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viernes, 11 de enero de 2013

LA ESCUADRA NEGRA DE LA FALANGE DE TUDELA.



En la entrada anterior nos hicimos eco de uno de los cabecillas de la Escuadra del Águila de Pamplona. En relación con Tudela, hemos localizado un artículo en la prensa de la época acerca de otro escuadrón falangista que, según propio testimonio del periodista y de los entrevistados, estaría detrás de los asesinatos de simpatizantes del bando republicano en las primeras semanas de la guerra en la Ribera Tudelana. El reportaje se encuentra en la página 8 del Diario de Navarra de 16 de octubre de 1936, está firmado por S. Berruezo y tiene como título Navarros en el frente. La Escuadra Negra de Tudela. En él, el corresponsal del periódico entrevista en Burgos “en el cuartel general de la columna que, formada por el comandante señor Sagardía, acaba de llegar procedente de Guipúzcoa” a “seis bravos chicarrones de Tudela” que formaban “la guardia personal del comandante”. Esos seis tudelanos eran “Bernardino Burgaleta, Teodoro Pérez, Agustín Ariza, Miguel Catalán, Jaime Sola y José María Lacabe”, todos ellos “naturales o vecinos de Tudela”. Según dice el reportero, que los interroga “en un momento de asueto”, todos le “cuentan, con encantadora sencillez, sus hazañas”. El reportero afirma de ellos lo siguiente: “Los tudelanos, desde las primeras horas del movimiento libertador de España, se pudieron al lado de quienes defendían a la Patria en peligro; y con una diligencia digna de ejemplo fueron -en su misma ciudad- limpiando de elementos peligrosos el camino del triunfo”. “Luego ampliaron su radio de acción a los otros pueblos de la Ribera y de Rioja y por último, enrolados en las formaciones que iban a luchar contra los marxistas y nacionalistas guipuzcoanos” se dice que “entraron los primeros en Tolosa (es decir, el 11 de agosto), tomaron al asalto al Buruntza (es decir, hacia el 28 de agosto), llegaron en cabeza a Guadalupe y a Irún (es decir, el 4 de septiembre)”, siendo sus hazañas la causa de que Sagardía les hubiera “designado para formar su guardia personal”. Tal y como figura en el título del artículo, se les denomina “la Escuadra Negra de Tudela”. 

A pesar de haber sido citada de pasada en la obra de Altaffaylla (Navarra 1936. De la esperanza al terror, Tafalla, 2003, 6ª ed., p. 596), esta banda paramilitar tudelana no era excesivamente conocida. 

Los acontecimientos a los que se refiere la noticia habrían sido en su mayor parte, de índole represiva, es decir, de detención y eliminación física de la población desafecta ya que la labor de control de la situación en la Ribera Tudelana finalizó muy pronto tal y como se desprende de la autodeclaración que realizó un destacado protagonista aquellos días, el teniente de la Guardia Civil, destinado en Corella, Carlos González Molina, en la que podemos comprobar los hitos más significativos de aquélla, así como la colaboración en la misma de voluntarios falangistas y requetés y guardias civiles. 

La autodeclaración de dicho teniente de la guardia civil narra que “el 18 de julio de 1936 inició el Alzamiento Nacional en Corella (Navarra) mandando la línea del mismo nombre, dedicándose con fuerza de la Guardia Civil a someter por las armas los pueblos de Ribaforada, Buñuel y rindiendo al Ayuntamiento de frente popular de Corella, que se había hecho fuerte, con armas en la Casa Consistorial, así como seguidamente la casa del pueblo de la misma Ciudad. Cooperó a la toma de Alfaro (Logroño) con la columna del entonces Coronel García Escámez. Liberado este pueblo se destacó a Castejón mandando fuerzas compuestas por Guardia Civiles y Requetés sometiendo por la fuerza a los revolucionarios marxistas que habían cortado el tráfico ferroviario entre Pamplona, Zaragoza y Logroño, restableciéndose inmediatamente las comunicaciones férreas. Durante varios días y al mando de una columna compuesta de Requetés, Guardia Civil y Falangistas me dediqué a recorrer varios pueblos de la Rioja y Aragón para levantar el espíritu Nacional, en algunos de los cuales estaba bastante decaído; el día 22 de julio de 1936, al mando de dicha columna procedí a la toma y liberación del Pueblo de Logroño Cervera del Río Alhama, en unión de otras fuerzas mandadas por un Capitán de la Guardia Civil, cuya población se hallaba completamente en poder de los marxistas desde hace varios días”. Dicho teniente se incorporaría el 9 de agosto en Lesaka a la 2ª bandera de la Falange, participando en combates y siendo herido pocas semanas después. 

Esos episodios más señeros en la tarea de control de la zona también fueron rememorados por un voluntario requeté tudelano, posteriormente concejal crítico en los años cincuenta, en cuya autodeclaración acerca de sus servicios prestados se afirma que éstos fueron “cuantos se le encomendaron desde el 18 de julio 36 tomando parte en la operación de Alfaro, Cervera del Rio Alhama, Corella y Ribaforada, siendo ascendido a cabo; salió el 8 de agosto para Pamplona voluntario y el 24 del mismo formó parte de la escolta del General Mola”. 

Hemos de recordar que los hechos mencionados de Ribaforada y de Corella corresponden al 19 de julio y que los de Buñuel pudieron ser los acontecidos ese día o, asimismo, el día 21 ó el 23. Ninguno de ellos tuvo la entidad de enfrentamiento, sino de simple ocupación de las localidades y de detenciones masivas de desafectos. El caso de Alfaro fue diferente: aquí se constituyó un foco de resistencia con huídos del resto de la Ribera y de la Rioja que pudo aguantar el 19 un primer ataque de voluntarios requetés y falangistas de Tudela y Estella que acompañaban a dos compañías del Batallón de Arapiles mandadas por el Comandante Pradal llegadas de la ciudad del Ega. El día 21 la llegada de la columna de García Escámez, en marcha hacia Madrid desde su salida de Pamplona el 19 de julio, previo paso por Logroño y otros pueblos, barrió a los resistentes. Cervera del Río Alhama, la otra localidad riojana donde fracasó el golpe de estado, sería tomada al día siguiente. Por lo tanto, a partir del 22 de julio el control de la Ribera Tudelana y de las zonas colindantes por parte de los sublevados era ya una realidad. 

Más allá de esa labor de control, tenemos que recordar que las primeras semanas de la guerra civil fueron especialmente cruentas en lo que se refiere a la eliminación física de los simpatizantes del régimen republicano en la Ribera Tudelana. Considerando las afirmaciones del corresponsal del Diario de Navarra en el reportaje mencionado sobre los miembros de la Escuadra Negra de Tudela en el sentido de su participación en la limpieza política que tuvo lugar aquellos días, queremos traer a colación el número de personas asesinadas en las correspondientes sacas o paseos con tres o más asesinatos que se registraron entre el 18 de julio y el 10 de agosto de 1936 en pueblos de la comarca, según informaciones que hemos tomado del libro de Altaffaylla: 5 vecinos de Buñuel el 25 de julio; 8 de Corella en Arguedas el 26 de julio; 11 de Ribaforada en El Bocal el 26 de julio; 6 de Cortes en Ribaforada el 27 de julio; 8 de Tudela en Castejón el 28 de julio (para mas inri, inscritas en el padrón de esa última localidad como “bajas en el padrón”); 5 de Arguedas en Murillo el Cuende el 1 de agosto; 6 de Cascante en Murillo de las Limas el 1 de agosto; 9 de Corella en el Carrascal el 2 de agosto; 8 de Ribaforada en Fontellas el 2 de agosto; 6 de Valtierra en Traibuenas el 2 de agosto; 7 de Buñuel en Mallén el 3 de agosto; 7 de Cabanillas en Beriáin el 3 de agosto; 4 de Cintruénigo en Valtierra el 3 de agosto; 4 de Corella en Alfaro el 3 de agosto; 11 vecinos de Fitero en Valverde el 3 de agosto; 4 de Fitero en Valtierra el 3 de agosto; y 6 de Corella en Ballariáin el 6 de agosto. En varias de esas sacas los asesinados fueron conducidos desde la cárcel de Tudela en la que estaban presos. 

Por supuesto, no queremos indicar que las personas mencionadas de la Escuadra Negra tudelana participasen en todas esas acciones, sino solamente mencionar las que se inscriben en el radio geográfico y en el ámbito cronológico en el que ellos motu proprio alardearon en líneas generales de haber colaborado. Como información complementaria tenemos que añadir que de varios de los integrantes de dicha escuadra tenemos constancia que marcharon al frente ya muy avanzado agosto. 

Otro elemento a tener en cuenta es el de que los nombrados constituyeron la guardia personal del general Sagardía.

Tal y como figura en el libro escrito por el mismo general (Del Alto Ebro a las fuentes del Llobregat. Treinta y dos meses de guerra de la 62 división, Madrid, Editora Nacional, 1940; prologado por Francisco de Cossio), hallándose en situación de retirado el 17 de julio de 1936, marchó de Pamplona a San Sebastián con una misión reservada que le ordenó el general Mola. Fracasado el golpe militar en Guipúzcoa, Sagardia huyó de San Sebastián en una huida plagada de aventuras, llegando a Pamplona el 26 de julio. De la capital navarra saldría de nuevo como segundo jefe de las columnas que operaban en Tolosa al mando del general Solchaga. Entró en Tolosa, Villabona, Andoain, Urnieta, Hernani y San Sebastián. En San Sebastián formó una columna formada por los voluntarios riojanos y navarros que ya habían combatido con él a los que se unieron los voluntarios guipuzcoanos que “se iban presentando voluntarios en las oficinas de Falange”. La columna, compuesta inicialmente de 750 hombres, es decir, un batallón, salió de la capital guipuzcoana el 30 de septiembre, llegando el 12 de octubre al frente de Villarcayo y Espinosa de los Monteros en Burgos. Estuvo diez meses en los páramos de La Lora, librando duros combates, tal y como conmemora en Bricia un espectacular monumento de mármol blanco y negro. Posteriormente la Primera Media Brigada de la 62 división (columna Sagardia), formada por las Banderas 5ª y 6ª de FET, Batallones 8º de San Marcial, 8º de Burgos, Batallón de Ceriñola, 5º de Bailén, dos compañías de América y las baterías 11 y 22 del 11º Regimiento Ligero, batalló en agosto de 1937 en el frente de Santander, en el frente de León-Asturias en septiembre-octubre de 1937 (a partir de aquí como 62 División de Castilla), en la batalla de Teruel (diciembre de 1937-enero de 1938), en la liberación de Huesca (marzo de 1938) y en la campaña de Alcanadre-Cinca y campaña del valle de Arán y Alto Llobregat en lo que quedaba de guerra. En sus memorias de campaña Sagardía, militar nacido en Zaragoza pero con ascendientes en Ituren donde solía residir estacionalmente y donde se refugió tras ser retirado por la Ley Azaña antes de marchar a Francia, menciona el comportamiento heroico de nueve falangistas fiteranos en Cilleruelo, así como de la muerte de un “mocetón navarro” de Cabanillas “que desde el principio de la campaña no se apartaba” de él el 4 de mayo cerca de Espinosa de los Monteros. No hay en toda la obra más menciones a personas de la Ribera ni a personas de ninguna otra procedencia de Navarra.



De cualquier forma, pertenecer al círculo de confianza de Sagardía tenía que suponer compartir su manera despiadada y salvaje de entender la guerra. Disponemos de informaciones que nos hablan que las unidades de Sagardía ejecutaron a decenas de personas a su paso por localidades cercanas a Santander antes de su entrada en la capital cántabra y que hicieron lo mismo en zonas de Cataluña.

También hay que referir que tras la guerra civil Sagardía fue nombrado responsable de la Policía Armada. Existe una foto muy elocuente del mencionado general en la que aparece en un palco, debajo mismo de un águila nazi, junto con Serrano Suñer y el mismísimo Heinrich Himmler en la visita que éste, uno de los protagonistas esenciales de la Alemania nazi e impulsor de la solución final que conllevó la matanza sistemática de judios, eslavos, gitanos, homosexuales y comunistas, hizo a San Sebastián el 19 de octubre de 1940. 


De cualquier forma, tampoco hay que olvidar que la mujer de un primo de Sagardia con sus siete hijos, vecinos del barrio de Gaztelu en Donamaría, fueron asesinados arrojados a una sima por vecinos acusados de robar en huertas, mientras el padre y el hijo mayor estaban en el frente. El militar trató posteriormente esclarecer el suceso y soldados y bomberos realizaron labores de rastreo. Varios vecinos serían detenidos y conducidos a la cárcel de Pamplona, saliendo libres por no haberse podido aclarar el suceso.

Volviendo a la Escuadra Negra de Tudela, a todo lo anterior referido a ella hay que añadir una circunstancia que salpica el presente a través del espacio público. Además de los seis miembros citados de la Escuadra Negra de Tudela, también hay que referirse a un séptimo, fallecido en una acción militar antes de que se realizara la entrevista más arriba mencionada. En la página 3 del número 10 de la revista Falange de Tudela, de fecha de 8 de noviembre de 1936, se encuentra, asimismo, una crónica acerca de la misma Escuadra Negra que repite algunas de las informaciones, si bien las menos comprometedoras, vistas en el artículo anterior. Se dice que “La Escuadra Tudelana que tanta fama alcanzó por su actuación en los frentes guipuzcoanos” era la escolta particular del Comandante Sagardía y se nombra como miembro de la misma, además, a otra persona ya fallecida, Félix Marsal Moracho. Precisamente en la esquela y la necrológica publicada tras su muerte en el número 1 de la mencionada revista, de fecha de 6 de septiembre, se decía que había muerto en la toma del monte Buruntza y figuraba de forma explícita que era “De la escuadra negra de Tudela”. Asimismo, en otro artículo sobre él publicado en la página 3 de El Ribereño Navarro se decía que había salido de Tudela “formando en la ya célebre y heroica Escuadra tudelana”. 

El mencionado Félix Marsal Moracho cuenta con una calle en el barrio de Lourdes de Tudela, barrio que cuenta con 49 calles dedicadas a combatientes del bando franquista muertos en el frente. El nombre de la calle se acordó en un pleno del Ayuntamiento de Tudela del 17 de febrero de 1954 según una propuesta planteada por el Gobernador Civil falangista Luis Valero Bermejo, en la que también se aprobaron los nombres de otras siete calles. Félix Marsal no es la única persona con calle en el barrio de Lourdes a la que la prensa de la época incrimina de forma expresa y manifiesta en tareas de persecución y eliminación física de los adversarios políticos en la Ribera. En un artículo publicado en la página 10 de la revista El Requeté, también editada en Tudela, del 28 de febrero de 1937, y titulado Jesús Clemos Burgaleta, se afirma que el mencionado Clemos marchaba en los primeros días de la guerra “a aquellas incursiones por las Bardenas, cuando se hablaba de posibles enemigos por aquellos contornos”, incursiones descritas en un libro editado el año pasado con las memorias de un represaliado republicano de Catarroso del que nos hicimos eco en una entrada hace unos meses. Clemos Burgaleta murió en el frente el 22 de febrero de 1937. 

Estas últimas constataciones deberían servir para reflexionar sobre la conveniencia de aplicar al callejero franquista del barrio de Lourdes de Tudela la doctrina de la Resolución número 00676/08, 11 de febrero de 2008, del Tribunal Administrativo de Navarra relativa a veinte calles con nombres similares del barrio de la Chantrea, basada en la Ley de Símbolos de Navarra y en la Ley de Memoria Histórica y que fue finalmente acatada por el Ayuntamiento pamplonés. Aunque en otra entrada seguiremos tocando este tema, sirva lo expresado como elemento a tomar en cuenta por el ayuntamiento de Tudela que próximamente deliberará sobre la cuestión del mencionado callejero.
 

viernes, 28 de diciembre de 2012

NUESTROS NAZIS DOMÉSTICOS. GALO EGÜÉS CENOZ Y LA ESCUADRA DEL AGUILA DE PAMPLONA.




Cualquier persona que repase la producción historiográfica existente sobre la limpieza política llevada a cabo en la retaguardia franquista, constatará la escasez de datos para ir más allá del perfil sociopolítico de los asesinados e intentar escarbar en otros aspectos, tan o más importantes, como, por ejemplo, el perfil de los verdugos. En gran medida esas dificultades son atribuibles al número, calidad y veracidad de los testimonios orales o de los documentos escritos que puedan conservarse en relación con la cuestión mencionada, muchos de ellos desaparecidos o expurgados, de forma que sólo podemos guiarnos de indicios localizables de forma trabajosa. 

Ciñéndonos a la caracterización de los agentes de la limpieza política en la zona rebelde, tal y como han afirmado los especialistas que se han ocupado del tema, a escala general pueden citarse cuatro grupos estrechamente relacionados entre sí y posicionados en forma de pirámide vertical. En primer lugar, las autoridades militares, bajo cuya jurisdicción exclusiva estaba el territorio que controlaban y que dictaron los bandos de guerra. En segundo lugar, los dirigentes de las formaciones políticas civiles aliadas del ejército rebelde a cuyas órdenes se situaban también los cuerpos paramilitares de las mismas. En Navarra esas formaciones fueron fundamentalmente la Comunión Tradicionalista, Falange Española y Unión Navarra, siendo el Requeté la estructura paramilitar de la primera de ellas y las escuadras falangistas la de la segunda. Estas organizaciones codirigieron desde arriba, junto con las autoridades castrenses, la represión y regularon sus niveles y cronología. En tercer lugar, figurarían las bandas constituidas por miembros de las organizaciones paramilitares mencionadas que, bajo la jerarquía de los dos primeros grupos y auxiliados por fuerzas del orden, llevaron a cabo el trabajo más sucio de la represión, las sacas individuales o colectivas, en la mayoría de los casos efectuadas desde las calabozos municipales o desde las cárceles y los centros de detención del distrito judicial o de la capital. El cuarto agente represivo estaría conformado por los sectores de la población que colaboraron con el hecho represivo a través de denuncias y de la participación en batidas y a través del apoyo activo a los castigos y escarnios hechos públicamente. 

De entre las bandas paramilitares que ejercieron directamente la limpieza política en Navarra, conocemos sólo someramente las características de la que operó desde Pamplona, la denominada del Águila Negra o Escuadra del Águila. También es superficialmente conocida la Escuadra Negra de Tudela. De cualquier forma, si bien se ha mencionado repetidamente la figura del grupo del Chato de Berbinzana, así como la responsabilidad de la mencionada Escuadra del Águila de la Falange pamplonesa, en relación con la limpieza política en caliente, es evidente que no pudieron ser los responsables de todas las sacas del periodo, sobre todo, porque la coincidencia de fechas de matanzas colectivas en lugares bien diferentes de la geografía navarra hace pensar en la actuación simultánea de varios escuadrones. Por otra parte, hay que mencionar también que, sin perjuicio de que pudieran confluir en esas partidas individuos tanto de la Falange como del Tradicionalismo, además de esos grupos de militancia falangista, también debieron actuar otros de militancia requeté, dada la importancia del centro de detención que regentaban los carlistas en Pamplona (en Escolapios) y dada la existencia de algunos testimonios puntuales para determinadas localidades que existen sobre ello. También es profundamente llamativo que sean realmente escasas las informaciones relativas a los agentes represores en Tierra Estella, merindad cuya zona sur fue durísimamente castigada. 

La presente entrada ha venido motivada por el hallazgo de un artículo publicado por Galo Egües Cenoz, uno de los líderes primordiales de la Escuadra del Águila pamplonesa, en Diario de Navarra el 22 de abril de 1936 bajo el título “La verdad sobre los judíos en Alemania”.

Diversos testimonios apuntan a que Galo Egües capitaneaba la mencionada escuadra falangista. Galo Vierge (Los culpables. Pamplona 1936, Pamplona, Pamiela, 2006, pp. 94 y 150) señaló que Galo Egüés capitaneaba la patrulla de la Falange denominada del Águila Negra o Escuadra del Águila “que dejaría una huella de repugnantes crímenes por dondequiera que pasó y que cubrió de luto a numerosas familias de Navarra durante el tiempo que duró la guerra”. Dicha escuadra, según el mismo autor, “amparándose en las sombras de la noche, irrumpían en los domicilios de los <<rojos>> y, entre gritos de terror de los familiares, se los llevaban para ser fusilados en cualquier rincón de Navarra”. Un informe sobre la represión en Navarra presente en el libro 36´ko gudaldian su-izkillatutako idazle gazteak, publicado por Euskerazaintza en 2002 y que se puede descargar en Internet asegura que "la banda del Aguila" dirigida por un individuo apellidado Apesteguia, que era un lechero del barrio de la Rochapea y que ya desde antes era el responsable de la Primera Línea pamplonesa, y compuesta por dieciocho pistoleros de Falange, se le atribuían en Navarra centenares de crimenes y que “solamente de uno de sus miembros, llamado Galo Egues, se dice que ha intervenido en más de trescientos asesinatos”. Por su parte, en el libro de testimonios recogidos sobre la guerra por José Miguel de Barandiarán se añade la ascendencia sobre el grupo de José Moreno, llamado Pepe Perla por ser el dueño del Hotel La Perla, y de que disponían de un automóvil que tenía el número 34. Reproducimos en esta entrada una foto, publicada en la primera página del número de 19 de agosto de ¡Arriba España!, en la que el Cardenal Primado Gomá pasa revista a siete miembros de la Escuadra El Águila de Pamplona. De esa foto hay alguna otra versión en la que aparecen más miembros de la misma escuadra.



Por otro lado, por nuestra parte, hemos podido conocer que Galo Egüés Cenoz fue despedido en dos ocasiones de sendos trabajos de comercial. En Diario de Navarra de 13 de diciembre de 1930 Aurelio Barber, representante único y exclusivo de las máquinas Alexandervek y PROBAT, comunicaba a su numerosa clientela, para que no fuera “sorprendida su buena fe”, que Galo Egüés había “sido despedido de la casa y cesado como vendador de estas marcas” y de que se consideraban “nulos cuantos pedidos se le hagan al mencionado Egüés no respondiendo de los pagos que se efectúen al mismo”. En Diario de Navarra de 2 de octubre de 1932, el agente general de venta de las cajas regitradoras Crupp en Navarra y la región adyacente ponía en conocimiento del Comercio en general que Egües “no tiene ninguna relación comercial directa ni indirecta con las cajas registradoras Crupp”. Posteriormente, de forma llamativa, en 1933 Galo Egües era secretario de la Agrupación Pamplonesa del Partido Republicano Radical Socialista. Puede presumirse que en su abrupto paso del PRRS a la Falange intervino la figura de Julio Ruiz de Alda, cofundador de la Falange junto con José Antonio Primo de Rivera en 1933, por ser aquél yerno de Emilio Azarola, el principal líder de los radicales socialistas y alcalde de Santesteban por el artículo 29, dado su matrimonio con la hija de éste, Amelia, en octubre de 1931. 

Asimismo, hemos podido saber que Galo Egües Cenoz, salió el 19 de julio de 1936 para Aragón en calidad de Jefe de Centuria, pero inmediatamente pasó al Frente de Guipúzcoa, donde resultaría herido en la toma de Beasain el 28 de julio. Recordemos que la conquista de esta localidad guipuzcoana por las tropas regulares del teniente coronel Cayuela y de los voluntarios navarros requetés y falangistas estuvo acompañada de una elevada agresividad: se saldó con el fusilamiento ese mismo día 28 de julio de 37 personas, entre ellas 7 guardias civiles y varias personas de derechas que habían intentado interceder, saqueándose previamente, con el permiso de la oficialidad, las viviendas abandonadas pertenecientes a personas afines a la República. Posteriormente, Galo Egüés habría estado varios meses trabajando en la retaguardia navarra en labores de “contraespionaje” según su propia afirmación. Por último, cayó enfermo en Teruel debido al intenso frío con congestión pulmonar que le originó inutilidad total. Posteriormente contraería matrimonio en 1942. Nuestros intentos de conseguir más datos sobre el personaje no han dado más resultados, fuera de ser recordado por su asistencia regular a determinados establecimientos. 

Pues bien, el texto que hemos localizado entre las páginas de Diario de Navarra es el único artículo de opinión publicado en la prensa de la época por una de las personas incriminadas en los escuadrones de la muerte que operaron en Navarra y nos permite conocer algo de los parámetros ideológicos en los que se movían aquéllas. En este caso concreto nos permite calibrar el profundo antisemitismo y la honda identificación con el nacionalsocialismo de Galo Egüés Cenoz, desmintiendo una opinion no expresada de forma tácita, pero relativamente extendida entre la opinión pública de la derechona de nuestra tierra, de que nuestro fascismo autóctono, pese a las barbaridades que cometió, tenía en el fondo un carácter más inofensivo que el alemán o el de otras zonas de Europa colaboracionista con éste, sobre todo por su pátina de defensa de catolicidad. 

Galo Egüés comienza asegurando que “Por su situación geográfica era Alemania desde tiempo inmemorial, como no lo fue otro país alguno en la tierra, la meta de la avalancha judaica que de oriente iba irrumpiendo en occidente. Hasta los comienzos del siglo XVIII impidieron medidas de orden legal el que los inmigrantes de abolengo judaico pudiesen adquirir influjo en Alemania. Mas al haber sido derogadas tales medidas de protección, pusiéronse los judíos a penetrar en las esferas, todas de orientación de la vida económica, política y espiritual del pueblo alemán”. De esta forma, señala que en Alemania vivían en 1918 600.000 judíos, “o sea, el uno por ciento de la población total alemana”, pero que en los años siguientes llegó desde Polonia al país germano “un torrente de emigrantes judíos”, favorecidos porque “en Prusia había conseguido el judío Badt el ocupar la jefatura de los asuntos de Inmigración y Naturalización”, quien “tomó las medidas conducentes a facilitar la inmigración de sus congéneres raciales”. Egüés aporta estadísticas amañadas y fantasiosas, copiadas de la literatura nazi de la época, en los que se insiste que, siendo los judíos el uno por ciento de la población alemana, los judíos suponían porcentajes elevadísimos del profesorado de la universidad alemana, de los juristas, de los médicos, de la intelectualidad, de los círculos financieros, de los puestos directivos de las empresas alemanas privadas y de la administración pública y de los cuadros dirigentes de los partidos de la izquierda alemana. Todo ello, para subrayar la infiltración masiva de judíos en los altos cargos de la República de Weimar: “en todos los Gobiernos confederados, así como también en las Administraciones de la ciudades, se aseguraron a la vez los judíos un ascendiente decisivo, y desde estos baluartes iban luego infiltrándose en todos los puestos administrativos del Reich, de sus regiones y municipios”. 

Para Egüés, la infiltración judía servía a los fines del comunismo y coincidía con la generalización de la corrupción a todos los niveles: “Mano a mano con esta conquista solapada iba obrándose la intoxicación del pueblo alemán con el virus comunista, cuyos portadores principales eran los inmigrantes judíos. Simultáneamente desbaratándose también las rectas usanzas en la vida económica. Las nociones de probidad en el comercio y en la vida pública fueron escarnecidas por prevaricadores en grande y por estafas de alto copete (…). Venalidad, corrupción y disolución iban enseñoreándose cada vez más en la vida pública”. En su delirio, Egüés interpreta que “el incendio del Parlamento en Febrero de 1933, debía llegar a ser el punto inicial con que rematar la revolución judaico bolchevique, preparada ya desde hacía años”. Toda esa situación fue salvada por el Führer: “En aquel momento crítico el porvenir del pueblo alemán estuvo en inminente peligro. El que el pueblo alemán se preservara de un lago de sangre y de miseria, eso se le debe a su salvador Adolf Hitler”. Seguidamente afirma que aunque “los difamadores mundiales le presentaron como un monstruo”, Hitler se habría limitado a depurar con comedimiento la infiltración judía ya que “los empleados judíos no fueron por tanto echados a la calle, sino recibieron su retiro, es decir, percibieron desde entonces [según la ley de 7 de abril de 1933] la misma pensión legalmente fijada a que tenían derecho al igual que otro funcionario cualquiera en estado de clase pasiva”. 

Ni que decir tiene que, en su párrafo final, Galo Egüés obvia el contenido el Programa nazi de 1920 que declaraba públicamente su intención de segregar a los judíos de la sociedad “aria” y de abolir sus derechos políticos, legales, y civiles, así como de la exclusión de la administración pública de los funcionarios y empleados judíos y de aquéllos "políticamente poco confiables" serian excluidos de la administración publica mediante la ley que él mismo citaba, la "Ley de la Restauración de la Administración Publica". Esa ley fue la primera formulación del así llamado "Párrafo Ario," utilizado después en distintas normas para excluir a los judíos (y por extensión a otros "no arios") de distintas organizaciones, profesiones, y sectores de la vida pública. En abril de 1933, otras leyes limitarían el número de estudiantes judíos en las escuelas y universidades alemanas y reducirían marcadamente la "actividad judía" en las profesiones médicas y legales. Por otra parte, en Nuremberg, en la reunión anual del partido celebrada en septiembre de 1935, los lideres nazis anunciaron nuevas leyes institucionalizando muchas de las teorías raciales prevalecientes en la ideología nazi. Estas "Leyes de Nuremberg" excluían a los judíos alemanes de la ciudadanía del Reich, y les prohibía de casarse o tener relaciones sexuales con personas "alemanas o de sangre alemana." Otras normas complementarias los privaron de la mayoría de sus derechos políticos. Los judíos fueron privados del derecho a votar y no podían ser funcionarios públicos. Las Leyes de Nuremberg no identificaban a un judío como alguien con determinadas creencias religiosas; la primer enmienda a la Leyes de Nuremberg definía en cambio a un judío como cualquier persona que tenia tres o cuatro abuelos judíos, sin importar si esa persona se reconocía a si misma como judía o parte de la comunidad judía. Muchos alemanes que no habían practicado el judaísmo o que no lo habían hecho en años se encontraron en manos del terror nazi. Incluso gente con abuelos judíos que se habían convertido al cristianismo podían ser definidos como judíos. En los años posteriores, como es sabido, la ofensiva antisemita del poder nazi iría en crescendo hasta llegar a la solución final exterminadora de los habitantes considerados judíos de Alemania y de los demás países invadidos por las tropas alemanas, previa identificación de los mismos. 

Teniendo en cuenta que en Navarra no había población judía, el apego de Galo Egüés por las doctrinas nazis y por la figura hitleriana y su profundo anticomunismo explicarían su ensañamiento con los sectores favorables a la legalidad republicana en aquel verano y otoño de 1936. En el pensamiento expresado por Galo Egüés, y compartido por las cabezas rectoras del falangismo de entonces, encontraríamos las claves de la tormenta asesina desatada durante aquellos meses. A pesar de que el título de la última obra de Preston ha generado polémica, la palabra holocausto también puede ser utilizada en el contexto español y navarro: no sólo por el elevado volumen de víctimas y por la alevosía cómo fueron asesinadas, sino también por el ideario genocida y aniquilador que movía a los asesinos.