Navarra durante la República y en el verano y otoño de 1936, al ser el verdadero «hombre fuerte» en la nueva situación, según se desprende de la documentación conservada a pesar de los expurgos sufridos. El resto de los miembros de dicha Junta eran Javier Martínez de Morentín por la Merin dad de Estella, José Gómez por la Merindad de Aoiz; el arquitecto Víctor Eusa por la Merindad de Pamplona; Marcelino Ulíbarri por la Merindad de Tafalla; Víctor Morte por la Merindad de Tudela; y Eleuterio Arraiza y José Uriz Beriáin, este último secretario. Desde dicha Junta Central se conformaron también Juntas de Merindad. Además de encargarse de las cuestiones ligadas a la movilización carlista y a las tareas relacionadas con la participación de la Comunión Tradicionalista en el golpe de estado militar, la Junta Central Carlista de Guerra asumió papeles represoras, impulsando la limpieza política efectuada por los carlistas en la propia Navarra. 

El informe que hemos localizado demuestra que la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra, no contenta con la represión llevada a cabo en Navarra (y que para el 24 de septiembre se había llevado consigo centenares y centenares de vidas, sobre todo de votantes de izquierda), se animó a aconsejar en la fecha indicada sobre la conveniencia de adopción de una política de mano dura contra el nacionalismo en Gipuzkoa. Recordemos que para entonces se había conquistado San Sebastián y que la mayor parte del territorio guipuzcoano estaba en manos franquistas. 

El Punto F) relativo a las medidas a adoptar en el ámbito de lo político decía lo siguiente: “Con el mayor respeto tenemos que declarar que en Guipúzcoa se está siguiendo una política de lenidad tan acusada que constituye una alarma para las gentes que han padecido los horrores rojos y nacionalistas. Si esa política responde a una norma directiva con vistas a hacer más fácil la rendición de Vizcaya, esperamos que cuando ésta se logre se rectificará radicalmente”. En la Nota 9ª del Anexo se ahondaba en la cuestión y se aconsejaba la conveniencia de la aplicación de una dura represión del nacionalismo vasco en Gipuzkoa. “La dureza del castigo aplicado en Andalucía, Extremadura, parte de Aragón y parte de Castilla, contrasta con esa lenidad apuntada. Pero ha de advertirse que el nacionalista ha atentado de manera más directa a la Patria y de modo más reflexivo que los rojos que defendían un estado de derecho que les favorecía y no tenían en su ánimo ir contra la Patria misma, sino únicamente contra un orden de cosas representado por el Ejército, que no les convenía. Mientras que los nacionalistas, que son los que han dado lugar a la resistencia que ha motivado la guerra, han pretendido con su alianza criminal aniquilar a la Patria. En vano se dirá que han evitado muchos males, porque esos que han evitado y los que no han podido evitar, hubieran dejado de suceder si en el primer momento hubieran cumplido sus obligaciones de católicos y de españoles. La política con los nacionalistas debe ser la de la aplicación de las penas del Bando a los que estén incursos en él y aquéllos a quienes no les sea demostrada su participación activa pero que sean destacados nacionalistas, debe serles impuestas penas de orden económico y destierro”. No en preciso insistir en que dicho llamamiento no fue en vano. Así, por ejemplo, según los datos aportados en la obra dirigida por Mikel Aizpuru, El otoño de 1936 en Guipúzcoa. Los fusilamientos de Hernani (Irún, Alberdania, 2007), de más de cuarenta fusilados en el cementerio de Hernani a las semanas siguientes a la redacción del informe mencionado consta su militancia y sus simpatías hacia partidos o sindicatos nacionalistas. También hay que señalar que pocos días después de redactarse el texto comentado fueron fusilados cerca del puente de Lesaka los tres vecinos de Ituren, todos ellos militantes del PNV, Pedro Gorostidi Imaz, Miguel Hualde Gorosterratzu y Juan bautista Iriarte Azpíroz. 

Por su parte, la Nota 11ª del Anexo se refería al clero nacionalista. “Especialmente urge actuar contra el clero nacionalista; contra los que estén comprendidos en el Bando, imponiéndoles sin contemplación las penas, contra aquellos otros, destacados, pero que no se les demuestra su actuación con los rojos desterrándolos. Para no dar pretesto a protestas que puedan perturbar las conciencias de algunos timoratos y en todo caso porque en conciencia debe hacerse, bueno será dirigir un escrito a Roma declarando que en extricta aplicación de las leyes y dentro de la excepcional gravedad y urgencia de la guerra hay que actuar en juicios sumarísimos (subrayado en el original) contra clérigos amparados de ordinario por el fuero personal del canon 120 y que no siendo factible dirigirse a los Prelados siendo uno de estos -el de Vitoria- el que comprende el mayor número de los clérigos nacionalistas y él no ajeno de responsabilidad, no podrían solicitar la licencia canónica, que se solicita genéricamente para todos aquellos clérigos comprendidos en el Bando de guerra. La comunicación oficial suple a la petición de licencia y no puede ser lícitamente negada ésta o sea que sin esperarla se considera canónicamente autorizada la actuación judicial contra los clérigos sin lesión de ser privilegio amparar la impunidad. La comunicación a la Santa Sede reportará el bien de que cese la intriga que allí se forja contra el movimiento. A la petición de separación del Obispo de Vitoria, deben seguir otras en especial la del Cardenal de Tarragona”. Como es sabido, la llamada al castigo del clero nacionalista de dicho informe fue prontamente ejecutada. Así, por ejemplo, en Hernani en octubre de 1936 serían fusilados los sacerdotes Antonio Bombín, Gervasio Albisu, Martin Lekuona, José Adarraga, Jose Ariztimuño (Aitzol), Alejandro Mendikute, José Otano, José Ignacio Peñagarikano y Celestino Onaindia; y en Oyarzun serían ejecutados en las mismas fechas José Joaquín Arin, Leonardo Guridi, José Marquiegui y Joaquín Iturricastillo. Por otra parte, Mateo Múgica, obispo de Vitoria, sería expulsado de España en el mismo mes de octubre de 1936. Él, junto con el cardenal de Tarragona Vidal y Barraquer y el cardenal Seguram serían los únicos miembros de la alta jerarquía eclesiástica española que se negarían a firmar la Carta Colectiva de los obispos españoles a los obispos del mundo, que se publicó el 1 de julio de 1937 y fue firmada por 48 prelados, de los que 8 eran arzobispos, 35 obispos y 5 vicarios capitulares.

sábado, 2 de marzo de 2013

Y LA IRA DE AQUÍ LLEGÓ HASTA ALLÍ. PARTICIPACIÓN NAVARRA EN LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN GUIPÚZCOA EN 1936.


La celebración el domingo 3 de marzo de un acto de homenaje en Bera a los fusilados de y en esa localidad nos ha inspirado esta entrada. Como ya apuntamos en la entrada inmediatamente anterior, la cantera de Bera fue el lugar de Navarra donde se produjeron más fusilamientos, debiendo de constituir un lugar de la memoria fundamental de la represión franquista durante la guerra civil en Navarra. Por otra parte, como quiera que los fusilados allí fueron traídos de cárceles y de centros de detención ubicados en Guipúzcoa, queremos profundizar en dos aspectos apuntados al final de aquella entrada: el de la participación física de navarros en dichas sacas de guipuzcoanos o de residentes en Guipúzcoa desde los centros de detención donostiarras y el de la existencia de un discurso intelectual desde la prensa navarra de legitimación y de aliento a aquélla. 

Con posterioridad a la toma de San Sebastián el día 13 de septiembre y durante ese mes y los dos meses siguientes se producirían las cifras más altas de asesinatos por parte de los ocupantes franquistas. Si entre julio y septiembre los franquistas asesinaron en Guipúzcoa a unas 150 personas, muchas de ellas tras la entrada en Beasain, Oyarzun y Tolosa, en octubre fueron fusilados otras 150 y en noviembre unas 90 personas. De 25 fusilados en diciembre se pasó a una decena de fusilados al mes en los meses siguientes, con oscilaciones al alza en algunos de ellos, pero sin superarse nunca la treintena de asesinados mensuales. 

La participación navarra en las labores de depuración está acreditada desde el inicio. Dos días después de la conquista de la capital guipuzcoana, Diario de Navarra informaba el 15 de septiembre de 1936, en la página 7, que “Ayer tarde salieron para San Sebastián los guardias de Seguridad de Pamplona para prestar allí sus servicios mientras se depuran las responsabilidades de los que estaban en la capital de Guipúzcoa”. Por otra parte, el 16 de septiembre, en la página 1 de Arriba España aparece una foto sumamente elocuente en la que el jefe territorial de la Falange en Navarra José Moreno [alias Pepe Perla] y el camarada Gregorio Apesteguía jefe territorial de las Milicias presenciaban el desfile de las tropas en San Sebastián. De ambos se ha mencionado su pertenencia a la Escuadra del Águila de Pamplona, de la que ya hablamos en una entrada anterior referida a uno de sus líderes, Galo Egües Cenoz

También disponemos de informaciones de la presencia de navarros como guardianes de los centros de detención existentes. Además de las diversas prisiones oficiales existentes, entre las que destacaba la cárcel de Ondarreta, falangistas y carlistas tenían sus propios centros de detención: existía una checa falangista en el Café Opera en el Boulevard y había una prisión carlista en la calle Fuenterrabía. 

Acerca de la mencionada checa falangista disponemos del testimonio del doctor Manuel Gabarain, autor del libro Así Asesina Falange. Una celda de condenados a muerte en un cuartelillo de Falange Española de San Sebastián, del que existen dos ediciones, ambas de 1938, una de Paris y otra de Buenos Aires. Gabarain habría estado preso entre el 1 y el 12 de octubre. Aunque primero pensaron en llevarlo “a la prisión del cuartel general de la Falange sito en el edificio del Círculo Easonense”, finalmente los falangistas le condujeron a “un cuartelillo de barrio”, establecido “en el local del que fue Café de la Ópera y antes Camisería de Olave en pleno boulevard. Era una especie de oficina privada que los falangistas de San Sebastián habían montado para el servicio de sus particulares venganzas”. Gabarain habla de los falangistas como de “cobardes en el frente” y “concienzudos asesinos en la retaguardia” que “desde el primer momento montaron en todas las ciudades estos cuartelillos, verdaderas agencias de asesinatos, instrumento perfecto para el ejercicio del terror sistemáticamente decretado desde arriba”. Califica al falangista como “el asesino cobarde de la retaguardia, el infra-policía, el degenerado capaz de elevar a la categoría de valores morales los más bajos instintos humanos”. Los diez compañeros de celda de Gabarain fueron “bestialmente flagelados” por “un tal Manterola, industrial electricista, cojo, hombre de gran crueldad que tenía siempre al alcance de la mano un vergajo y en cuanto un detenido no contestaba le sacudía un vergajazo en la cara o donde buenamente diese”. Según Gabarain, casi todos los guardianes “mostraban una maldad estúpida”, castigando a los prisioneros sin comer y como éstos estaban “en una bodega húmeda y llena de rendijas, resultaba un verdadero tormento el dormir en el suelo”. El detenido se refiere asimismo a las requisas generalizadas que “eran verdaderos robos a mano armada” ya que “los falangistas entraban en las casas y se llevaban lo que querían por el terror sin que hubiese que soñar en indemnizaciones”. De las diez personas que estaban en la celda, sólo tres se salvaron de ser asesinados, Gabarain inclusive, éste último tras hacerse pasar por loco de forma convincente. 

Pues bien, Gabarain asegura que los centinelas de la checa de la falange “eran, por lo general navarros de la Rivera que, como es sabido, suelen ser gente belicosa, muy dada a discutir y siempre presta a tirar navaja. Más de la mitad debían ser de Mendavia”. En la valoración que el médico donostiarra hace de los riberos se observan ecos de Baroja, quien repetidamente a lo largo de toda su vida no dejó de describir de forma muy crítica a las personas del sur de Navarra. Se puede intuir que Gabarain sería un ferviente barojiano a tenor de la identificación que hace de sí mismo como “un auténtico liberal, un verdadero <<chapelaundi>>”, empleando semántica acuñada por aquel escritor. 

Por otra parte, hemos encontrado rastros de la presencia de navarros concretos en labores de vigilancia al servicio de los requetés o de los falangistas en las sedes y oficinas que una y otra milicia tenían en San Sebastián. Mientras las sedes principales de FE se encontraban en las oficinas del Círculo Easonense en el número 1 de la Alameda del Boulevard y en el convento de San Bartolomé, el Cuartel General carlista se instaló en el Casino Kursaal y poseía oficinas en otros lugares de la ciudad. En nuestras investigaciones hemos encontrado testimonios como el de un cascantino falangista que, tras actuar “en el cuartel de la Guardia Civil” de su ciudad natal, “pasó a incorporarse al Cuartel de falange de San Bartolomé de San Sebastián, sirviendo en la ronda secreta”. También un larragués falangista “tomó parte en las operaciones del frente de Guipúzcoa, hasta Beasain; de guarnición en el fuerte de San Cristobal (Pamplona) y en el Cuartel de Falange de San Bartolomé, de San Sebastián”. Asimismo, un requeté de Los Arcos, el 15 de septiembre de 1936 se incorporó al cuartel de requetes de San Sebastián “donde prestó servicios de guardia y vigilancia” hasta febrero de 1938. 



En cuanto a la participación de navarros en labores ejecutoras, contamos con un valioso testimonio: el de José de Arteche en El Abrazo de los Muertos, obra autobiográfica publicada en la que el autor, nacionalista que tuvo que enrolarse en un tercio carlista en noviembre de 1936, narró sus peripecias personales en la guerra civil. Arteche habla un requeté de la Ribera que identifica como Ch... y que le habría contado que en el primer día de la sublevación mató “en connivencia con un cabo de la Guardia Civil” “personalmente a un rojo en quien quería vengar un agravio personal” y que “luego estuvo en el frente de Oyarzun, y tomado San Sebastián, perteneció a la escuadra negra como él dice”. El mencionado Ch... contó a Arteche “bastantes detalles de los fusilamientos“ que tuvieron lugar entonces, en septiembre y octubre de 1936: “El despojo por los del piquete de cuantos objetos valiosos tuviesen los condenados, tan pronto éstos trasponían las puertas de la prisión. La confesión de los sentenciados, de pie, ya junto al paredón, vigilados hasta en aquel momento por uno del piquete arma al brazo. El borbollear producido por el escape del pulmón atravesado, en los fusilados que aún respiraban. La larga hilera que cae derrumbada, excepto uno en el extremo de ella porque el piquete a pesar de su número no alcanzaba para todos, y las palabras irremisibles al desgraciado que, viéndose él solo de pie al lado de los compañeros caídos, alumbró quizá en un momento, un fulgor de esperanza: -Ahora te toca a ti-. El hombre obligado a alumbrar con un farol la silueta de los condenados que los piquetes poco numerosos determinaban matar uno a uno para ahorrarse la labor de los tiros de gracia”. Arteche dedujo por los detalles que le ofreció un día el mencionado Ch... que éste había participado en el fusilamiento de un amigo sacerdote de aquél. Antes de la caída de Bilbao, Ch... comunicó a Arteche que tras la toma él se apuntaría “otra vez en la escuadra negra” y “si hay que fusilar dos mil, pues se fusilan dos mil. Los que sean”. 

Por cierto, al hilo de la mención que Arteche hace de una escuadra negra, hay que recordar que durante la segunda semana de septiembre habría estado en San Sebastián la Escuadra Negra de la Falange de Tudela, constituída por seis tudelanos, de la que ya hablamos en otra entrada anterior, y que según un reportaje publicado en la página 8 del Diario de Navarra de 16 de octubre de 1936 eran los escoltas personales del general Sagardía. La columna de dicho general no partió de la capital donostiarra hasta el 1 de octubre y no llegó al norte de Burgos, donde aquellos tudelanos fueron entrevistados, hasta diez días más tarde. Los miembros de dicha escuadra tudelana, según dicho reportaje, “desde las primeras horas del movimiento libertador de España, se pudieron al lado de quienes defendían a la Patria en peligro; y con una diligencia digna de ejemplo fueron -en su misma ciudad- limpiando de elementos peligrosos el camino del triunfo". "Luego ampliaron su radio de acción a los otros pueblos de la Ribera y de Rioja y por último, enrolados en las formaciones que iban a luchar contra los marxistas y nacionalistas guipuzcoanos" se dice que "entraron los primeros en Tolosa (es decir, el 11 de agosto), tomaron al asalto al Buruntza (es decir, hacia el 28 de agosto), llegaron en cabeza a Guadalupe y a Irún (es decir, el 4 de septiembre)", siendo sus hazañas la causa de que Sagardía les hubiera "designado para formar su guardia personal". Con semejante trayectoria resulta verosímil pensar en que habrían estado involucrados en labores de limpieza en las localidades guipuzcoanas conquistadas a lo largo de esos meses, toda vez que esa presunción queda avalada por los comentarios del requeté citado por Arteche. 

Por supuesto, también habría que hablar de ejecutores autóctonos guipuzcoanos, y de otras partes del Estado (entre ellos, el aristócrata, escritor, actor y bon vivant José Luis de Villalonga) como los que citan los autores del volumen colectivo El otoño de 1936 en Guipúzcoa. Los fusilamientos de Hernani (Irún, Alberdania, 2007). 

Aparte de todo lo anterior, también hay que referirse a los artículos publicados en la prensa navarra que animaban a la puesta en práctica de acciones depuradoras en los territorios guipuzcoanos recién conquistados. 

En Diario de Navarra del sábado 1 de agosto de 1936 Eladio Esparza, subdirector de dicho periódico y uno de los ideólogos de la sublevación y hombres fuertes de la nueva situación, elaboraba el siguiente relato en relación con los combates que los navarros estaban protagonizando en Guipúzcoa junto con los militares sublevados: “Los navarros no han ido a conquistar Guipúzcoa; no es esto una guerra civil ni una guerra de conquista. Esto es una lucha contra un plan infernal de exterminio que estaba en vías de ejecución, bien pertrechado y organizado terriblemente. Esto es una guerra de salvación contra unos forajidos que estaban dispuestos a la más cruel matanza y al terror más espantoso. Y si Navarra ha invadido la tierra de Guipúzcoa –solar de San Ignacio-, ha sido para repeler una de las alas más siniestras de ese terror que estaba incubado en aquellos valles que lindan con los nuestros. ¡No nos íbamos a dejar cazar como unas ratas!. Y ésta es la razón de que nuestros voluntarios estén combatiendo en Guipúzcoa, razón de cristiandad, razón de civilización, razón de vida!”. Y seguidamente se lamentaba de la incomprensión de los nacionalistas ante la actitud del voluntariado franquista navarro: “Y no se ha levantado en Guipúzcoa una voz que clame, ni siquiera aquellas voces que clamaron a favor del estatuto cien veces maldito! No se ha levantado más que la voz de la metralla y de la furia contra la sangre de nuestros muchachos!”. Todo ello le valía para pedir que la Diputación dejara de subvencionar a la Sociedad de Estudios Vascos por su silencio cómplice ante la muerte de navarros en el frente y por “encubridora del separatismo”. 

A la semana siguiente, el día 8 de agosto, el mismo comentarista volvería a incidir en los mismos argumentos tanto en Arriba España como en Diario de Navarra: “Y cuando Navarra vió que de Guipúzcoa (…) llegaban los forajidos por Endarlaza hasta Vera, llevando al viento como primera bandera la bandera nacionalista –porque esto es verdad- entonces fue Navarra a Guipùzcoa como fue a Zaragoza, como fue a Huesca y Jaca como fue a Somosierra, porque Navarra no tiene límites ni tiene número como no lo tienen los cruzados ni los héroes ni los mártires; fue a Guipúzcoa donde el forajido le atormenta cuando puede y el que no es forajido lo desampara [sic] cuando puede!”. “He ahí lo que Navarra ha encontrado en Guipúzcoa: soledad para su corazón y metralla para su carne”. 

El 15 de septiembre Arriba España publicaba una poesía de Nicolás Irurzun titulada “En la yacija del amor. Gozo en la ciudad del mar” con versos que aúnan violencia y machismo, y pueden leerse de forma ciertamente chirriante, al referirse a la conquistada Guipúzcoa y a los conquistadores navarros: “Porque fuiste pequeña, hermosa y fuerte, como mujer difícil, ¡oh Guipúzcoa! agradaste al pueblo navarro/ Le repudiaste. Pero él te conocía y no te olvidaba en su amor/ Se lanzó sobre ti y te impuso por la fuerza su coyunda cariñosa/ El gozo del Mar, de las Lanzas y del Imperio que brota en tu horizonte brilló a sus ojos/ Alegría de sol y de fuerza en tu frente conquistada/ Eras nuestra. Al vibrar de los clarines, preludio de la España nueva celebraremos contigo el día feliz de nuestra boda/ (…) Esfuerzo de héroe fue el esfuerzo de quien rompió tus vínculos de amancebamiento con el deshonor. Pero poco esfuerzo para quien está acostumbrado a quebrar más gruesas cadenas/ (…) Y cuando la España Grande te señale y aplauda como una de sus hijas predilectas, tú trasladarás ese aplauso, ¡oh Guipúzcoa! a tu esposo el pueblo navarro que fue tu vencedor, tu maestro y tu mejor amante”. 

Al día siguiente Eladio Esparza en artículo publicado en Diario de Navarra con el título “Del frente guipuzcoano” advertía en contra de actitudes clementes. Decía: “El ambiente callejero de San Sebastián me agrada mucho. Lo creo espontáneo, satisfecho, nuestro! Se vitorea a Navarra con entusiasmo, con alegría, con satisfacción. Pero en otras esferas encuentro muchos reservones. Posible es que los dedos se me antojen huéspedes, pero también es posible que a muchos donostiarras se les antoje que aquí no ha pasado nada. ¡Y aquí ha pasado mucho cadáver!”. En el mismo número de Diario de Navarra, junto a una relación de los muertos identificados enterrados en el cementerio de Polloe desde el 19 de julio de 1936, según copia sacada de los registros del cementerio, se decía: “Como verán nuestros lectores por la precedente fúnebre lista, figuran en ella no pocos navarros y otros que sin serlo estaban vinculados a Navara por lazos de parentesco y afecto. Los hay militares y paisanos, hombres dignos, caballerosos y honrados cuyo infame sacrificio pesará sobre [sic] una losa sobre las conciencias de los que llamándose católicos no los han evitado”. Un comentario que apelaba a la venganza y al ojo por ojo. 

En la misma línea, el periódico falangista Arriba España el 27 de septiembre Álvaro Cruzat abogaba por la mano dura contra los guipuzcoanos en un artículo titulado “Buscando la impunidad”. En él se dice: “Lo que verdaderamente clama al cielo, es que en esa provincia [habla de Guipúzcoa] en que tan a las claras se ha demostrado su desafecto a España; en donde han sido fusilados unos centenares de hombres cuyo delito era amar a su patria; en donde se ha destruído y saqueado cuanto se ha tenido por conveniente; llegado el momento de hacer una ejemplar justicia, <<cosa que en otras provincias donde no ha habido esos excesos ya se ha hecho>>, estamos viendo, con verdadera sorpresa, cómo en San Sebastián y su provincia se les está concediendo un trato de excesiva contemplación”. 

Y es que, además de la represión desatada por quienes apoyaron la sublevación contra los afiliados y simpatizantes de otras formaciones en la propia Navarra, existe otra dimensión de la actuación de los primeros que no suele ser excesivamente tenida en cuenta por la opinión pública navarra: las acciones de castigo y represalía emprendidas contra los adversarios político-ideológicos fuera de Navarra. Aunque por diferentes motivos, entre ellos el interés de los diferentes sectores del nacionalismo vasco por no remover el tema para no herir susceptibilidades en Navarra, sobre esa cuestión se ha corrido un velo más que tupido, de cualquier forma, conviene recordar que desde el primer momento la entrada en Guipúzcoa de las tropas regulares y de los voluntarios navarros estuvo acompañada de una elevada agresividad. La toma de Beasain el 28 de julio por las tropas del teniente coronel Cayuela y por requetés se saldó con el fusilamiento ese mismo día de 37 personas, entre ellas 7 guardias civiles y varias personas de derechas que habían intentado interceder, saqueándose previamente, con el permiso de la oficialidad, las viviendas abandonadas pertenecientes a personas afines a la República. Tras la toma de la loma de Pikoketa cerca de Erlaitz el 11 de agosto 40 milicianos de ambos sexos serían fusilados, previa violación y corte de pechos de las milicianas. Los fusilamientos de personas guipuzcoanas o residentes en Guipúzcoa del verano y otoño de 1936, dada la elevada presencia de navarros en el frente, indicarían por lo tanto, que la violencia registrada dentro de Navarra también fue llevada fuera de nuestro territorio, exactamente con los mismos tintes desaforados e inmisericordes.